Nacho Fernández debe ser uno de los muy pocos futbolistas del Real Madrid que puede permitirse pasear por la calle -¡de su ciudad natal!- sin que esto le represente una ilíada posmoderna; tal es el orden con el que vive fuera del campo que esta reflexiva y anacrónica virtud se representa también en lo que es el desempeño de su trabajo. Nacho es defensa, defensa polivalente además: aunque ha destacado como central en las duras, se ha desempeñado correctamente de lateral -en lado propio o extraño- en las maduras, o igualmente cuando apremiaba. Guardián del escudo y de su casa, ya ha sido tentado en anteriores entrevistas por su bondad y su insólita faz, y llegará el día en el que tras mucho rumiarlo devuelva la pelota a quien tenga enfrente y le desafíe a explicar por qué lo ordinario pertenece ahora, de pronto y como en una psicotropía de terror, a lo insurgente.
El plumilla se quedará sin respuesta porque la paradoja se explica sola, sencillamente mentándola: Nacho Fernández, hombre joven de club y referenciado por su educación y sus maneras por compañeros y técnicos con los que ha coincidido en su aventura profesional, acuna valores del hombre y del madridista que se creían extintos. Se destaca a menudo de él su sencillez y tibieza en lo futbolístico, e incluso su honrada disposición a ayudar en todo momento sin torcer el morro, como si a esta fidelidad hubiera que achacarle alguna nueva amoralidad: y se dice que cumple, con intención, cuando salta a jugar y en vez de encender fuegos artificiales y lidiar con los demonios se dedica a hacer lo que toca y a salir victorioso en casi todas las ocasiones que se lo propone.
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Nacho Fernández perdió por última vez con el Real Madrid el 8 de noviembre de 2015 en un partido de liga contra el Sevilla en el que salió de inicio. Han pasado 400 días; y aunque es cierto que al jugador se le resiste la titularidad decretal porque compite con los mejores en uno de los mejores clubes del mundo -históricamente irrefutable-, es igualmente obvio que uno le deja el espacio de la defensa con la misma certeza con la que le fiaría a un hijo. Podríamos plantearnos, acaso y aplazando el pudor, si un futbolista salido de la cantera que apenas alza la voz pero que siempre que habla lo hace desde el estómago de líder templado no merece más consideración diaria que la de un cumplidor que acata y es feliz. Principalmente porque Nacho no existe en el Real Madrid sólo por diligente: es un custodio fetén.
Además se da la circunstancia de que toda esta trayectoria le ha servido para defender también los colores de España. También cuando un seleccionador lo cita, pese a que sus apariciones con el Real Madrid se cuentan a menudo gracias a las bajas e indisposiciones de todos los defensas que suele tener por delante, se elucubra un cirro de duda. ¿Nacho? ¿Por qué? Claro, porque juega en el Real Madrid, alega una voz que acaricia altisonante desde el rincón más oscuro del odio. Bueno, no es una mala razón per se, pero sí descansa sobre un enunciado leonino: Nacho es un futbolista cumplidor, lo que significa que camina prácticamente sobre la cuerda de la certezas que los hombres raros que repudian el honor creen antiguas y desechables. Pintamonas, vaya, a los que más les valdría cumplir en lugar de restar.