La crítica es unánime: no hay lugar común más abastecido que este para deslizar una obviedad cómoda sin el riesgo de pillarse los dedos, un riesgo muy tonto a correr en tiempos de crisis. Sin embargo, a la ‘Spotlight’ producto, ganadora del último Oscar a mejor película, cabe ponerle algunos peros quizá no en lo técnico, que es un jardín que dejo a los que controlan de luces, sombras, gestos y tuercas, sino en lo conceptual. En realidad el mayor mérito de ‘Spotlight’ fue que existió en la vida real, perogrullada parece que dejada a un lado una vez la película ha triunfado e impulsado un poco más las carreras de los suyos. La ejecución de la cinta podría haber sido un bodrio de sobremesa y esto no habría tocado un ápice su relevancia: pero, claro, hete aquí que el cinismo sobreactuado de Hollywood tercia para moralizar del brazo de la prensa independiente, en otro inefable recordatorio de lo extremadamente loco que es hoy día enfrentarse a la verdad con unas garantías mínimas.
Insisto en que como película ‘Spotlight’ no debería valer más por haber levantado el Oscar, aunque parece medrar en las últimas producciones cinematográficas encamadas con el periodismo una occidentalísima losa de culpa nostálgica. En sí la historia no esconde más de lo habitual en este tipo de cuestiones, recreándose en el circuito cerrado entre presiones y valientes con el que lidia esta profesión a diario en prácticamente cualquier cosa que decida hacer. Las presiones, recordamos, no sólo las ejerce la Iglesia: también los jefes, las parejas, los anunciantes. Cada medio y cada periodista está en su pleno derecho de decidir qué cubrir y cómo hacerlo, si le dejan. Tal vez ese es el mérito único de la ‘Spotlight’ película: recordarnos que se puede. Nunca está de más, pero aburre la pancarta. Ya sabemos que se puede.
» Verdades, errores y omisiones en ‘Spotlight’
Pero cine y periodismo siempre están en las mismas: al valiente siempre ha de acompañarle un impulso de suerte cuando la historia flaquea. Pasó también en la referenciada ‘Todos los hombres del presidente’ y por supuesto no iba a ser excepción en esta: cuando parece que la historia languidece, cuando te quedas sin apoyos ni recursos y la vergüenza tira más fuerte del lado de su cuerda, pum, aparece en escena una fuente salvadora, o un testigo que cambia de opinión sobre la bocina. No cuela. Esto pasa bastantes menos veces de las que la realidad adaptada nos quiere hacer creer y, en consecuencia, aumenta exponencialmente el número de buenas historias en la papelera de reciclaje. Pero en ‘Spotlight’, donde además los periodistas tienen semanas para trabajar con las presiones justas, todo es ideal hasta el último minuto. Lidian hasta con jefes implicados. Cuesta horrores, y parecen metidas con calzador, dar con réplicas del entorno más allá de las predecibles.
‘Spotlight’ aburre y lanza un mensaje confuso. Si al menos fuera palomitera, como ‘La sombra de la verdad’ -donde también trabaja Rachel McAdams- habría tenido otro tipo de pase siempre teniendo en cuenta que estamos hablando de cine e industria. Para premiar alegatos y documentales siempre habrá tiempo en otros espacios o en otras categorías dentro de estos espacios tan grandes. Llegados a este punto no sé si ‘Spotlight’ hace un favor o un roto al periodismo. A ‘Todos los hombres del presidente’ al menos hay que reconocerle otro ritmo, otra épica relacionada con las esquinas y los procedimientos, con los regates. Luego están los trabajos degradantes como el de ‘La verdad’ –quizá sea la voz de Cate Blanchett-, ese relato almibarado de la prisa y el peligro que sí creo representa más a todos los tipos de urgencias que lastran la profesión. Vamos a decirlo alto y claro: ‘Spotlight’ es una buena historia. Pero no es una buena película. Como película, de hecho, es un coñazo de los gordos.