Los numerosísimos detractores de Christopher Nolan enfrentarán las últimas semanas del verano cargados de argumentos, porque Tenet va sobradísima de todo lo que con frecuencia se imputa al cine mega expresivo del director. A saber: trucos, confusión, palabrería, retórica, moralina humanista, preciosismo, adornos imposibles y la sensación a ratos de que efectivamente te está tomando el pelo. Pasó con Origen (2010) y sobre todo con Interstellar (2014), que más que películas son discusiones amplísimas sobre la experiencia del cine. Pocos directores como Nolan saben ampliar los horizontes de sus historias implicando en ellas a los espectadores hasta el punto de generarles probadas jaquecas en lo que deciden si lo que tienen ante sí es una obra de arte o algo inconcluso y repelente. Cuando Scorsese se refería hace unos meses al cine de superhéroes con notable desprecio igualándolo a los parques de atracciones no criticaba el efectismo sino el vacío de ideas e historias. Pues bien: si esa es la condición, hoy día Nolan es el maestro máximo del cine de ideas. Y Tenet, muy probablemente, su película cumbre.
/ Crítica en aullidos.com
Tenet, que al final se estrena en Europa y Asia antes que en Estados Unidos, fue durante las primeras semanas de la pandemia -opción posteriormente inviable- la película elegida por las exhibidoras para reabrir los cines por una razón muy sencilla: no va a haber nada más grande en todo 2020. Como otros trabajos de Nolan, es imposible tratarla únicamente como una sucesión de escenas sin detenerse prácticamente en todas ellas a buscar pistas de algo superior. Y estas empiezan desde bien pronto, cuando en boca de una de las secundarias se ponen las palabras proféticas que van a condicionar las reacciones en las butacas: «No intentes entenderlo. Sólo siéntelo». Porque se da la circunstancia de que, complejidades aparte, Tenet es también un furibundo y ruidoso artefacto visual, soportado por virguerías técnicas de postproducción y una banda sonora que es pura adrenalina. Ni que decir tiene que todos los momentos de pura acción son en sí mismos set pieces y que al finalizar la película uno queda exhausto ante tal abuso. Pero eso ya lo habíamos visto antes.
Donde en cambio Nolan añade su característico toque de acidez, tan denostado por una parte significativa de la crítica, es en la ascendencia humanística de su historia. Como es obvio, el argumento es un nudo de paradojas temporales que se enreda hasta que el espectador pierde literalmente el hilo de dónde se encuentra y por qué: pero todo esto forma parte del habitual espectáculo de Nolan, tan propenso a dividir. Probablemente no le interese tanto hacer una película que se entienda como hacer una película que genere toda esta conversación. No pasar desapercibido. Volcar, como en Tenet, diez años de ideas en un guion inigualable -y a momentos, insostenible-. Y esta lo va a conseguir, por la revisión histórica del belicismo que incorpora a la narrativa y por cómo extrae juicios paralelos significativos de las relaciones que sus protagonistas establecen en la película. Toxicidad, autoritarismo, narcisismo, fe, esperanza, amistad y , por supuesto, amor. El incomprendido amor paterno o materno-filial -como en Interstellar– capaz de sublevar el espacio-tiempo.
Valoración
Cuando en Tenet Robert Pattinson firma que la única bomba capaz de cambiar el devenir del mundo es la que no explota está ponderando el armisticio absoluto de nuestro tiempo, abocado a la autodestrucción. Los viajes y encuentros que el protagonista -John David Washington- cruza consigo mismo y el resto de personajes para desdecir el destino y sobreescribir la historia son sólo un reflejo enrevesado de la pura idea de frustración, algo que igualmente no deja de estar presente en la truculenta relación entre los personajes de la inconmensurable Elizabeth Debicki y el no menos inspirado y odioso Kenneth Branagh. La maestría coral que deposita a todas estas personas en un mundo sobre el que pueden deshacer pasos y re-significar distintas interacciones de diferente grado -atracción, odio, muerte, destrucción, guerra- sitúa a Tenet en la vanguardia contemporánea de la autocompasión que el hombre siente por su impotencia trascendental.
Nolan no es un director que vaya a congratularse por la unanimidad más allá de algunos elogios tibios como ocurrió con la desafiante genialidad de Origen o con la entrega del Batman de Christian Bale (2008) que encumbró al malogrado Heath Ledger como uno de los dos mejores Joker de siempre. Por contra, pareciera que en Tenet quisiera vaciar toda su creatividad a pesar de que con ello arrastre también las incontables y ásperas desavenencias que le genera esta particular forma de entender el cine como alta cultura en forma de puro entretenimiento. Sus películas pasarán a la historia de este arte, mal que pese a muchos, como ejemplos prácticos de suficiencia creativa, enfrentando como en Tenet estos dos mundos que se buscan las razones entre el pasado y el futuro, entre el cine que necesita un argumento definido esencial y el que se basta con pinceladas de ciencia-ficción de brocha gorda con subtexto romántico. Se ha escrito que esta película hay que verla, como Interstellar, mínimo dos veces: una para disfrutarla y otra para entenderla. Si quedan ganas, yo recomendaría verla también una tercera. Nunca es suficiente Nolan.
LO MEJOR: Desafía ampliamente todos los cánones alargando su filomgrafía con otra rocambolesca historia de paradojas espacio-temporales. Además, desarrolla una pertinente reflexión sobre el lugar común que es el futuro y la idoneidad de enfrentarlo.
LO PEOR: A ratos es una película imposible de seguir. Extremadamente ruidosa, no tiene complejo alguno en llevar al límite la frustración del espectador. Incide en todo lo supuestamente censurable del cine de Nolan.