Serena pero salvaje

Serena Williams US Open 2018

La última víctima de Occidente se llama Mark Knight y es caricaturista, australiano para más señas. Lleva treinta años dibujando para los medios más importantes del país y se ha dado el gusto incluso de recoger algunos premios por ello. Sin embargo, hay algo contra lo que no ha tenido más remedio que claudicar: la temida hipersensibilidad pública, más algodonosa que nunca, tras dibujar a la tenista Serena Williams enfadada. Que es, por otra parte, su estado natural en la derrota. Serena, una fuerza notoria de la naturaleza y por descontado un prodigio deportivo, no esperaba perder la final del US Open frente a la japonesa Naomi Osaka, y la emprendió con el árbitro, llamándolo entre otras cosas «ladrón» y después, «sexista», lo que le ha valido una importante multa, fuera por compromiso. Mark Knight tuvo la ocurrencia de inspirarse en la pataleta para criar una viñeta para el altamente respetado arte gráfico, que siempre puede permitirse unas licencias creativas y quasi editorialistas que un escritor al uso no, pero se encontró enfrente, entre otros, al Washington Post, que lo acusó de replicar en las líneas de Serena los rasgos distintivos de las viñetas racistas de los siglos XIX y XX. Por ejemplo, dibujándola con labios gruesos. Paradójicamente, componiendo la oligofrenia encontramos también que otra de las críticas viene por el blanqueamiento de la rival, caucásica a discreción sobre el papel cuando se trata de un ser humano mestizo de atributos asiáticos y piel morena.

Como quiera que sea que el mundo no ha decidido si hay que dibujar a los negros pareciéndose o no a sí mismos, la cacerolada de la semana no tendría por qué ir más allá de eso: un rato a los pies de los caballos por capricho de los genuinos predadores de la libertad, que da la casualidad de que hoy día controlan medios y recursos de notoriedad contrastada. Pero este caso en concreto alcanza detalles no tan delineados ni definidos con la censura comodín de los géneros periodísticos: porque Serena Williams en efecto es negra, de color si se prefiere, una mujer de labios gruesos que no cuenta la transigencia entre sus virtudes y que además tiene todo el derecho del mundo, faltaría más, a enfadarse. Me pregunto si existe en estos momentos algo más racista que negar a cualquier raza o sexo -porque el dibujo también ha sido declarado sexista- su innata razón para comportarse a placer, salvo que alguien esté pretendiendo orquestar unos tipos ideales cuya heterogeneidad precisamente ofendería al incuestionable libre albedrío que en la práctica debería servir el estar vivo. Y sí, sí lo hay: todavía más racista que esa plana condescendencia es pretender que a los negros no se les dibuje con rasgos de negro. Que se les aplique un whitewashing de catálogo, vaya.

Mark Knight, él sí, es víctima del sistema: pues pese a intentar enfriar la polémica en las horas sucesivas a la publicación de su viñeta con un humor sereno y tibio, finalmente se ha autoimpuesto la desaparición de Twitter y Facebook, porque balanceando su carrera habrá decidido que no merece la pena luchar con según qué molinos. Mucho y mejor se ha publicado ya contra el bullshit y el innegociable poder de la turba (cada día más sofisticada como actor político e ideológico) como para poner en jaque una trayectoria periodística sin mayor eco hasta que tocó los dos tabúes modernos: raza y sexo. De tenis, por supuesto, se ha dejado de hablar de inmediato, y eso que los que han podido opinar han rechazado tajantemente las acusaciones de Serena al árbitro. Conviene recordar que ni siquiera en frío Serena es capaz de reconocer su error y todavía insiste en que algo en el mundo del tenis apesta a heteropatriarcado normativo. Sesudos consultados de esta parte coinciden en que ni de coña, cuando no al contrario: que de hecho a Serena se le suelen pasar por alto cosas que, en fin. Con razón se anda en un posible boicot a la WTA y la USTA, que se han ido al equipo de Serena. Y bueno, no hace falta recurrir a expertos en tenis para entender que pretender normas diferentes -o aplicaciones diferentes-, más laxas, suaves o indulgentes con las mujeres constituye en sí la más redonda prueba de sexismo real sobre la tierra.

La subcampeona venía además de una más razonable polémica contra Bernard Giudicelli, presidente de la federación francesa de tenis, que quiso afearle que jugara con un traje postparto de licra («Es inaceptable»), desconociendo seguro que lo hacía por razones terapéuticas. Alizé Cornet, compatriota del presidente y rival varias veces de Serena, fue sancionada poco después por quitarse la camiseta en la pista tras darse cuenta de que la llevaba al revés. Alizé aprovechó la atención de los medios a la anécdota para aceptar lo que fuera con resignación y enseguida se embarcó en la lucha feminista de Serena: «Lo suyo es 10.000 veces peor». En la derrota final, a Serena la llevaron demonios propios y también ajenos. En nombre del feminismo se pueden cometer, y se cometen, atrocidades intelectuales que en el mejor de los casos chocan frontalmente con la noble razón original. Lo que la agenda y sus fieles no parecen tener en cuenta es que en esta carrera por cargarse de razones artificiales que no pretenden más que espolear a sus ideólogos -los titiriteros de siempre, solo que ahora con más caracteres-, se están apropiando entre otras cosas de ese carácter hiperbólico que los mismos viñetistas se arrogan por derecho para enfatizar sus trabajos. Si de por sí es complicado distinguir a los verdaderos activistas de sus parodias, qué no se extraerá de exigir a los árbitros connivencia con la mujer deportista y al periodismo ese casposo y postcolonial olvido de la observación de la realidad.

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