Críos que lamentaban la vuelta al cole encontraron en la última goleada del Real Madrid ante el Granada (5-0) su consuelo más propicio, algo inconformes con la alternativa de la Navidad ortodoxa. De paso los más inocentes ganaron también tiempo para retener recitales cómodos de Luka Modric y Marcelo, tipologías extrañas de futbolista moderno: el primero consiente y reinterpreta el arte, el segundo llegó hace diez años a divertirse y cada temporada sopla una vela de menos. Alborotado, el brasileño recorrió bastante menos distancia que su homólogo en el equipo rival, volviendo a edificar la significante verdad de que al fútbol no se juega corriendo. La aplicación tecnológica que rastrea distancias descarta de la ecuación cualquier tipo de emoción, de ahí que cada vez tenga menos sentido trabajar al Real Madrid de Zidane desde los números. Pero si se hace necesario por retribuir empíricamente la controversia, sobra recordar el recorrido de un equipo al borde del abismo hace un año a quien el entrenador del filial, sin experiencia tácita en la élite, ha almidonado con un tanto de risas y otro tanto de trabajo. Así pasó James Rodríguez, por ejemplo, de ser el más infeliz de los felices a el más alegre de los únicos cuando se desquitó de responsabilidades tras el Mundial de Clubes de Japón y encontró a su vuelta el regalo adelantado de la titularidad.
Algo en la libreta de Zidane burla la tenaz e infantil acusación de arbitariedad, y quizá radique en su fuerza precisamente que no tuviera nada que perder -quizá sólo, y es mucho suponer, su credibilidad a medio plazo como entrenador-. Pero esta es una interpretación simplista de su metodología y se antoja amargamente injusto pretender hacer creer que el Real Madrid gana solo: un único vistazo a la última década basta para desmentirlo. Puede advertirse cosmología y aversión científica, pero lo tangible es que todos están de acuerdo. Todos los que tienen que estarlo, claro: los futbolistas, el presidente, los goleadores, las estrellas, los chavales, el tercer portero, Paul Burgess, Chendo, probablemente también Puigdemont. A otros entrenadores de primer orden les estalló pronto en las manos la apuesta por el reverenciado sistema de rotaciones que, dadas las circunstancias del calendario futbolístico, condiciona cada vez más la preparación de sus equipos y su alineación. Otros intentaron caer bien, caer mal, ganar a toda costa, ganar pensando. No sé si Zidane es de los que pasan más tiempo garabateando, hablando o poniendo conos: pero sí parece evidente que su principal virtud como técnico es saber devolverle sonriendo las paredes a Isco en los entrenamientos. Se diría que lo ven como a uno más, sabiéndole muy por encima de todos ellos. Nadie duda.
Con todo y eso se ha cobrado en vergüenza la licencia gratuita de rejonear sus éxitos y zaherir las contables virtudes del modelo que va ganando terreno. Pasa casi siempre que gana y convence alguien a quien nadie esperaba y a cuyas barbas es demasiado tarde para encaramarse, por ejemplo, desde las tribunas. Alguien que no fuera manoseado y politizado desde antes, como Míchel. Cuando se afianzan estas supernovas dolientes, la primera reacción es siempre a la defensiva, la reacción que tendría un primerizo acunando sus opiniones que no otorga conscientemente a la pseudointeligencia de otros, aunque insisto en que ya es una majadería voluminosa el pretender hacer pasar por flor lo que ya traza una línea muy directa al punto álgido de la competición. Esto no quiere decir que el Real Madrid no vaya a volver a perder nunca y que Zidane esté libre de pecado y complejo cuando esto suceda; quiere decir que a los buitres comunes y a los del fuego amigo engalanado puede hacérseles todavía más fiera la resistencia que a los sufrientes reales y propios. Es más fiera -y deleitosa- que nunca la percepción de que el Madrid debería devolver uno de cada tres puntos y no vencer nunca por más de dos goles de diferencia por si se les rasga a los millennials la capa de superhéroe de sofá. Por suerte el fútbol de verdad esconde otros safe-spaces para ellos, como las fantasías geométricas o los vídeos pirateados, las historias de barrio y todo lo que escape al análisis frío y sosegado del éxito. Y ya van 39.