En la primera mitad 2013, mientras Guardiola esmeraba la pronunciación del alemán -había sido anunciado en enero-, Franck Ribéry ganó Champions, Bundesliga y DFB Pokal con el Bayern de Múnich de Jupp Heynckes. Meses más tarde, en enero de 2014, sería Cristiano Ronaldo quien recibiría en Zúrich el Balón de Oro, para el que los periodistas eligieron al francés. Tres años antes, Leo Messi posaba con el trofeo por la temporada en que Wesley Sneijder había ganado todo con el Inter de Milán de Mourinho y se había quedado a un paso de redondear el mejor año de su vida con el Mundial de Sudáfrica decidido por Andrés Iniesta. A Sneijder lo votaron como el mejor en Macau, Kuwait, Guinea o Azerbaiyán. Que Cristiano y Messi hayan dominado desde 2008 el tapete de premios no significa obligatoriamente que todos y cada uno de esos años hayan sido los mejores. La memoria, un escalón más generosa con el argentino que con el portugués -artífice de la obscena racha ganadora madridista en Champions y de la Liga con mejores números de la historia en España-, dicta lo contrario. Ha sido en el último lustro cuando ninguna de las alternativas ha dado el paso: ni Gareth Bale, ni Antoine Griezmann ni por descontado Neymar Jr., por decir tres, llegaron al final. Durante esta época, sólo estar nominado ya sabía a demasiado. Lo inesperado del fútbol de masas preparaba en cambio una sorpresa decente: la llamada a Luka Modric al escenario en la última ceremonia europea. Precisamente fue Ribéry, en 2013, el último en ganar un premio individual de renombre que no tuviera que ver con cualquiera de los dos más importantes activos de la historia moderna de este deporte. La ausencia de Cristiano del compadreo en Mónaco confirmaba antes de tiempo que no vería la luz en el último trimestre de este 2018. Su agente, Jorge Mendes, descerrajó un tiro ejerciendo de portavoz y lo etiquetó de «ridículo» y «una vergüenza». Se prodigan tan poco y mal, sobre todo él, en los medios, que quizá estas palabras hayan sido el último encargo que Cristiano Ronaldo facilitaba al fútbol europeo en mitad de su traslado a una vida peor. Cristiano, como el Barcelona en aquella Copa del Rey, no se presentó porque sabía que no ganaría. Puede que hablemos de los dos peores perdedores del siglo XXI.
El premio a Modric es, por encima de cualquier cosa, un premio al Real Madrid. Premia un papel individual destacado en un colectivo que el próximo 22 de febrero cumplirá 1.000 días al frente de Europa. Los Balones de Oro que Cristiano Ronaldo machacó también eran premios al Real Madrid. Aunque la temida mitomanía provea lo contrario, el fútbol ficción no tiene respuesta a lo que habría pasado si ambos, durante este tiempo, hubieran jugado en otro equipo. Quizá la intrascendencia, en el mejor de los casos, o la derrota en el peor. Tampoco el Real Madrid habría sido lo mismo, como recuerdan los ecos, muy cercanos en el tiempo, del Drenthe revulsivo, los Diarra o el Raúl Bravo central. La diferencia en el cambio de guardia de los premios no está tanto en la foto final como en el proceso: este año da la sensación de que el mundo ha vuelto a valorar lo antiguo: porteros que paran, defensas que defienden, centrocampistas que sudan. Luka Modric debe haber sido el centrocampista que más ha sudado en 2018, con permiso de N’Golo Kanté. Y a su Champions -más otros torneos de altura internacional, pero complementarios- ha agregado un Mundial clamoroso, echándose a la espalda a un país en infinitas prórrogas de vanguardia, con VAR y cuarto cambio, camino de ese nuevo fútbol que amenaza con rescatar la exigida nostalgia de mucho veterano de Mikasa y Compostela. Aunque no esté en la flor de su vida futbolística, Modric ha batido unos meses de fútbol sensacional -con resultados-, y ha llegado a tiempo para reivindicar a los otros en la siempre necesaria y fructuosa afrenta a la polarización. Aunque sigue sin pesar lo que un Balón de Oro, el reconocimiento en la UEFA lo consagra para siempre. Antes, con Sneijder y Ribéry, lo ridículo y vergonzoso lo era menos porque el editorialista a sueldo barría para casa. No parece que vaya a pasar esto con Modric, al contrario: la sencillez del croata lo destaca como una persona grata, cuando no ideal, para terminar con estas hazañas de egocentrismo tan de Cristiano, por quien el madridismo se ha partido la cara una década. Es irremediable el sentir algo por un cambio de guardia no que enfríe la época de mayor y mejor competición que se recuerda, sino su rentabilidad. Si el fútbol ha dado ese volantazo lo comprobaremos de verdad cuando la FIFA decida The Best (24 de septiembre) y France Football encienda París por su Balón de Oro. Pero al final, como pasó en 2010 y 2013, queda apelar a lo obvio: sólo son premios. El fútbol es otra cosa.