Sobrevivir al nasciturus

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Joana M. no lo sabe, por qué iba a saberlo, pero en unos meses estará llevando a su bebé en la mochila nunca estrenada en la que yo iba a llevar al mío. Me ha preguntado varias veces, antes de completar la compra, cuál era el estado del producto. «Intacto». España tiene un problema, y digo España porque desgraciadamente no conozco mucho más allá en lo que respecta a esto, con la notable negación del hombre como padre y parte activa o sintiente del proceso de configuración de un hogar.

La postura extraoficial es sensible, aperturista y moderna pero la obstinada realidad sigue siendo la negación plausible y llana del progenitor no gestante. Irónicamente, en los últimos la corriente social reclama al hombre atención, cuidados y corresponsabilidad en una suerte de hembrismo vigorizante de un único sentido que a su vez incomoda a la mujer que se dice tradicional, capaz de realizarse a través de la maternidad no instagramer o de la feminidad no aleccionadora. Por supuesto, son dos piezas que encajan a la perfección y sin las cuales la ingeniería social contemporánea no prestaría una batalla cruenta e inhumana como la que muchas veces vemos librar ante nuestros ojos.

España es ese país en el que un hombre no tiene voz ni voto en lo que respecta al futuro de su hijo en el vientre de la madre, pero cuya escapatoria una vez llevado en volandas y con vida al piel con piel puede verse abocado, y pasa a menudo, a aceptar sin remordimientos su manutención en caso de que la progenitora gestante, vamos a llamarla madre para sortear la deshumanización de tal imbecilidad, así lo requiera. Estas conjeturas sobre el papel del hombre y la mujer en la sostenibilidad de la familia moderna son muchas veces parentescos draconianos con la libidinosa revancha, la más atroz y triste de las soledades emergentes.

Yo mismo bromeaba antes con el Wallapop de los separados, un black museum de lo que pudo haber sido, anécdotas materiales transparentes y absurdas con peso simbólico en el viaje por el erial del fracaso, ahogados en la horca del adiós, hasta que descubrí y no por accidente que también existe el mercado negrísimo de los padres que sobreviven a sus nasciturus: como digo, los portabebés, las bañeritas o las sillas que no llegan a estrenarse porque el padre, entre otras cosas, se ha vuelto prescindible. Queda el insuficiente alivio de la construcción que invoca el subconsciente sobre lo que amamos, y las visiones aparejadas. A ese brevísimo ángel que ya custodian arriba lo vi en sueños hace nada y era un niño, como queríamos.

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