El partido de España ante Croacia había sido para Conte como robar el examen cinco días antes de hacerlo. Era uno de los más difíciles que le podía tocar, pero tenía todas las respuestas. España no había encontrado soluciones a la defensa alta de los croatas, daba unas facilidades terribles al rival para progresar llevando a cabo una presión anárquica sin trabajo detrás, y se había desnudado en las transiciones defensivas cuando de verdad había tenido jugadores enfrente (Perisic, Rakitic) que le podían poner en evidencia. Tres de las cuatro fases del juego pendían de un hilo, y la cuarta -transiciones ofensivas de España- no era apenas relevante porque el modelo de juego de Italia prioriza el riesgo cero y deja estas acciones en anecdóticas a cada partido.
El fútbol de España hace años que no anticipa acontecimientos. Conte diseñó una presión que a España pareció pillarle por sorpresa y no hubo más plan que, ya no rifar la pelota, sino regalarla. Porque hacer pelear por alto a Morata contra el trío de centrales de la Juve -sin ni siquiera poblar de hombres la zona de rechace- no es una rifa sino un regalo. Ni soluciones previas a los posibles problemas, ni talento en la dirección de campo que pudiera variar lo previsible. Conte se permitió elaborar una salida de balón poco compleja con la que lograba superar la caótica presión española y asentarse en campo contrario. La humillación no podía ser mayor. Los cinco o seis pases que enlazaba Italia en salida de balón contrastaban con los improvisados pelotazos de De Gea, mientras ardía la bandera del fútbol asociativo que España había enarbolado con orgullo desde que Luis Aragonés la hiciera de todos.
Si la intensidad es responder de la mejor manera posible en el menor tiempo posible a un problema del juego que se ha previsto y entrenado antes, solo uno de los dos equipos podía ser intenso. La intensidad no se entiende sin la concentración, pero no se puede estar concentrado sin haber asimilado antes el cometido a desarrollar en el campo. Es por eso que es necesario estar instaurado en un orden y conocer el plan colectivo para que ser intenso tenga sentido. Si el individuo no ha aprendido antes a interpretar su misión, por mucha voluntad que ponga en ese momento, la intensidad –si es que en este caso puede llamarse así, pues no se puede estar concentrado en algo que no se sabe– será improductiva. Para querer hay que saber lo que se quiere.
Si el individuo no ha aprendido a interpretar su misión, la intensidad -si es que puede llamarse así- será improductiva
Cualquier idea colectiva podría haber sido buena si la hubiera sostenido el contenido de ésta (una salida de balón definida, una presión o una defensa estática trabajada, un ataque organizado con automatismos de calidad, una transición compacta que no partiera al equipo, variantes que permitieran adaptarse a un rival que por supuesto fuera estudiado al milímetro, etc.), porque el nivel de los jugadores, sin ser el del lustro de oro y brillantes, nada tenía que envidiar a ninguna escuadra del continente. Es decir, España tenía jugadores como para que no hubiera un sistema único, una convocatoria única, un modelo de juego único que le permitiera competir como un gran equipo.
El talento de los jugadores y esa forma de jugar en la que se reconocen esa parte de la generación exitosa que todavía sobrevive puede hacer que España siga cosechando clasificaciones holgadas para los grandes torneos o dispute partidos en los que la inspiración haga bueno el jugar a hacer jugadas sin patrón ni idea preconcebida, pero si España quiere ganar batallas de entrenador, necesitará un entrenador. Scolari, Van Gaal, Sampaoli, Cacic o Conte ya lo saben.
Griezmann, Bale y Cristiano Ronaldo encabezan la lista de favoritos a ganar la Bota de Oro de la Eurocopa, pagándose los dos segundos a un nada despreciable 7 a 1; y atención a la cuota 4,75/1 de Islandia contra Francia en cuartos de final
Foto de portada: squawka.com