Dos años después de estrenar I am the pretty thing that lives in the house en Toronto, a Osgoord (Oz) Perkins le encomendaron la misión de reimaginar uno de los cuentos Grimm más icónicos. Tomó la responsabilidad y ha hecho de Gretel & Hansel (el singular orden de los nombres en el título no es para nada casual) una de las más sugerentes películas de terror de 2020. Su importancia va algo más allá de lo evidente, porque gracias a esta película, razonablemente aplaudida por la crítica pero cuya distribución en España pende de un hilo (la fecha de estreno ha cambiado dos veces, siendo la última propuesta el 29 de mayo) se ha podido valorar con perspectiva y en consecuencia lo mucho que puede dar de sí su nombre en la producción de cine de género en los próximos años. Oz Perkins debutó dirigiendo una película maldita, The blackcoat’s daughter, que no logró arrancar en las exhibidoras pese a cambiar de nombre (inicialmente fue February) y a su reparto, con Emma Roberts y Kiernan Shipka, ahora referentes del terror y el fantástico. Tardó dos años en darle salida (desde su primer pase, en 2015 también en Toronto, hasta 2017) y gracias al estreno en 2016 de I am the pretty thing that lives in the house, otra película que pese a insinuar mucho, no acabó de encajar en los estándares de una época que mastica mal el terror lento. Por eso Gretel & Hansel, como parte de un todo y obra definitoria, eleva instantáneamente a Perkins a hombre del futuro inmediato, una vez superadas psicológicamente las frustraciones de los comienzos. Y, por tanto, refuerza su sello de autor, ya concretamente esbozado en las dos películas anteriores.
Valoración
The blackcoats daughter no arrancó porque entre 2016 y 2017 el terror estaba tomado por la ebullición del universo Conjuring, demandante de otros ritmos e historias. Pese a tener a de distribuidora a A24 (Under the skin, Ex Machina, The Witch, The Lobster, A Ghost Story, Hereditary, Climax, Midsommar…), producción y ventas supusieron tales quebraderos de cabeza que prácticamente nunca más se supo de ella desde su lanzamiento en VOD al poco de ser estrenada de manera muy limitada en muy pocos cines estadounidenses. Fuertemente influenciada por el terror de clásicos como Suspiria, The Innocents o, por qué no, La semilla del diablo, The blackcoat’s daughter tomó a la altura gracias al éxito internacional de I am the pretty thing that lives in the house, un ampuloso poema gótico estrenado en Netflix que se reserva el primero de sus dos when-you-see-it moments a cuando la película lleva recorrida más de una hora. En cambio, ese particular ritmo narrativo, enfocado con una fotografía oscura y preciosista, ha encontrado en los últimos años buenos exponentes, algunos de ellos categorizados de elevated horror, lo que ha revalorizado su recuerdo. Y en Gretel & Hansel Perkins no sólo insiste en esta idea sino que además su notable estilo ya se deja apreciar no como opción sino como apuesta. Las suyas son películas tranquilas, de corazón setentero, diálogo e instrospección doliente al estilo The Changeling. Poco artificio, intriga honesta y casquería muy, muy medida.
Gretel & Hansel, como obra principal de su carrera, expone absolutamente todas sus virtudes. La reinterpretación del cuento otorga a la incipiente Sophia Lillis (otro valor al alza) un rol fuerte, sin ambages ni medios desarrollos. La recreación del espacio, la bella factura fotográfica y toda la ambientación resultante de los silencios y la quietud es testaruda y efectiva, resultando en un conjunto casi sobresaliente que apenas necesita sobresaltos para sostener la atención del espectador de manera prácticamente incondicional. El cuento cambia lo que cambia el título, y sobre todo en la segunda mitad de la cinta se hace palpable cómo Perkins, además de un interesantísimo director, es también un creador valiente. Cuando se diría que la escalada de tensión en la película parece abocada al desbordamiento, una pincelada de guion convierte la amenaza en una oportuna revelación. Aunque lo que pide el cuerpo es comparar directamente Gretel & Hansel con The Witch (2015), tiene más en común con Hagazussa (2017), joya austro-alemana incluida en el catálogo de la plataforma Planet Horror, con la que comparte ese mimo naturalista por el terror clásico, generoso y proporcionado que podría tomar el relevo de la generación Blumhouse si el fin de Occidente y la nueva hipersensibilidad del público así lo solicitan. Las brujas no pasan de moda y reclaman su espacio ahora que el mundo pide a voces intervención sobrenatural.