Con la lección bien aprendida

suspiria 2018

Dario Argento puede confirmar cómodamente las sospechas que inspiró en su día sobre el «homenaje» (así lo llamó Luca Guadagnino, el director de Suspiria 2018) a la película de culto que dirigió en 1977. Porque lo que Guadagino ha hecho con esta revisión del clásico ha sido eso: un remake libre, desleal. Mantiene el tracto giallo de la primera aunque amasada en diferido por cánones actuales: tan es así, que Guadagnino (quién lo diría tras Call me by your name, película que por cierto envejecerá peor de lo que su legión de radicales podrá admitir jamás) libera un yo de casquería hipermusculada -y se diría que hasta gratuita-, como parte de un todo de respetable esfericidad. Su pretensión está medida y por supuesto es elevada, no en vano fue la película elegida para inaugurar Sitges 2018 y pesa como una de las novedades más esperadas del año cinematográfico. El propio director del festival, Ángel Sala, la espera incluso entre los finalistas nominados a los Oscars 2019, y no a vuelapluma: la nueva Suspiria es ante todo una proeza técnica, generosa en lo visual y ambientada en un Berlín mágico, frío, familiar. La lluvia como metáfora letárgica de la dificultad empapa gran parte del comienzo, un comienzo personal y con un sello muy distintivo que hasta se hace pesado en la medida en que la Suspiria de Argento iba al aquelarre con mucha menos timidez -y bastante mejor gusto-. Por comparar, la primera Suzy Bannon (Jessica Harper, quien por cierto hace un cameo sensible en esta película) llega a la residencia-escuela de baile tan menesterosa como la actual (Dakota Johnson), pero su determinación es otra. No en vano, articula esta nueva versión un núcleo de feminismo liberador en absoluto disimulado -al contrario, es la menos sutil de sus reivindicaciones- en el que la protagonista instruye mediante la perserverancia, la paciencia, la bondad, la misericordia y la energía de quien, por ejemplo, no necesita del sexo para sentir lo indescriptible. Se hace enseguida con ella, absorbiendo su designio, una Tilda Swinton premiada por el festival por su carrera y que cumple un papel no menor como matriarca fundamental del círculo que conjura al grupo para devolver a la vida a una bruja ancestral confinada en el bajosuelo del edificio -la indescriptible Helena Markos-.

In anticipation of Luca Guadagnino's bone-crunching remake, let’s take a look at some of the best moments from the original 'Suspiria' and ask: how could they possibly be topped?
📷 | filmdaily.co

Las brujas de la Suspiria actual son, por tanto, mujeres libres -ahora se dice empoderadas- que amedrentan, amenazan y ridiculizan todos los (pocos) hombres de la cinta. Incluido un personaje especialísimo sobre el que pivotan algunos de los actos: el psicoanalista con el que abre y cierra la película. Se da la circunstancia de que este personaje está interpretado por un psicoanalista real y no por un actor. Caprichos del cine modélico. Hubo aplausos tras una de las escenas más asfixiantes del año -en la que Dakota Johnson retuerce y quiebra hasta la muerte, en apariencia sin saberlo, el cuerpo de una disidente del aquelarre con una danza dirigida desde el suelo-, pero todo palidece, nunca mejor dicho, con el cambio de paso de protagonistas. Cuando Mia Goth (primero conchabada, luego escéptica y finalmente degradada) sube al centro de la película, ésta implosiona. Entra en juego la sangre. Un final enardecido al más puro estilo Hereditary -y con ese ritmo onírico desatado de Mother!– con el que el público de Sitges disfrutó abiertamente, pero que desdibuja toda esa dimensión sostenida de alegoría del marketing de género. Un superávit de muertes muy violentas por segundo –witches don’t play– que secunda el traspaso de poderes del corazón del mal. El psicoanalista ejerce otra vez un rol tirante entre dos mundos -que en realidad representa dos sensibilidades: la de la mujer justa, que además puede ser madre y cuidadora, y la del resto-, por si quedaba alguna duda de cuán imprescindible es hoy en día sostenerse en un discurso del gusto de los lobbies y sobre todo, pretender un bien teledirigido. Todas las incertidumbres de la nueva Suspiria van en esa dirección y también en la inexactitud narrativa entre sus dos grandes bloques: el hambre y la gula, diríamos, de poder. En todo caso: si como Guadagnino decía estamos frente a un homenaje y no frente a un remake, si a la Suspiria de 2018 hay que presentarla como una película diferente, qué duda cabe: lo es. Menos coqueta y más brusca, pero lo es.

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