Uno contempla a José Mourinho engalanado con la túnica y muceta papal y no deja de preguntarse por qué no constan sobre su blanco inmaculado las siglas J.M. La escena sucede en The Young Pope y aunque el sumo pontífice no está interpretado por el técnico portugués, su asombroso parecido con Jude Law permite regodearte con la fantasía durante toda la serie. La asociación, aunque a priori parece disparatada, no obedece a ningún delirio o capricho. The Young Pope es una recreación del poder a través de algunas de sus vertientes más frecuentes: la eclesiástica, la política y, por qué no, también la futbolística. Su protagonista, el papa Pío XIII, destaca en su perfil de mandatario, como un estratega sagaz e implacable, bunquerizado en torno a un pequeño grupo de confianza y con una puesta en escena que nunca está exenta de mordacidad. Estudiar el comportamiento del técnico de Setúbal hubiera sido – en el supuesto de que no sucediera -un método excelente para que Jude Law preparara su personaje.
Pocos escenarios son más adecuados para desarrollar los impulsos y resortes de la autoridad que la Iglesia católica: «Nosotros somos poder», le transmiten al papa Pío una congregación de sumos pontífices del pasado en uno de los muchos pasajes oníricos de la serie. En The Young Pope, el Vaticano emerge como una corte de enfrentamientos, alianzas y conspiraciones, en la que destaca la figura del secretario de Estado, el cardenal Voiello -magistralmente interpretado por Silvio Orlando-, que es el hombre que dirige la Curia bajo cuerda. La afinidad entre los maravillosos enfrentamientos dialécticos de Voiello y Pío XIII y la tensa, pero no menos deliciosa, disputa del papa con el primer ministro italiano dan cuenta de que las reglas y el lenguaje del poder son universales.
Pausadamente, como si estuviese pintando un cuadro frente al espectador, el director Paolo Sorrentino consigue descifrar, pincelada a pincelada, la piedra angular sobre la que se erige cualquier manifestación de poder: la fragilidad humana. El miedo que impulsa a la huida tanto del que se lanza a tomar el mando como de los que corren a refugiarse en sus dominios. Huida hacia delante o hacia detrás, pero en, todos los casos, en dirección contraria a la libertad. Los personajes de The Young Pope tratan de paliar su sufrimiento por medio del hábito. Renunciando al amor también evitan su posterior pérdida. Una angustia plasmada en el desamparo de Pío XIII tras ser abandonado por sus padres de niño. Un sentimiento de orfandad compartido con su hermanastro el cardenal Dussolier, por su cuidadora y luego asesora, la hermana Mary y por todos los fieles que peregrinan a San Pedro en busca de un regazo.
Erich Fromm afirmaba, en Miedo a la Libertad, que durante toda nuestra existencia vivimos sometidos a una pulsión por volver al amparo del vientre materno, un recogimiento en el cual nos sentimos como parte de un todo. En sus primeros meses, los bebés son incapaces de disociarse conceptualmente de su madre y de niños crecemos integrados en el seno familiar. Pero, tarde o temprano, todos nos vemos abocados a reconocernos en el abismo de la distancia. La primera vez que eres consciente de tu propia individualidad es uno de los momentos más determinantes en la vida de una persona, el instante dramático en que tomas conciencia de que estás solo.
Es a partir de entonces, señala Froom, cuando las personas nos enfrentamos a una disyuntiva recurrente: libertad o seguridad. Y es que como rubrica el papa Pío: «el miedo y la libertad van de la mano». A través de la integración en diferentes colectivos – la nación, la religión, la tendencia política, el equipo de fútbol, la tribu urbana… – encontramos, aunque sea de manera eventual, la paz del líquido amniótico. Esta nostalgia fetal es el punto de apoyo en el que se sustenta cualquier orden de autoridad. La sorpresiva proclamación del papa Pío XIII es la demostración de que al poder se puede acceder de forma individual y hasta fortuita, pero su peculiar gobernanza también confirma que solo es posible mantenerlo de forma grupal. El control y manejo de los sentimientos resulta fundamental para alcanzar dicho objetivo, como se traduce en la habitual incitación emocional de los discursos políticos, religiosos y hasta deportivos.
La pasión desenfrenada del Secretario de Estado por el Nápoles, cuyo uniforme viste en sus estancias privadas, calzones y medias incluidos, constata la ascendencia del fútbol sobre la gente. Voiello se refiere a Hamsik, al Pipa Higuaín y a Insigne como la trinidad y considera una autentica blasfemia cualquier crítica hacia Maradona. Mientras que Voiello ejerce su cargo con una frialdad despiadada, con el fin de someter a los miembros de la Iglesia y a sus fieles, se rinde al club de sus amores dominado por un fervor infantil. Otro tipo de adhesión tras la cual parapetarse es la que encarna el excéntrico Tonino Pettola, un pastor que asegura comunicarse con la Virgen por medio de una oveja y que en poco tiempo es capaz de concitar la fe de una legión de seguidores invadiendo el ámbito de poder de la propia Iglesia.
Desde el inicio, Pío XIII demuestra ser un gran conocedor del factor mediático. El papa opta por el oscurantismo, al no mostrar su imagen ni su palabra, apartando a la Iglesia de los propios feligreses con el propósito de sumirlos en el abandono. El obispo de Roma trata de zarandear con su desdén a una comunidad a la que, es consciente, están perdiendo paulatinamente en su acomodamiento y nada mejor para espabilarlos que la sacudida que suscita el temor a la pérdida. «Ausencia es presencia», sentencia quien, a la postre, sabe lo que es vivir obsesionado por encontrar a quienes se deshicieron de él a temprana edad.
Del mismo modo que Pío XIII trata de azorar a su rebaño mediante la distancia y la causticidad, Sorrentino agita al espectador adoptando el contraste radical como hoja de ruta. En The Young Pope los antagonismos comulgan entre sí como un recurso persistente de principio a fin y a todos los niveles: visual, conceptual y hasta sonoro.
La serie hace una apuesta estética fundamentada en la disparidad de la sobriedad vaticana y el pop. Podemos disfrutar de la imagen del sumo pontífice paseando por el Vaticano con la tiara papal sobre su cabeza y gafas de sol, o verle rezando con los brazos en cruz mientras en una mano sostiene un cigarrillo encendido; el cardenal Voiello duerme en una austera y lúgubre estancia donde hay un crucifijo que despide destellos de colores; la hermana Mary juega a baloncesto con su uniforme y tocado, mientras se suelta el pelo en sus aposentos donde, además, luce una camiseta irreverente.
También la estupenda banda sonora va dando bandazos: desde la música clásica, al disco o incluso la electrónica. En este juego de constantes oposiciones se encuadran tesituras como que un joven pontífice ultraconservador se enfrente a las peticiones aperturistas de un Colegio Cardenalicio gerontocrático o que el propio papa alterne profundas crisis de fe con testimonios plausibles de santidad.
Mención especial merece la contraposición de la postura de la Iglesia con respecto a la sexualidad -reprimida y homófoba- y su efectivo cumplimiento: de la abstinencia aceptada por unos a la concupiscencia incontrolada de otros. La serie plantea abiertamente una obviedad silenciada por un discurso políticamente correcto: que los religiosos no pueden ser inmunes a la pulsión sexual. Algunos mantienen relaciones carnales, también los hay que no sucumben a la tentación pero aun así hablan de sus inclinaciones con naturalidad y, en el otro extremo, se sitúan los que practican el sexo con desenfreno y hasta, en algún caso, transgrediendo la voluntad de terceros. Esta brecha entre la doctrina sexual oficial y la palmaria realidad somete a la Iglesia católica a una tensión difícilmente sostenible.
El celibato no es ni un voto ni un dogma, sino una norma eclesiástica, sin base evangélica. Hasta el Concilio de Trento (1545) el matrimonio fue una práctica tolerada para los sacerdotes. En 2014 el papa Francisco no cerró las puertas a su abolición. En The Young Pope el celibato no solo se revela como un marco fallido sino que aflige a los que sí lo cumplen con una carencia de afectividad casi tan tormentosa, o más, que la castidad. «Es un absurdo afirmar que no se pueda amar a una mujer y a Dios al mismo tiempo» sostiene Voiello. Aunque Pío XIII redobla su discurso reaccionario planteando una cruzada contra «los débiles que sucumben ante el sexo» y los homosexuales, la evolución de los hechos descubrirá que lo realmente sustantivo en un ser humano no es su condición sexual sino la humana.
Foto de portada: contratapaweb.com
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