El Real Madrid lleva tantos años usando la intensidad como paliativo en las disculpas públicas que al final ésta le ha construido al equipo un parapeto demoledor. Como simplificar es de sabios, quedará que el Madrid de la 2018-2019 fue un equipo poco intenso. También pasará a la historia como el año en que el club confió en Julen Lopetegui -y la plana mayor de su cuerpo técnico- para relanzar una marca en suspenso y después ajustarle cuentas con un comunicado de despido desproporcionado y a todas luces improcedente. El equilibrio de responsabilidades en la derrota está más repartido que nunca, y es vertical. La 2018-2019 ha sido la temporada del final de tres inmarcesibles del lustro ganador más prolífico, bello y seductor que recuerda el madridismo vivo: Isco, Marcelo y Bale. Tres ilustres por los que el tiempo y la decisión han pasado aliviando la innombrable tensión competitiva, tan exigida que ha acabado partiéndose y distribuyendo metralla a discreción. Como la planificación deportiva ya era discutible desde finales de agosto, independientemente de la Supercopa de Europa perdida ante el Atlético de Madrid, la amortiguación del golpe pasa por un accidente histórico que cada cual recordará a su manera. Lo único cierto es que el Madrid ha muerto en invierno, algo a todas luces impropio. No por nada el equipo de campeones y subcampeones de Europa pero sobre todo del mundo está repitiendo números de quince años atrás, cuando Carlos Queiroz. Queiroz llegó al Real Madrid con un currículum por esmerar y salió igual. No es habitual que alguien que pasa por el Real Madrid salga peor de lo que ha llegado. Pasó con Queiroz y ha pasado con Lopetegui.
✍🏻 El salto imposible, por Alberto Egea
Santiago Solari, que se encontró la misión y ascendió de interino a capitán general por imperativo burocrático, es responsable en una medida muy calculada. Suyas han sido las decisiones de relevar a los tres futbolistas nombrados arriba, como también la de cerrar el paso a Dani Ceballos o Mariano Díaz, el siete después del siete. Aunque parecía querer manejar medios y vestuario con una doble estrategia de acero y elástico, las citas decisivas lo han desnudado. Se encontró el problema pero de todo cuanto pudo solucionar apenas intentó alguna cosa. Y desde luego, por acción más que por omisión, como ha ocurrido con el paso adelante de Reguilón en un lateral zurdo vago de magia y coto otra vez de la casta y la decisión. Reguilón es, en este sentido, un lateral muy italiano, del tipo de lateral que gusta al que prefiere conservar. Imagino que Reguilón sería un defensa muy valorado por, por ejemplo, Joachim Löw. Sea como fuere, Solari ha demostrado no estar preparado, todavía, para extender al césped lo que quiere del fútbol: todas las sonrisas que regaló en ruedas de prensa previas demacraron su cara en el 1-4 al Ajax. Un partido en el que todos parecían al borde del colapso, o de las lágrimas, incluido el entrenador. Una imagen nunca vista. Lucas Vázquez y Vinicius salieron lesionados y cabizbajos, con minutos de diferencia. Roturas por estrés. Carvajal, al final del partido, terminó con la voz quebrada titulando el año del Madrid como «una temporada de mierda». Un título perdido, otro ganado -el Mundial de Clubes– y sobre todo, tres olvidados a primeros de marzo, en vísperas del 117 cumpleaños que el club, fiel a su estrategia de comunicación anodina, clásica y pasada, inerte fría y pasmosa, ha llegado a celebrar en sus canales oficiales. Mientras no desaparezca, algo que no entra en los planes ni de los irredentos más optimistas, el Madrid al menos tendrá estas cosas que celebrar.
Entrenadores y futbolistas son las víctimas principales. Las palabras de Luka Modric en la previa del partido contra el Ajax extrañaron por transparentes: claro que el club esperaba más de muchos jugadores en ausencia del que sujetó la corona del escudo durante una década. El croata dio nombres. Uno de ellos, Marco Asensio. El balear ha precipitado su valor justo esta temporada que empezó con el Liverpool planteando un acercamiento: pero acaba de cumplir los 23, edad ideal no necesariamente para tirar del carro -igual no es el tipo de persona o jugador como para confiarle esta responsabilidad- sino para rehacerse. Ser importante. Otro de los mantras del Madrid moderno es ese: hacer importantes a todos. La responsabilidad ventral se diluye y consolida una heterogeneidad más propia de grupos de reservas que de equipos que lo pretenden todo. Pero así hizo Zinedine Zidane el doblete en 2016. Pronto las dudas se deslizarán hacia José Ángel Sánchez, responsable, se entiende, de lo deportivo mano a mano con Florentino Pérez. Ya hay runrún. Esto no es sólo cosa suya, ya hemos dicho que las derrotas esta vez vienen con muchos padres y alguna que otra madre. Por ejemplo, habrá que cuestionarse si Sergio Ramos estaba en sus cabales cuando reconoció de propia voz que el 1-2 en Ámsterdam era un resultado válido para forzar una amarilla y la consecuente ausencia en la vuelta. Nada de lo que pasa en el Real Madrid es fruto de la casualidad, ni siquiera el triunfo pese a lo razonado de sus antis. Y ahí es donde descansan muchos de los escépticos: como perder es lo normal y todos los ciclos tienen fecha de consumo preferente -a poder ser, durante el verano previo a la catástrofe sospechada-, no queda otra que esperar a que se consuma esta temporada de mierda, para recuperar la ilusión con algunos titulares, despedir como se merecen a aquellos que ya no volverán de sus crisis y recordar, en definitiva, que el Madrid haya malcriado a sus seguidores en dos corrientes emparentadas: emplearse en ganar Champions para matizar la dejadez. Como si tal cosa.