Shorta (2021) Una noche en el ghetto

Shorta (Enforcement)

En los últimos años, Dinamarca ha enfrentado en el mundo real un crecimiento exponencial de barrios en los que la población inmigrante representa más del 50% del total y en los que, por distintas circunstancias demográficas, se ha disparado la criminalidad. Tal es así, que el país desarrolla desde 2018 un plan anti-ghettos -aunque luchando por no sobreutilizar la palabra, con una clara connotación peyorativa en el mundo desarrollado- con el objetivo de que en 2030 ya no haya que razones objetivas para distinguir (y por tanto estigmatizar) esas micro-sociedades paralelas. Shorta (aka Enforcement) es, pues, una película basada en una realidad contrastable en Europa y especialmente en los paraísos nórdicos donde la socialdemocracia lidia con este y otros desafíos a la convivencia y su monolítica concepción del espacio público.

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El episodio que se relata en Shorta tampoco parece inverosímil: una pareja de policías incurre en uno de estos ghettos el mismo día que un musulmán de segunda generación fallece en extrañas circunstancias bajo tutela policial. Y la población amenazada del barrio se levanta contra el abuso y el poder con sus armas: la ira, el odio y la violencia. Piedras, cócteles molotov, armas blancas y algún que otro disparo para amedrentar, acorralar y dar caza a quienes para ellos representan mejor que nada el perverso mundo disfuncional que les toca habitar, en el que no queda nada fuera y dentro no te quieren si a cambio de tu compañía tienes pensado exigir algo. Esta difícil diatriba sociológica tiene, además, un añadido perverso: que existan inmigrantes integrados, alienados según sus marcos raciales, a los que saquear y hacer la vida imposible por el mero hecho de haber prosperado en un entorno hostil.

Del otro lado tenemos a las fuerzas del orden, esto es, el brazo ejecutor de esa espléndida idea ilusoria de control: una pareja de policías formada por dos agentes que digieren a distinto ritmo el dilema moral que viven a diario patrullando barrios complicados. Ambos escapan a trompicones de las trampas que les pone la nada sutil desafección del ghetto, haciendo malabares entre el deber y el poder, hasta que con la noche la tensión salta por los aires y, encerrados en calles de las que podrían no salir vivos, son empujados a integrarse -empezando por la ropa, para pasar todo lo desapercibidos que puedan- ofreciendo resistencia a la barbarie, que parece estar siempre a la vuelta de la esquina.

En Shorta no hay absolutos y, lo más importante, es una película que no invade al espectador con condescendencia moral. Huye de la pornografía sentimental y presenta todos los problemas en bruto, como piezas de un rompecabezas que no termina de completarse nunca. Así debería ser, por otro lado. Así era también en la magnífica Los Miserables de Ladj Ly con la que ha sido inevitablemente comparada. Al final, uno no puede llegar al final del día con mucha más certeza que la de haber intentado hacer todo lo mejor posible. Por eso al policía más intransigente le sobreviene un ímpetu de humanidad en un momento determinado de la película, que se solapa con otra sorpresa totalmente inesperada para el espectador. En la vida real todo es más difícil de lo que puede expresar un pálpito o cualquier prejuicio, y desde luego en Shorta hay razones de sobra para consolidar esa opinión.

LO MEJOR: Película de claroscuros muy equilibrados, perfectamente fotografiada y lugar común de una tensión impredecible

LO PEOR: Retuerce tanto cada dilema que dificulta su visionado sin juzgar cada decisión, sobreinterpretando la intención de sus directores.

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