El jugador más competitivo de un aspirante a ganar la Eurocopa no puede ser su lateral derecho. Algo así debió pensar Luis Enrique también durante los dos primeros partidos pifiados en la fase de grupos en los que César Azpilicueta -campeón de Europa con el Chelsea este año, titular en línea de tres centrales, perfil diestro- no tuvo un solo minuto, cubriendo su posición uno de los centrocampistas europeos más regulares y en mejor forma (Marcos Llorente) de la temporada. Lo que pasa es que en el fútbol fluido y multiforme de los días actuales ha quedado contrastado que todos juegan de todo, y nadie de nada.
Irónicamente, Marcos Llorente no fue lo peor de España contra Suecia y Polonia. Pero con la entrada de Azpilicueta en el once, la selección ganó algo esencial: seriedad. Y ese alivio estético y táctico en las alineaciones ha coincidido con las goleadas ante Eslovaquia -celebrada como el triunfo de una generación- y la engañosa ante Croacia, que forzó la prórroga empatando en los minutos finales un 1-3, atravesando la defensa únicamente con ímpetu. España tiene y seguirá teniendo un grave problema con la disciplina espacial defensiva -aún es trágico el ajuste entre sus centrales, cuyas condiciones de elección permanece misteriosa-.
A la vez que Azpilicueta entró Busquets, que aunque evidentemente en sus últimos años de prestación y más endeble que nunca, todavía ordena y abarca únicamente con su presencia. Esto que parece una licencia narrativa se advierte enseguida cuando los creadores -esta vez le ha tocado a Pedri– ganan confianza y visibilidad. Que España la mueva un chaval de 18 años también es interpretable como signo de la profunda reformación de la élite nacional. Independientemente del resultado en la Eurocopa, parece claro que de este torneo hay jugadores que van a salir con un posgrado en transición al fútbol adulto, con el consecuente desgaste. Pedri el primero. Otros, claro, saldrán resoplando de alivio directitos a grabarse en Instagram.
Lo que inevitablemente llama a la cautela es el comportamiento de la selección ante la presión, que sigue siendo mejorable por no decir algo más grueso. Un equipo muy joven, sin demasiada experiencia en la pura élite y cuyos jugadores llevan más de un año jugando sin público que les ladre, algo que les ha hipersensibilizado ante estímulos negativos anecdóticos, gajes del oficio, pero que encontrarán en vaivenes de adrenalina como la prórroga ante Croacia un asidero reivindicativo. Tras el empate con Polonia todo el equipo juntó filas y en dos partidos ha hecho diez goles, en un torneo del que ya se han caído los vigentes campeón y subcampeón del mundo, además del campeón de Europa. Cuidado.