Mientras enumerábamos cancelaciones y aplazamientos de estrenos más sonoros, nadie nos advirtió que a la vuelta de este simulacro de apocalipsis nos esperaba, como agazapada, una de las películas revelación del terror de 2020. Voces, del debutante Ángel Gómez Hernández, un jovencísimo andaluz multipremiado durante su prolífica etapa de cortometrajes, abre con un ritmo y un sonido de reminiscencias contemporáneas fuertes, y no cede casi terreno a la improvisación hasta el mismo final, tan tremendo que es inevitable no sentir, al abandonar la sala, cierta sensación de devastación. Esta no es para nada una película cualquiera, y a su empaque original -es innegable el peso de esta voz, aun novel- añade ciertos recuerdos enriquecedores, resultando esta memoria de otros clásicos un motivo narrativo más en lugar de un tibio homenaje, como ocurre en otras ocasiones.
Valoración
Se da la circunstancia de que a una buena idea -el guion está escrito a ocho manos- le acompaña la firma de un director de fotografía icónico, Pablo Rosso, un clásico en el género y los ojos que veían tras la saga REC, además de en nombres contemporáneos como Verónica, Quien a hierro mata, El internado o Mientras Duermes. Por eso a cada encuadre, cada luz titilante, cada mirada rota y cada grito le acompaña siempre ese aroma irrenunciable del trabajo honesto, cuidadoso y perfeccionista. Escena tras escena, Voces se empeña en crecer y situarse en el debate como esa gran película de terror que España andaba buscando en los últimos años y a cuyo concurso se han presentado, y con tantos argumentos de fuerza, diferentes nombres y títulos que han contribuido al ya evidente resurgir del fantaterror patrio.
Voces empieza con un diálogo importante y una tragedia a priori menor que se revelará a los personajes más adelante, cuando ya es demasiado tarde. La película no contemporiza y evita cualquier espejo con otras que necesitan abrir un aparte para explicarse. Por otro lado, un primer acto tan impactante, además de elevar la exigencia, advierte que este será un viaje con aristas. Es necesario prestar atención a los primeros minutos para entrenar unos nervios que ya no dejarán de sufrir hasta los créditos finales. Aunque Voces toca con los dedos las grandes películas de fantasmas clásicas, comparte estructura y clímax con la inolvidable Burnt Offerings (Pesadilla Diabólica en España), la redondísima obra de Dan Curtis que se atrevió a mirar al terror a los ojos sin concederle especial humanidad.
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Además de esta influencia mayor, hay que volver al espíritu metarreferencial de Voces, algo que abarca todo el espectro interpretativo. Por ejemplo, lanza una similitud integral con la estructura de Poltergeist, primero con la familia abatida al borde del colapso y posteriormente con los médiums que se enfrentan a lo desconocido con una necesidad íntima. También en los terrores nocturnos del niño, las sombras en las paredes y el juego de ángulos en una habitación doblada en dos -partida por una cortina, símbolo del otro lado al que conduce la habitabilidad de esa casa maldita-. En esta miniatura participan Ramón Barea y Ana Fernández en los papeles de padre e hija todavía afligidos por la pérdida que, en encarnizada lucha contra la razón, buscan amortiguar, si no reivindicar, mano a mano con lo desconocido y siempre sin temor a las consecuencias inciertas -habitualmente fatales-. En la segunda mitad de la película es relativamente fácil soltarse del sufrimiento central para detenerse en este más verosímil, que te distrae mientras el horror avanza entre paredes.
Todo el misterio que germina en iconografía del más allá despliega una pasarela a la muerte, invitación al subterráneo -siempre tan simbólico- como extensión del infierno concéntrico al que uno baja a encontrarse. Aquí es inevitable acordarse de La escalera de Jacob pero también de la reciente Daniel isn’t Real. Rodolfo Sancho, imperial, da réplica exacta a Toni Collette en Hereditary como padre doliente a quien cada golpe lo degrada más y más a un nivel que proyecta el sufrimiento directamente de la pantalla a la butaca. Y en mitad de su catarsis -con micro homenaje a una de las mejores películas de terror de todos los tiempos, The Changeling-, se sucede imaginería de aquelarres, torturas inquisitivas, cuentas pendientes y apariciones sádicas y enfermizas universalizadas en los últimos años por el Warrenverse, pero que tiene más de la obra de Mario Bava -hasta de la Posesión Infernal de Sam Raimi- que de cualquiera de las entregas de este microcosmos moderno de jump scares.
Si el calendario de estrenos y la nueva anormalidad lo permiten, Voces satisfará sin duda a los buscadores de oro a los que el terror de los últimos años en nuestro país no les parecía llegar. Es una película completa, oscurísima y desgarradora, de puro terror familiar con contados tópicos, en la que cabe detenerse a disfrutar sufriendo antes de que la velocidad del mundo real la disuelva con brochazos mundanos. Una pesadilla que te obliga a administrar la respiración para que la última secuencia te ahogue una exclamación en lo alto de la garganta.
LO MEJOR : Bebe directamente de clásicos incuestionables pero imprime un carácter, una narrativa y una fotografía especiales. Sustos medidos, desazón creciente, buenas interpretaciones y terror de autor.
LO PEOR : Durante un tramo coquetea con lo paranormal como amenaza en lugar de como complemento, lo que puede llegar a comprometer el fin último de tragedia inevitable. Sin embargo, cada duda se resuelve con un golpe de efecto superior.