Henry James venía a 2020 para quedarse, pero el principal problema de la adaptación de Amblin de The Turning (Otra vuelta de tuerca) es que no es la única ni la mejor versión de este año de la que es probablemente la obra cumbre del escritor. Esta, escrita a cuatro manos por los gemelos Hayes (también autores de los dos primeros guiones de The Conjuring) se estrenó en enero en Estados Unidos y tenía previsto llegar a España en abril, pero ya sabéis. Desde los primeros avances, todavía en 2019, se aventuraba un título de terror genuino que prolongara el haunted house que este año había quedado desierto hasta la llegada de The dark and the wicked y sobre todo de His House (Netflix), y el reclamo de enseñar el nombre de Steven Spielberg en la línea de créditos (impulsor del proyecto y obsesionado con volver al terror desde hace años) parecía suficiente como para concederle una oportunidad.
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Otra vuelta de tuerca adapta la obra de Henry James, sí, pero con matices que es preciso contextualizar. Este proyecto en un principio iba a ser dirigido por el español Juan Carlos Fresnadillo, pero desavenencias durante el proceso creativo dieron al traste con la idea con el calendario de rodaje pisando los talones y con un tercio del presupuesto ya invertido en vacío. De esto hace cuatro años, de los cuales la película estuvo parada uno, hasta que Amblin encontró en la italiana Floria Sigismondi -directora acostumbrada de videoclips musicales y publicidad- el nombre para impulsar el título en una etapa de su vida en la que Sigismondi había dado el salto a la televisión, encargándose de episodios de series como Hemlock Grove, The handmaid’s tale o American Gods. Con todo esto sobre la mesa, se hace más sencillo entender qué significa esta película y por qué difiere tanto de lo que se esperaba de ella.
Lo más importante de la obra está intacto, sus personajes están bien dibujados y no se puede decir que los dos cabezas de cartel (Mackenzie Davis y Finn Wolfhard) desentonen especialmente, más bien al contrario. Ambos encarnan a Kate Mandell y Miles Fairchild, a saber (para los que no esté familiarizados con la novela de James o con la reciente La maldición de Bly Manor), institutriz e hijo mayor de la familia. La película no gasta energías en desarrollar las líneas generales de la historia original, tensionando el juego de límites entre dimensiones con el más allá al fondo y las influencias hereditarias del mal siguiendo los pasos de quienes pueden atenderlas. En este sentido, el Miles de Finn Wolfhard es probablemente el más cruel, áspero e insoportable de todos cuantos se han versionado, pues añade a su catálogo un tic de adolescente contemporáneo inoportuno y soez, alejado del boceto romántico que acompaña al niño (Martin Stephens, que el año anterior había estrenado la primera adaptación de El pueblo de los malditos) en la versión de 1961.
Donde la película propone algo diferente y extraño, y al final decisivo, es en el prólogo y el clímax, decididamente herederos del nuevo terror familiar e intimista del que muchos títulos están haciendo bandera. Para situar el tormento de la institutriz y revelar al espectador las razones por las que huye, Sigismondi y los gemelos Hayes han escrito un brevísimo relato (casi imposible de conjugar con la parte que pertenece a la novela de James) que condiciona el film, presentándonos un trauma vivo en el que la protagonista despide a su madre, ingresada en un centro psiquiátrico, para reencontrarse luego con ella en un cliffhanger brutal, abriendo el final hasta el infinito y dejando absolutamente todo a interpretación, pero sugiriendo una vuelta de hoja tan literal como la del propio título. La red está infestada de teorías sobre este remate, aunque como casi siempre en estos casos la más simple es también la más verosímil, considerando lo improbable.
Se hace muy difícil separar el grueso original de este nuevo y exigente añadido, y la sensación en los créditos finales es de irremediable confusión. Quizá prevalece la idea de que la novela de Henry James ha servido de fondo a otra historia completamente diferente, mayor, que se desarrolla en paralelo fuera de la atención del espectador (y de la propia película). Pero en los tiempos que corren, las certezas siguen siendo un punto de apoyo con nuestro mundo al que sólo se puede renunciar con causa mayor. Y es una lástima, porque la factura visual y ambiental de Otra vuelta de tuerca está medida al detalle para haberla situado en todos los ránkings del maldito año en curso.
LO MEJOR > Finn Wolfhard, la fotografía y ambientación de esta pequeña obsesión de Steven Spielberg que vuelve a enfrentarnos a la novela cumbre de Henry James.
LO PEOR > Se nota que es un proyecto que ha pasado por demasiadas manos. No endereza su rumbo y en los actos de entrada y salida confunde con una historia paralela difícil de enlazar.