Txapote: borrado sea su nombre

Que te vote Txapote

Francisco Javier García Gaztelu, que es como se llama el mediático Txapote, no es un asesino cualquiera. Tampoco es la caricatura siniestra con la que se le suele dibujar. Qué cruel era, qué sanguinario, qué sonrisa tan terrible. Es mucho más y mucho menos que eso. Las almas bellas suelen regodearse en el supuesto placer que experimentaba cuando cometía un asesinato, pero la verdad es que no lo hacía por placer ni por odio, sino por sus ideas y porque era su trabajo. Los asesinatos de García Gaztelu eran una parte vital de la estrategia política de la izquierda abertzale, y quienes disfrutaban no eran Txapote y sus compañeros de ETA, sino algunos de los compañeros de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, José Luis Caso, Manuel Zamarreño o José Ignacio Iruretagoyena; concretamente, los concejales de HB, que hoy adopta el nombre de Bildu.

Disfrutaban en el sentido más terrenal, más plano y más pragmático posible. Lo fácil es imaginarlos tras cada atentado con una sonrisa maliciosa y brindando con champán, como los villanos de las películas, pero la realidad siempre es más sucia que la peor de las ficciones, porque es real. Disfrutaban porque cada asesinato de ETA les daba dos metros más de pueblo. La creciente influencia de la que Bildu presume hoy no es fruto de su acercamiento a las vías políticas, sino de su sistemático y continuado apego a la violencia. Y también de la sistemática y reciente renuncia moral de buena parte de los españoles, que han elegido ver en Bildu una historia de ejemplaridad ética.

La irrupción del lema ‘Que te vote Txapote’ en campaña ha sorprendido a todos. Llevábamos años señalando la indecencia de pactar con Bildu, de normalizar a Bildu -en esto han colaborado muchos más que los líderes del PSOE– y del propio Bildu sin que calara el mensaje. De hecho, muchas de aquellas denuncias contaron con la contradenuncia de quienes hoy se escandalizan por el eslogan callejero. Ander Gil, socialista y hoy presidente del Senado, escribió lo siguiente en noviembre de 2018:

Se lo decía a José Antonio Ortega Lara, presente en el acto; a Fernando Savater, que dio un discurso; y a Beatriz Sánchez Seco, superviviente del atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, que fue la primera en hablar.

Fernando Savater y Maite Pagazaurtundúa, que de ETA y la izquierda abertzale saben algo, fueron a Alsasua, a Rentería o a Miravalles para denunciar y exponer el ambiente moral hegemónico en el País Vasco. Vinieron a decir que la coacción de la izquierda nacionalista no sólo sigue existiendo, sino que ni siquiera genera escándalo. Les dieron la razón. Los asistentes al acto de Rentería tuvieron que atravesar escoltados un pasillo de odio para salir del pueblo. En Alsasua les habían dejado un montón de estiércol en la plaza donde iban a hablar, e interrumpieron los discursos con campanadas y altavoces. Y en Miravalles pasearon por unas calles decoradas con fotos del etarra Ternera junto a una frase: ‘Maite zaitugu’, (te queremos). Finalmente, en Miravalles entró en escena la Brigada de desinfección antifascista de Bildu, para limpiar con lejía el suelo que habían pisado Albert Rivera y Maite Pagaza.

Con todo esto decidió transigir, pactar y firmar un manifiesto a favor de la democracia el PSOE

Con todo esto decidió transigir el PSOE. Con todo esto decidió pactar el PSOE. Con todo esto firmó el PSOE un manifiesto en favor de la democracia. ‘Que te vote Txapote’ no se dirige al etarra García Gaztelu, sino a Pedro Sánchez, a su Gobierno y a su partido. Ander Gil, Antonio Maestre o el propio Pedro Sánchez piden que no se use «por respeto a las víctimas». Coinciden con Bildu, que pide lo mismo, también «por respeto a las víctimas». Y desde luego coinciden con algunas víctimas. A otras, en cambio, les parece bien, porque ‘las víctimas’ no son un sujeto. Y aunque pudieran decir algo de manera unánime, eso no haría que lo dicho se convirtiera en verdad indiscutible.

Hay una confusión esencial respecto al terrorismo en España. No es lo mismo defender a las víctimas por el rechazo a los asesinos que rechazar a los asesinos por defender a las víctimas. Lo innegociable es el rechazo, no la empatía. Ese rechazo es deber de todos y nadie puede exigir que se pida permiso a nadie para mostrarlo. Entre otras razones, porque todos los españoles fueron marcados por ETA. Algunos de ellos fueron elegidos para recibir directamente la bala, la bomba, la extorsión o la invitación a largarse, pero el objetivo no era asesinar o amenazar a esas personas concretas, sino conseguir determinados objetivos políticos mediante los atentados. No consiguieron los máximos, una Euskadi socialista e independiente, pero sí consiguieron que en Euskadi la izquierda y el nacionalismo fueran hegemónicos tras la anulación de los sectores contrarios a esas dos visiones.

El rechazo a Txapote, ETA y Bildu debería ser el principal consenso político entre los españoles; no lo es

El rechazo inquebrantable a Txapote, a ETA y a Bildu debería ser el principal consenso político entre los españoles. No lo es. En su lugar se ofrece la convivencia, el respeto, la empatía y la sensibilidad con el sufrimiento de las víctimas, palabras celestiales construidas para poder descender hasta el pozo del silencio y el olvido. Justo hoy se cumplen 26 años de la muerte de Miguel Ángel Blanco. Hace un año Gogora, el Instituto de la Memoria del Gobierno vasco, publicó un vídeo en su recuerdo. En los cuatro minutos de duración no aparecía lo más importante: quién lo asesinó. No se mencionaba a ETA. No aparecían Ibon Muñoa, Irantzu Gallastegui ni José Luis Geresta. Y no se nombraba a Francisco Javier García Gaztelu.

«Imagina, Xabier, que cuando vuelvas al pueblo todos los jóvenes conocen lo que hiciste, y que les importa. Aunque sea sólo durante unos minutos». Así cerraba uno de los últimos textos que escribí en esta página. Probablemente más de un joven navarro habrá llegado estos días a casa y por la mañana, después de la fiesta, habrá dirigido a sus padres una complicada pregunta: «¿Pero quién es Txapote?». En la respuesta a esa pregunta, y en la propia pregunta, se halla la única política de memoria que importa.

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