En la carrera por diseñar un equipo, la implantación de cualquier modelo de juego necesita de tiempo para asimilar conceptos, automatizar acciones y coordinar movimientos. La naturaleza de este proceso exige tiempo, y el fútbol de selecciones concede muy poco. Hay seleccionadores que, pese a esto, cuando tienen entre manos una generación interesante con proyección a la vista intentan fundar una idea concreta con la que el país pueda identificarse, levantando unos cimientos sobre los que trabajar de una forma continuada y con la base aprendida, sin tener que refundar el equipo cada dos años. Luis Aragonés a partir de una generación de virtuosos centrocampistas en España, Marcelo Bielsa instaurando un fútbol agresivo y vertical en Chile o los últimos doce años de trabajo en Alemania son ejemplos de una forma de entender el cometido del entrenador que funciona además como herencia para el futuro y que puede acabar teniendo más valor que los propios resultados, pues muchas veces son los que vienen detrás –Del Bosque en España, Sampaoli en Chile, Joachim Löw en Alemania– los que con una buena gestión recogen los frutos. Los títulos suelen ser el culmen de proyectos de calidad.
Sin embargo, Deschamps lleva seis años en la selección francesa y el éxito de esta parece tener más que ver con su increíble producción de jugadores de gran nivel que con un proyecto de juego de calidad. El técnico galo ha conseguido que ese elenco de estrellas comparta la misma intensidad defensiva, y ha simplificado la idea de juego para minimizar errores y que la calidad individual ponga negro sobre blanco hasta inclinar la balanza en cada partido. No ha asumido riesgos en forma de presión alta, ni ha mostrado tener trabajados mecanismos en ataque estático para desordenar repliegues, ni falta que le ha hecho, porque sólo Argentina consiguió ponerse por delante en el marcador ante ellos y las facilidades que le dieron para remontar no fueron propias de una selección de élite.
Deschamps ha conseguido que un elenco de estrellas comparta intensidad y ha simplificado la idea de juego
Francia se ha permitido el lujo que el Real Madrid se ha dado en Europa de vez en cuando esta temporada: solventar con talento la falta de ideas en ataque posicional y los desajustes en defensa, añadiendo Francia a esto una superioridad física sonrojante que multiplica el daño en ataque y le borra las consecuencias a cada error defensivo. Casi cada futbolista es capaz de hacer una jugada valor gol por sí mismo: un disparo lejano de Pogba, el poderío de los centrales a balón parado, un robo en campo contrario de Kanté, cualquier pelotazo a la espalda de la defensa rival para que lo corra Mbappé o todas las barbaridades que pueden hacer Griezmann o el propio Mbappé son demasiadas balas en una ruleta rusa que solo ha necesitado un amago de orden defensivo para funcionar. El orden que le ha dado la autosuficiencia de una pareja de centrales, Varane y Umtiti, que sólo tienen 25 años en el DNI, porque su porcentaje de acierto en la toma de decisiones es propio de una dupla de veteranos. Y Kanté, que pese a disputar una final discreta sigue potenciando exponencialmente cada sistema defensivo del que forma parte, y que en tres temporadas se ha llevado Premier con el Leicester, Premier y FA Cup con el Chelsea y final de Eurocopa y Mundial con Francia, hasta convertirse sigilosamente en uno de los jugadores más influyente del mundo en el reparto de trofeos.