Tres problemas

El título de campeón del mundo se recuerda durante toda la vida, se ostenta durante cuatro años y se concede por lo acontecido en un solo mes de competición. En esta irónica incoherencia entre la trascendencia del resultado y la volatilidad de las causas del mismo está la misma esencia del fútbol, un deporte que nunca se ha preocupado por ser justo por mucho que nos empeñemos en hablar de merecimientos, justicias y moralidades. Su misión es trascender creando recuerdos, sensaciones y emociones imborrables. Y qué mejor que concentrar una vida de espera y cuatro años de orgullo en un mes frenético. Sin embargo, siendo pragmáticos, la evidencia es que dicho título es puramente coyuntural. Y es en esta realidad donde se comenzó a gestar el principio del fin de la historia de Alemania en el Mundial de Rusia.

Un mal momento

Manuer Neuer no ha jugado en toda la temporada, Mats Hümmels y Jerome Boateng han ofrecido un nivel preocupantemente bajo, el curso de Toni Kroos y Sami Khedira ha sido el más discreto desde que llegaran a sus respectivos equipos, Thomas Müller lleva dos años sin ser ese futbolista al que nadie podía definir pero del que todos hablábamos maravillas, Julian Draxler ha sido -muy- suplente en el PSG, las cifras de Timo Werner han sido notablemente más bajas que las de la temporada pasada…

Cuando llega una derrota siempre nos acordamos de quienes no están. Por un lado Lahm, Schweinsteiger y Klose; por el otro un Leroy Sané que nunca ha parecido tan determinante como en este Mundial, en cual ni siquiera ha pisado. Sin embargo en esta ocasión bastaba con atender al momento por el que pasaban los futbolistas de esta Alemania. La selección de Löw siempre ha basado su fortaleza en el espíritu colectivo del juego. Progresaba junta, atacaba junta y defendía junta. Jugaba como un equipo, no como una selección. Era una única unidad perfectamente escalonada donde las alternativas se sucedían con una naturalidad pasmosa. Alemania quería controlar, pero a su vez nunca le faltaban opciones para descontrolar al contrario. Hasta que le faltaron. El bajo nivel de muchos de sus futbolistas no sólo ha impedido desarrollar el plan como en anteriores campeonatos, se ganaran o se perdieran, sino que también ha limitado el margen de (re)acción de Löw.

Un Mundial muy exigente a nivel táctico

La gran revolución del Siglo XXI en el mundo del fútbol no es técnica ni física, sino táctica. El conocimiento está acortando las diferencias entre las selecciones más grandes y las más pequeñas al mismo tiempo que, en el fútbol de clubes, limita la capacidad de sorprender a los más poderosos. Este Mundial de Rusia 2018 está poniendo sobre la palestra la capacidad que cualquier país tiene para desarrollar y ejecutar un plan táctico con coherencia que ponga en dificultades al rival. Marcadores cortos, escasos errores, planteamientos adaptados… La competitividad es máxima.

El planteamiento agresivo de México emparejando a Vela con Kroos y a los interiores con Khedira más Özil abrieron un camino por el que luego también se colaron el repliegue intensivo de Suecia y los contragolpes de Corea del Sur. Rápidamente Joachim Löw se dio cuenta de que todo lo que estaba haciendo para tapar la realidad ya explicada (el mal momento de sus jugadores) y la que queda por explicar (la falta de gol en el plantel) iba exponiendo a sus propio equipo. Si quería mantener la fluidez ofensiva debía seguir escalonando a los interiores, metiendo hacia dentro a los extremos y proyectando a los laterales, pero a consecuencia de esto era inevitable que se desarropara a Toni Kroos y se desnudara a una pareja de centrales que no estaba para muchas alegrías.

La manta nunca ha sido tan corta para Alemania en la última década. Por eso Löw se corrigió a sí mismo varias veces en esta Copa del Mundo. Rudy entró en el segundo partido, salió lesionado y le sustituyó Gündogan, que representaba lo contrario. En el tercer y decisivo encuentro Löw comenzó fijando a Khedira en un doble pivote muy horizontal, pero en cuanto vio que el gol a favor estaba comenzando a quedarle tan lejos como Berlín introdujo a Mario Gómez por el citado Sami Khedira, bajando de nuevo un escalón a Özil, como ante México. Alemania no pudo resolver esta cuestión en ningún momento y, minuto a minuto, fue desfigurándose hasta terminar pareciendo algo que nunca ha sido ni jamás fue.

El gol como punto de apoyo

El gol es la energía del fútbol. Nada transforma tanto los encuentros como un tanto. Ni un cambio de un entrenador ni nada por el estilo. El gol siempre es decisivo en el marcador y los planteamiento. Por eso la competitividad de los equipos suele residir en cómo gestionan los goles que marcan y cómo asumen los que encajan. Y el gran problema que ha tenido Alemania, el que le ha terminado por condenar a la eliminación, el problema que es consecuencia y a la vez causa de la magnitud de los dos anteriormente comentados, es que durante los 290 minutos que ha estado en este Mundial sólo ha estado por delante en el marcador durante 35 segundos.

Alemania es una selección con problemas para desbordar, girar o agredir individualmente a los rivales. No tiene futbolistas capaces de marcar la diferencia por sí mismos. En sus filas no están Eden Hazard, Neymar Junior, Leo Messi o Cristiano Ronaldo. De hecho, salvo Mesut Özil, y Thomas Müller, los dos jugadores que iniciaron la revolución en 2008 y que han estado desaparecidos diez años después, todos sus futbolistas influyen más en el juego que en las jugadas. De ahí que cuanto más tarden en marcar, peor vayan jugando.

El gran problema que ha tenido Alemania es que sólo ha estado por delante en el marcador 35 segundos durante todo el Mundial

Se asumen riesgos que lastran, se toman decisiones que desnaturalizan y se comienzan a confundir las emociones. Y esto es inevitable. Simplemente pensemos en España. ¿Por qué los laterales comienzan a subir en exceso en el minuto 30? ¿Por qué los centrales comienzan a cometer errores de concentración? ¿Por qué Busquets está mucho más sólo en el minuto 50 que en el 5? Porque cuanto más lejos estás del gol, más pones para buscarlo. Y cuanto más pones, peor juegas, con lo que paradójicamente te vas alejando de tu propio objetivo. Y con ello, de la competición.

Es ahí donde sí que se ha notado la falta de peso de jugadores que antes estaban y ya no están. Donde Alemania nota la ausencia de Schweinsteiger, Lahm y por supuesto de Miroslav Klose, que era la garantía del 1-0 a favor. Toni Kroos y Joshua Kimmich trataron de compensar todo esto. Pero nada de lo que hicieron tuvo recompensa. Alemania cae con contundencia de este Mundial y, al mismo tiempo, es posible que se haya quedado a un simple gol de ser una selección completamente diferente. Es la inexplicable magia del fútbol en general y de la Copa del Mundo en particular.

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