Augura la demoscopia no autorizada por el Gobierno que Yolanda Díaz y su proyecto para las generales, Sumar, vienen a fragmentar el voto útil de la izquierda y a sepultar la última esperanza de Podemos de consolidarse en puestos de vigilancia relevante. Tanto es así que Pedro Sánchez habló, curiosamente tras visitar a Giorgia Meloni en Roma, de encajar las piezas del puzle. Curiosamente, porque Meloni es todo lo que la izquierda rehén del PSOE no permitiría ser a Yolanda Díaz en el normal ejercicio de sus funciones: una fuerza de ruptura.
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Como siempre en el caso del presidente más críptico de la democracia española, hay que ir a la nota del autor: presuponiendo el inviable de que Díaz y Podemos encajen nada de aquí a celebrar la siguiente fiesta de la democracia -toda vez que Sumar ha evitado la trampa del 28M-, habrá que desnudar primero la causa que Sánchez atribuye a la izquierda, a su izquierda, en el mapa de España de aquí al día de las urnas. Una tarea esencial una vez probada, a la fuerza y por desgracia, su máxima personalista: las siglas son un medio, nunca un fin.
El que fuera su titiritero de campaña y primer, Iván Redondo, ha advertido en sus medidas intervenciones mediáticas y con carácter inalterable de experto que Sánchez calcula a la carrera un movimiento de impredecible calado social: consagrar el socialcomunismo, etiqueta que tanto parecía irritarle cuando la oposición hacía referencia a sus todavía dudosas cercanías de gobernabilidad. De hecho, Yolanda Díaz nunca ha renegado de la ideología de la pobreza, ni siquiera ejerciendo como ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda.
El fulgurante ascenso de Díaz, espoleada primero por el mismísimo Pablo Iglesias -ahora quebrado por su igualmente fulgurante merma en lo que él creía omnipresencia- responde a la necesidad de superar la herencia de la facción postadolescente de Podemos como proyecto antisistema -en aquel momento, antizapatero y por añadidura, antisocialista-. Recordemos con una ancha sonrisa que para Iglesias el PSOE era «el partido de la cal viva» y que uno de los gritos fundacionales de aquella performance embrionaria era precisamente «PSOE, PP, la misma mierda es».
Díaz es el poste al que atar la presa del neo-indignado, un nuevo antisistema que va a vaciarse en parasitar el europeísmo una década después de repudiarlo
Por eso no es de extrañar que al votante promedio de Podemos, ahora inevitablemente más viejo -no obligatoriamente más maduro, pero seguro que sometido a otras necesidades- pueda llegar a seducirle la adición de Díaz al espectro sanchista, que no socialista, redundando en esta idea de recabar para el proyecto común de la macro-izquierda regenerada a una masa incierta de ciudadanos que ya no se autoperciben como indignados, sino como víctimas de la indignación. He aquí otra de las claves del advenimiento de Díaz: es el poste al que atar la presa del neo-indignado, un nuevo antisistema que va a vaciarse en abrazar y parasitar el europeísmo una década después de repudiarlo y trabajar concienzudamente en menospreciarlo.
Sumar es, al final, el proyecto con el que Díaz va a homologar la marca comunista para vincularla al PSOE sin que por el camino se pierdan las esencias de un estado de descomposición de las ideas que es el que denuncia la facción más ideologizada del espectro más a la izquierda. Eso lo saben en Podemos y de ahí el desprecio público («No seremos un adorno del PSOE», en palabras de Ione Belarra). Luca Constantini, uno de los periodistas mejor informados de España y cercano a la actividad y trayectoria de los líderes originales de Podemos, ha enfatizado esta fabricación exacta de la lideresa como rémora, en el sentido puramente zoológico y no necesariamente político, de un sanchismo a la deriva que todavía tiene que convencer a Europa de su permeabilidad en tareas de administración presupuestaria y compromiso social.
El mayor de los desafíos de Sumar es anestesiar y discriminar a esa derecha que fantaseba con lideresas autárquicas o independientes que no ha visto correspondida su aspiración
Otro de los fenómenos que revela el momentum Yolanda Díaz es el de la tumefacción de un órgano electoral conservador, más implicado en escuchar al pueblo que en entender sus llamadas de atención. Dicho de otro modo, el sentimentalismo parece haber cambiado de bando y ahora juega en el idioma de la derecha -como la propia indignación-, razón suficiente para que Sumar haya incorporado, por ejemplo, el rosa corporativo o la condescendencia narrativa. También ha arriesgado en lo que conocemos como bullets, puntos clave de su política: cuidados, atenciones, dependencia. El abecedario acostumbrado de lo que izquierda, su sindicalismo y el entregado rodillo mediático han significado en España desde que se dice un Estado democrático, drásticamente enfrentado al discurso de autosuficiencia de aquella izquierda rebelde, ácida y al margen de la normal convivencia que Podemos nunca escondió ser.
Pero sin duda el mayor de los desafíos que enfrenta Díaz como producto de márquetin político es la anestesia y discriminación de ese caladero pseudo-racional a la derecha que fantaseaba, con permiso de Vox, con lideresas autárquicas o en apariencia independientes y que no ha visto correspondida esa aspiración visceral. La contundencia con que Sumar se autoproclama ‘cambio’ -signo de conformidad alineado con la parsimonia civil española- no es más que continuismo, un toque de atención a esa derecha que parece haber renunciado a disputar el sanchismo para contemplar, en moderado y equidistante silencio, cómo éste se enriquece con la fuerza estética del comunismo chic entre bocanada y bocanada agónica de aire.