Por fin llegó el día, justo cuando mis hijos de seis y tres años parecían a punto de empezar a grabar muescas en la pared para ir descontando días al momento de poder salir a la calle. Los he sacado a una gran extensión de jardín y árboles que tenemos debajo de casa. Al principio se han quedado extasiados por algo tan cotidiano como poder acariciar la hierba, hasta el punto de que me han pedido revolcarse en ella. Les he dicho que sí, por supuesto, a pesar de que hacía poco que había caído una tormenta de granizo y todo estaba aún muy húmedo. Se merecían eso y mucho más tras 43 días confinados en casa. Y para mí ha resultado un bálsamo para el alma.
Esta alegría ha durado poco: lo que he tardado en entrar en redes sociales y comprobar que el tema del día eran las infracciones cometidas por algunos grupos de personas a la hora de volver a las calles con sus hijos. He sentido miedo. Por un lado, a que pagáramos justos por pecadores y se diera marcha atrás al permiso que han concedido a los niños. Por otro, al comprobar la cantidad de gente que se ha erigido en policía informal, fiscalizando el comportamiento de los demás. Al principio fueron los gritos desde ventanas y balcones hacia quienes –según su entendimiento- estaban incumpliendo la cuarentena. Hoy tenemos a ciudadanos haciendo fotos a menores de edad y exponiéndolas sin permiso en redes sociales (lo cual, por cierto, es completamente ilegal).
Al principio fueron los gritos desde balcones: hoy hay ciudadanos haciendo fotos a menores y exponiéndolas sin permiso en redes sociales
No entraré a exponer si creo acertada o no la crítica a las familias: pero sí me parece prioritario hablar sobre la demonización que han sufrido los niños, señalados como vectores principales de contagio. Al principio de la pandemia quizá tuviera más sentido dado que, al ser una enfermedad respiratoria, se dio por supuesto que actuaría de forma parecida a otros virus como el de la influenza, en los que los niños sí son vectores mayoritarios. De ahí que una de las primeras medidas fuera el cierre de colegios y el confinamiento de los más pequeños en sus casas.
Han pasado ya cuatro meses desde que empezó oficialmente la crisis en Wuhan y ha dado tiempo a avanzar en el conocimiento de la enfermedad. Sin embargo, no parece que el Gobierno haya podido estar al tanto de lo que concluían estudios serios publicados en revistas científicas de peso internacional. Estudios sobre poblaciones tan distintas como Wuhan, Madrid, Estados Unidos o Países Bajos, entre otros, han coincidido en que de todos los enfermos de coronavirus sólo el 2% representa a menores de 20 años. Este porcentaje disminuye conforme los sujetos estudiados son más jóvenes: niños de hasta 10 años apenas se contagian. Parece ser, además, que lo único que se ha podido comprobar es que la transmisión se produce de adultos a niños, pero no en sentido inverso.
Es también llamativo el estudio publicado en Islandia, donde realizaron un test masivo poblacional: de los 848 niños testados asintomáticos y sin factor de riesgo, ninguno resultó positivo. De los que sí presentaban factores que indicaban que podían haber enfermado (bien con síntomas o por haber estado en contacto con enfermos), sólo el 6% dio positivo en coronavirus. No es de extrañar que, ante la evidencia científica, algunos países de nuestro entorno hayan decidido rebajar las medidas de confinamiento en niños e incluso volver a las aulas, como es el caso de Francia, Alemania o Dinamarca. Los motivos no son sólo los expuestos: también se ha tenido en cuenta la salud mental de los propios niños, así como los costes económicos que supone mantenerlos en casa. Ya se ha comprobado que el cierre de los colegios evita en mucha menor medida la tasa de transmisión del virus que otras medidas, tales como instar a respetar la distancia de seguridad o usar mascarilla.
El director general de la OMS pidió el 12 de marzo buscar el equilibrio entre protegerse contra el coronavirus e intentar disminuir los efectos negativos del confinamiento, tanto sanitarios y sociales como económicos. Y, por supuesto, respetando los derechos humanos. En este sentido, y gracias a la falta de información veraz que nos llega a los ciudadanos, los niños han visto vulnerados sus derechos más fundamentales, empezando por el derecho a la salud mental. En Wuhan concluyeron que, tras el confinamiento, un 26% de los niños mostraba signos de depresión y un 19% sufría ansiedad. La demonización que están sufriendo por una parte de la población es realmente preocupante, y es deber de este Gobierno aclarar este tema y difundir información fundamentada y honrada. Aunque mucho me temo que eso sería pedirle demasiado.
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