Del saturnal de fútbol que deparó el sorteo de cuartos de final de Champions, origen del enfrentamiento entre Real Madrid y Bayern, salen disparados a los titulares tres nombres y medio. Manuel Neuer, mejor futbolista de los alemanes durante la eliminatoria a doscientos minutos, revelación suficiente para medir el tono de los dos choques. Cristiano Ronaldo, otra vez sayón en letargo, veterano y pendenciero al primer toque. Y para terminar, un tal Marco Asensio que dibuja el futuro con un rasgo millenial alborotador.
El medio nombre que queda colgando es el de Viktor Kassai, asistente al partido de vuelta como juez, que alternó equivocaciones de aliño: razonó con su cerebro la reinterpretación del fuera de juego en los tantos de Ramos en propia puerta (1-2) y de Cristiano en el 2-2. Luego enseñó una segunda tarjeta amarilla en diferido a Vidal, que debió ser expulsado antes, y se ahorró ese castigo para Casemiro, al límite en cada balón dividido y con todo eso, nuevamente majestuoso con y sin fuste. Raro será que alguno desaproveche para politizar el escarnio al grupo de Carlo Ancelotti, sorprendido en el portal de su fútbol por el pragmatismo ganador hecho semifinales. Ese camino que marcó José Mourinho, a quien le afearon devolver el escudo del Real Madrid a las rondas lejanas de Champions con ese desmedido sarcasmo del pobre, no reconoce atajos. Pese a Neuer, a Kassai, a los longevos y tumultosos lados del patrón alemán -Robben y Ribéry como fiable y piadosa postal de noche europea-, Cristiano Ronaldo volvió a ser el presente y Marco Asensio, el futuro.
Lo de Asensio es curioso porque se le adivina de inicio una cualidad futbolística innata. Es del tipo de jugadores que no necesitan presentarse ni disimular, que son lo que parecen desde el primer vistazo. En Múnich tuvo minutos de calidad que envió al bolsillo de los elogios: detuvo el balón, lo logró esconder y distribuir, salió orgulloso del infierno que pese a la contemporaneidad todavía arroja pistas chinescas de pesadilla. En ningún momento acusó presión alguna, o lo disimuló muy bien, que es una virtud aún menos cuestionable. Se posicionó para la vuelta y no defraudó: Zidane jugó su filantropía neutral desconcertando al Bayern con la entrada del talento más puro que tiene en el banquillo y éste respondió. Nadie lo presentía en ese momento, lo que provocó mayor atención en los lados y sobre todo un repliegue más consciente de un equipo que necesitaba marcar ante todo y finalmente salió goleado.
Después de algunos desgarrones a la contra, ya con el tiempo extra agitando la grada, Asensio se desmarcó dejando atrás en una temerosa conducción a dos defensas y definiendo al palo largo del mejor portero del mundo con su peor pierna, la diestra. Todas las persianas del barrio chirriaron a la vez, porque la imaginativa del chaval no se sostiene frente al espejo. Lo celebró, acuoso, rodeado de adultos encantados con su aparición. El zurdo siempre decide bien, golea, asiste, trabaja y se desata cuando tiene ocasión. Vive el fútbol como si se le fuera a acabar mañana, un secreto magnífico para dominarlo por una década. Que al final del partido sonriera como si acabara de subir del parque es otra excelente pista: según crezca irá entendiendo que ser tan bueno sólo trae satisfacciones.