Las dos últimas eliminaciones en Champions ante Manchester City y Chelsea, por inapelables, habían dejado el mensaje de que por más que se sacaran notables resultados en Liga (87 y 84 puntos) y se dejara claro en los duelos con los dos rivales directos que el Real Madrid estaba por encima (5V-3E-0D vs Barcelona y Atlético, que se ampliarían esta temporada a 7V-3E-0D), esto no era referencia para concluir que se estaba recortando distancia con los equipos que dominan Europa en la actualidad. El nivel medio del campeonato nacional ha ido cayendo y, exceptuando aquella primera vuelta de 50 puntos del Atlético de la pasada campaña que le acabaría valiendo un campeonato, en los dos últimos años y medio ni Barcelona ni Atlético han sido resistencia que pueda exigir de cara al crecimiento del Madrid como equipo. Mientras en Inglaterra los mejores equipos dirigidos por los mejores entrenadores se hacen fuertes recíprocamente con un día a día feroz –como sucedía en España hace no tanto–, la pérdida de categoría de la Liga distorsiona cada vez más la realidad de los grandes.
En pro de alcanzar ese objetivo de volverse a poner a la altura de ese top-4 que forman en los últimos tiempos Manchester City, Chelsea, Liverpool y Bayern existen dos caminos: poner al entrenador como foco principal del proyecto y orientar todos los estamentos del club en torno a una idea –el itinerario seguido por este cuarteto– o el que define la trayectoria de Florentino como presidente del Madrid, fundado en acumular jugadores autosuficientes en cada demarcación, de tanta calidad que incluso prescindiendo de contexto rindan alto. Cuando este modelo toca techo, la función del entrenador no es tanto conseguir que el todo sea más que la suma de sus partes, sino lograr que la suma de sus partes sea la que es, es decir, que no reste, que es precisamente lo que no está logrando el PSG esta temporada. Mientras en el primer modelo al entrenador se le exige que cree algo superior a lo que aparentemente tiene, en el segundo se le pide que lo conserve, que haga rendir lo que tiene. Por eso mismo, el entrenador del segundo modelo no necesitará moverse en la sofisticación táctica del primero, ni el entrenador del primer modelo necesitará moverse en la complejidad de gestión de vestuario del segundo modelo, pues la directiva, el vestuario y el entorno le reconocen como líder del club (Pep, Klopp, Tuchel y Nagelsmann).
La idea de Florentino Pérez tocaría techo con la plantilla formada en 2016/17, pero su actualización en los cursos siguientes no acabó siendo lo que parecía que iba a ser en aquel momento. De tres años a esta parte esa autosuficiencia en cada fase del juego que persigue el modelo de club a partir de individualidades o pequeñas sociedades había sido imposible de completarse. La salida de Cristiano, las renuncias de Bale o Marcelo a ejercer como deportistas de élite y las lesiones de Carvajal se habían llevado del Madrid el ataque posicional –desborde, capacidad para ganar la línea de fondo o para generarse la ocasión por sí mismo– y el contragolpe, y ni salió bien el único fichaje que podía llenar por sí mismo parte de estos vacíos –Hazard– ni se había entregado el proyecto a un entrenador con capacidad para crear esto a través de la pizarra con piezas de dimensión menor, que crecieran arropadas por una idea futbolística acorde a explotar sus virtudes.
El Madrid era lo que era y no lo que podía llegar a ser: con Zidane fuera y Mbappé en el horizonte, el club planificó la temporada desde el optimismo absoluto
El Madrid se quedó con todo lo demás. La monopolización del balón –propiedad de esa gama de jugadores legendarios provistos de una técnica y una táctica individual de videojuego que se multiplica cuando juegan juntos, funcionando desde el carril central como un microequipo con vida propia, en el que todos piensan igual y entorno a los que es muy fácil ordenarse–, la presión alta que promovería Zidane, otras virtudes que traerían los nuevos fichajes como la portería (Courtois) o los correctores defensivos de amplio radio de acción (Militao, Mendy), e incluso el remate, con Benzema asentado como killer a todas las luces. Pero la generación de ocasiones se reducía a los robos en presión alta y la magia de Karim. Zidane haría brillar todo el talento que tenía en limpio, pero todo lo que había en bruto cuando llegó el francés seguía en bruto o estaba a punto de caducar cuando salió del club.
El Madrid era lo que era y no lo que podía llegar a ser. Con un techo como colectivo, pero con un entrenador capaz de prolongar en el día a día ese nivel de rendimiento del histórico núcleo duro. Esto devino en un equipo fiable que garantizaba un alto ritmo de puntuación en la Liga española y una forma de competir brillante –propia de tipos que en su día hicieron de jugar finales de Champions una rutina casi anual–, pero que se quedaba corto ante los ogros de Europa.
Con Zidane fuera y Mbappé en el horizonte, el Madrid planificó la temporada desde el optimismo absoluto. Con vistas a completar una plantilla galáctica a medio plazo, el club blanco fichó al perfil de técnico idóneo para ese escenario futuro antes de realizar siquiera ningún fichaje. Confió la posibilidad de acercarse a los grandes, no en un entrenador que pudiera evolucionar el proyecto, sino en el fichaje de un jugador que, por sí mismo, le regalara un foco de posibilidades en ataque posicional –que se multiplicaría en su sociedad con Benzema– y un contragolpe mortal. El Madrid aceptaba dejar cabos sueltos en el plantel sabedor de que Kylian no los solventaría, pero los compensaría formando un ataque devastador.
Frustrado el fichaje del delantero del PSG, el final del verano blanco había dejado un panorama similar al de su inicio, sólo que los cimientos del equipo –Modric, Kroos o Benzema– cumplirían un año más durante el curso. Solo quedaba que todo lo que pudiera salir bien, saliera bien. Y así fue. La irrupción de Vinicius como estrella mundial trajo todo lo que se esperaba que trajera Mbappé en un primer momento. El delantero brasileño simplificó los complejos problemas que venían a medir a Ancelotti como hombre ideal para este momento del proyecto. El ataque posicional del Madrid puede fluir desde el momento que el brasileño recibe en banda, bien desde la acción personal, de su sociedad con Benzema o de la creación de espacios que genera a sus compañeros el hecho de arrastrar con él a dos o tres rivales cada vez que contacta con el balón. Y su poder al contragolpe no sólo ha dado al Madrid una virtud que hacía años que no tenía, sino que ha eximido a su equipo de la obligación de presionar, ahorrando desgaste a Casemiro, Modric y Kroos y naturalizando a su entrenador, que ni se identifica con la presión alta ni se ve creando un mediocampo sin sus tres leyendas.
Ancelotti fio su equipo a doce jugadores que lo jugaban todo y los resultados fueron similares. Y como en 2014, en lugar de anticipar soluciones a un problema, decidió aplazarlo
Como hiciera en el otoño de 2014, Ancelotti fio su equipo a doce jugadores que lo jugaban todo y los resultados fueron similares. Las lesiones respetaron al equipo en esa parte de la temporada y lo que entonces supuso un récord de 22 victorias consecutivas, ahora ha marcado un ritmo de puntuación en Liga inaccesible para el nivel de sus perseguidores. En plena racha triunfal y a dos días de viajar a Marruecos para disputar el Mundial de Clubes, le preguntaban a Ancelotti tras vencer en Almería y haber realizado un solo cambio –Coentrao por Benzema en el ’84– si no temía por la acumulación de fatiga de sus jugadores. El técnico italiano remarcó la importancia de la inercia triunfal con aquello de «ganar ayuda a ganar». Y no le faltaba razón. Cuando se viaja en el globo de las victorias, la convicción lo devora todo y correr cansa menos. Pero la bajada llega antes o después, y la existencia de un plan que la amortigüe puede ser la diferencia entre bache o descarrilamiento.
Como en 2014, Ancelotti en lugar de anticipar soluciones a un problema –el de las bajas y la fatiga– del que es imposible escapar, decidió aplazarlo. En lugar de aprovechar la dinámica positiva para sumar jugadores a la causa, para probar nuevas sociedades ofensivas y defensivas que va a necesitar aunque no quiera, ha preferido estirar el chicle al máximo. Esta estrategia de gestión a diferencia de entonces le puede dar una Liga, porque el estado de Barcelona y Atlético no presume que vaya a darse un arreón como el de aquel Barcelona de Luis Enrique que acabaría ganando el triplete. Semejante éxito seguramente lo justificaría todo, pero queda por ver la segunda parte, que entonces fue una suerte de improvisación y supervivencia. El inicio de 2015 dejó futbolistas desactivados de la competición pidiendo la hora ante el Schalke (3-4) en una eliminatoria que traían ganada de Alemania (0-2), a Cristiano llegando donde no llegaba el equipo tras la lesión de Modric, o a Ramos jugando perdido de mediocentro los partidos gordos de Champions porque Khedira e Illarramendi estaban abocados al ostracismo desde agosto.
No se podrá decir que el Madrid no sabía lo que traía: Ancelotti está ejerciendo de Ancelotti
No se podrá decir que el Madrid no sabía lo que traía. Ancelotti está ejerciendo de Ancelotti, cumpliendo su rol a la perfección. No tendría sentido pedirle que sea el técnico que no es. El técnico italiano, como Zidane, ha seguido exprimiendo las certezas del equipo, fijando un techo y renunciando a arriesgar a transformar en realidad el potencial que tienen ciertos suplentes y canteranos, con el riesgo que conlleva para su crecimiento individual. La evolución de un futbolista tiene unos plazos y unos momentos que no vuelven. No dar los pasos que tocan cuando toca no supone sólo aplazar su mejora, sino estancar su crecimiento o incluso deteriorar o involucionar al futbolista.
Pero no es Zidane ni Ancelotti. Ambos gestionaron el club como si les fueran a despedir mañana, algo normal por otra parte porque así es como funciona la institución. Es el club el que lleva años asumiendo y promoviendo esta forma de gestión del talento, que no es ni buena ni mala, sino que es la que es. El Madrid los va a esperar, pero no los va a acompañar ni les va a facilitar un contexto para crecer. Solo los autosuficientes sobrevivirán, los que como Vinicius lleguen un día al entrenamiento y se regateen hasta a la portería o los que como en su día Valverde se coman el campo a bocados. El Madrid busca captar a los mejores estudiantes, pero no concibe el club como una Universidad donde pulir eminencias en ciernes, sino como una guardería a la espera de que le salga un superdotado.
Otro año de proyecto en standby a la espera de la tierra prometida. Otra vez la Champions actuando como el espejo de la madrastra de Blancanieves viniendo a comprobar si en este reino eres tan guapo como en el tuyo. Pero ahora está Vinicius. La esperanza de Modric, Kroos y Karim para que el torrente de fútbol que han derramado en este trienio de soledad que les dejó Cristiano cristalice en una recompensa que ya no necesitarán para ser eternos.