Después de otro final de temporada indigesto para el hampa, Zinedine Zidane se ha abierto la puerta para salir a respirar. Como era lógico, la masa lo ha interpretado al unísono como un problema de desgaste, algo que él mismo refería, lacónico como acostumbra, con vistas al medio plazo. Bien haría el centinela de temporadas a recordar, si le deja la urgencia contemporánea, que entre noviembre y enero Zidane fue la figura más controvertida y cuestionada en el Real Madrid. El por qué es ya asunto mayor, porque compete al cuarto poder y sobre todo a la desmemoria. Tras la eliminatoria de Copa ante el Leganés remontada en el Bernabéu por el equipo del sur de Madrid, Zidane fue tajante a su manera: «Estoy enfadado conmigo mismo, no con mis jugadores. Mañana será otro día, pero hoy es un fracaso para mí». En la anterior ronda del mismo torneo, tuvo que meter a Casemiro por Borja Mayoral para frenar a un Numancia de segunda división que crecía sobre el césped y olfateaba la machada como en los tiempos de aquel fútbol de antes que añoran los yonquis de la nostalgia. Será una de las varias causas, insondables para la mayoría -en la medida en la misma mayoría no había presagiado su decisión-, que lo aburrían. Dos días antes de su renuncia, el diario Marca contribuía al tradicional baile de futuribles con una pregunta en portada: ‘¿Los quieres, Zidane?’. Esto de parte de los profesionales mejor informados del medio más leído. Como para adquirir durante el duelo cualquier intento de aproximación a la casuística por parte de una élite que, otra vez, ha sido atropellada por lo aparentemente imprevisible, que no fortuito. Un tema recurrente que en política ha ofrecido pingües beneficios a la oposición: no en vano, el fenómeno de las fake news sigue dirigiendo, lo cual es su objetivo prioritario, la voluntad de sus consumidores elegidos no precisamente al azar. Si a estas alturas de la película no hemos aprendido a retirar informaciones parciales y titulares sonoros de la mesa de debate, bien haríamos en no sorprendernos tampoco cuando se consumen las desgracias.
Florentino, afectado, parecía hacer cuentas por debajo de la mesa antes de volver al mundo real del que la marcha de los últimos dos años y medio le había parecido sacar en lo tocante a la intolerancia del fútbol. Quien sabe un poco de esto sospecha también que esa corriente en absoluto silenciosa contra el gramaje técnico del Zidane entrenador va a ganar la partida por los pelos, pese a los reconocimientos explícitos de rivales de antaño como Carles Puyol o el mismísimo Pep Guardiola. Han puesto más excusas al tramo victorioso de Zidane los periodistas que los derrotados que ha dejado a su paso, lo cual ni es sorpresa ni debería afectar lo más mínimo al recuerdo de su trabajo. Un auxilio muy socorrido en las horas posteriores a su dimisión fue el rescate del componente suerte. Zidane ha ganado tres Champions League seguidas -algo inédito, cabe recordar- porque ha tenido suerte. Lesiones rivales y demás. Esto es sinopsis de cabecera. Esto y la improvisación. Zidane fue muchos equipos y ninguno a la vez, se ha llegado a publicar. Esto a pesar de que el Real Madrid lograra, tras años de peajes entre preparadores muy distintos en el método, un once de carrerilla que ahora pende de un hilo. A pesar de eso, que es una garantía para cualquier proyecto, y a pesar de la concienzuda omisión de los detalles particulares a los que el propio Madrid hizo frente desde que el técnico cogiera al equipo en enero de 2016. Por ejemplo, y sin profundizar demasiado: el Madrid de la 2017-2018 sufrió una de las peores plagas de lesiones que se le recuerdan. Prácticamente ningún jugador de la primera plantilla terminó el curso sin haberse perdido al menos dos o tres partidos consecutivos e importantes, y muchas ausencias se solaparon. De hecho, se tiende a elucubrar de manera condescendiente que Zidane fue un prodigio de la gestión por su pasado como futbolista, y que en consecuencia el rendimiento de su famoso plan B durante el año del doblete fue posible gracias a lo espiritual, cuando tras muchas titularidades se escondía en realidad la urgencia.
Cuando se trata de paliar la crítica y suavizar el evidente rencor partidista en la apreciación de la era Zidane, se le admite a su Madrid otra virtud etérea: el reconocido en las apesadumbradas tertulias como «gen ganador». Que no es más que otra forma, sesgada, de menospreciar el talento. Cuesta explicar que un equipo por el que han pasado algunos de los mejores entrenadores y jugadores de la historia no haya ganado más, o antes, si es cierto lo que se escribe sobre su predisposición genética. La realidad es mucho más simple: un mero gestor no es capaz, porque no está preparado para eso, de reunir estos conjuros para cebar y sostener la ambición de personas tan exigentes, ambiciosas y en ocasiones egoístas como las que a menudo habitan en un vestuario profesional de fútbol. Lo intenta, porque conseguirlo es otra historia, un profesional, mejor o peor preparado para la competición, a través de una idea y de un sistema, o una disciplina, que le sirva soluciones en función de cada problema. Por eso Zidane tuvo que renunciar a Benzema o a Isco, o a Bale: y por eso ha sostenido la carrera de jugadores del tipo de Kovacic, Morata hasta su salida o Lucas, por no hablar de la consolidación de los Casemiro, Keylor o Varane. Aunque sus detractores finjan indiferencia, no hay más que echar un vistazo entre líneas a sus cartas de despedida para notar que Zidane ha sido bastante más que un entrenador para el Real Madrid de Florentino. Ha sido su mejor entrenador. El mejor en el club en décadas, no sólo en lo que respecta a títulos, que es el atajo para la narrativa madridista: sino también, y quizá esto no volvamos a disfrutarlo nunca, en lo relacionado con su fría administración de una idea integral -en el césped y fuera de él- del fútbol. Por eso se marcha sin haber perdido una eliminatoria de Champions, ganando batallas tácticas a monstruos como Allegri, Simeone, Klopp, Emery o Ancelotti. Da la impresión de que abandona una mente privilegiada de este deporte, que inundada, ha aflojado en la batalla contra su tibia y simple definición.
Foto de portada / Goal.com