Francesco Totti se ha retirado, después de jugar toda la vida con la Roma. Como hay una corriente de utopistas que braman contra la naturaleza babilónica del fútbol actual (el fútbol-negocio, ¡el fútbol de los mercaderes!) de inmediato se ha canonizado a Totti como santo de ese otro fútbol antiguo; ese juego viejo y lleno de imágenes incorruptibles en blanco y negro, que sólo vive en la mente de estos contrarios al balompié mercantil, cuyo estrato superior está compuesto por one club men.
Totti es un icono, esto es indudable. Fue uno de los futbolistas más brillantes de la primera década del siglo, un portento de imaginación y talento como Italia no ha parido otro, probablemente desde Baggio. Alcanzó la cumbre de su carrera con la Roma de Capello, en 2001, y con la Italia de Lippi, en 2006. Es decir, con los dos mejores entrenadores con los que ha jugado a lo largo de una trayectoria de 23 años. Imaginar a Totti compitiendo en manos de Mourinho, Guardiola o Ancelotti, o junto a Zidane, Figo, Ronaldinho, Henry, Messi o Cristiano Ronaldo, es un bizantinismo. No sucedió. Totti rechazó cualquier oferta y no abandonó nunca la Roma. Lo enclenque de su palmarés así lo atestigua: una Liga, dos Copas y dos Supercopas de Italia.
La mejor frase del adiós de Totti: »Abrázame hasta que vuelva Francesco Totti». Addio Capitano. pic.twitter.com/9vTm7g8iMz
— Guille Glez (@Guille_Glez_) 28 de mayo de 2017
Está de moda decir que lo que importa de verdad es sentir. Se vive ahora una especie de comunión colectiva con lo místico y lo intangible, una apología general del sentimiento, las lágrimas, etc. Está claro que el reverso de todo ello, los títulos (se suele escupir al mentarlos como hace unos años, cuando todo Cristo hablaba de la prima de riesgo, se decía así como arrugando los labios: los mercaos) y, en fin, ganar, empieza a oler a podrido. No es fashion, incluso puede denotar cierto tic fascista: ¡ganar, qué impulso tan primitivo! Y es normal. Sentimientos los puede tener cualquiera. Un título, no. Un título es algo físico, se puede ver y tocar, por lo tanto sólo lo puede tener uno, que suele ser el campeón.
Si el hincha proyecta en el futbolista de su equipo las ilusiones no satisfechas o irrealizables de su vida, aquello que le hubiera gustado ser y conseguir, incluso sus fantasías oníricas inconfesables, parece razonable imaginar que cualquiera preferiría acaparar copas y trofeos como si fueran botín de guerra. Sin embargo, quien se fuga de la tribu rompe ese vínculo patrimonial con el clan, se convierte en el traidor a la identidad colectiva, prefiere a los de fuera, a los otros, que tienen mejores tierras y mujeres más bonitas, antes que sufrir en comunidad. Por ello, el que se queda y arrostra el decadente fluir de las temporadas y los años, encadenado junto al hincha al miserable destino compartido, se transfigura. La eucaristía es completa, y todos son felices, apiñados como balas de cañón en la caja donde se guarda lo que no se ha conseguido.
Totti es una leyenda, pero su impacto en la gran historia del fútbol europeo es una cosa menor
Totti es una leyenda. Roma lo adora como a uno de sus condotieros medievales, como al recuerdo de aquellos patricios valientes y audaces de los cuentos italianos de Stendhal. Es un símbolo de la ciudad contemporánea, herencia sentimental y mito seminal del romanismo. Pero su impacto en la gran historia del fútbol europeo es una cosa menor. La Roma de Totti será recordada por ganar una Liga y encajar siete goles en Old Trafford. Fue su decisión, aunque tratándose como se trata, de relato, hay uno mejor: el del chico de barrio que se marcha tras devolver la gloria nacional al club de su corazón, dejando 70 millones de euros, y triunfa en el extranjero. Y que tras triunfar vuelve, más sabio, más fuerte, más grande, para llevar a su clan a la cima del mundo y ganar la Copa de Europa.
Ya lo dijo Kavafis en su Ítaca. Ten siempre Ítaca en su mente, llegar allí es tu destino. Pero no te apresures, mejor que el viaje dure muchos años y atracar, ya viejo, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino. Totti prefirió la vida del Libanés: vivir, reinar y morir en Roma, sin dejar nunca el barrio. El barrio, esa superstición tan exitosa que condena al mundo por grande, amenazador y diferente; esa idea arrabalera tan ligada a la de que el fútbol moderno es una execrable almoneda donde todo está pervertido por el dinero. Como si a Totti en Roma se le hubiese pagado su multimillonario sueldo con conchas de vieira. Luego todo el mundo sale a festejar un título, por que a pesar de los poetas, el fútbol se parece más a la antropología que a la lírica. Prevalece el que más gana, y Totti sólo será un hermoso recuerdo.
Antonio Valderrama, @fantantonio en Twitter, es el autor de Hombres Armados y el responsable del blog Defensa Siciliana