Saúl, el interruptor del consenso

saul spain 2018

Saúl Ñíguez fue central en el Rayo Vallecano de Jémez el año de la Décima, que debe ser algo muy cercano a mantener el equilibrio sobre el purgatorio a una edad a la que la mayoría de los futbolistas pretenden cotas más desahogadas. Dos años después de esta apasionada experiencia de barrio, encaraba a medio Bayern para anotar uno de los goles de la temporada, aún en el Calderón, guiando al Atlético a la final en Milán. De aquella segunda decepción rojiblanca participó activamente. En su balanza estos años, en cambio, han pesado más cierto tipo de notorios éxitos, como sin ir más lejos la Supercopa de Europa de este verano en la que además hizo uno de sus goles -lo que ya en el argot se conoce como Los golazos de Saúl-. Es un jugador de éxito, pese a que siempre parece perseguir, con trote milimetrado, una consagración que se sospecha a la vuelta de la esquina. Y además de un jugador de éxito, es una persona gratamente cabal y transparente. Esto ya sabemos que en el fútbol, una extensión relativamente fiel del mercado laboral y sus requisitos sociales, también penaliza. Saúl, que no entraba en las predicciones de titularidad de la España de Lopetegui antes del Mundial de Rusia, no digirió su despido a dos días de una cita demasiado importante como para ahorcarla, aunque siendo pasional el móvil del crimen, los ejecutores podrían alegar eternamente una estética e ilusionante enajenación transitoria. Sus palabras no esconden doble hoja: «Nos descolocó (…) fue sorprendente, no era el momento adecuado. Se merecía seguir con nosotros». En seis horas y media de juego, Fernando Hierro no le concedió un solo minuto. Después de unas semanas rumiando conspiración, fue Saúl quien desveló el cartón. «No jugué porque el míster no lo consideró. Muchos jugadores no dan su opinión porque vosotros inventáis luego con eso, y al final el jugador intenta no dar respuestas para no dar pie a que inventéis». Antes eran siempre los negros los primeros en morir en los slashers: ahora nadie muere más rápido que el mensajero. Saúl, claro, tiene todavía 23 años. Es la edad propicia para decidir de qué pie va a cojear: esto es, si va a ser bombero o pirómano. La prensa agradecerá cualquiera de los dos perfiles pero sólo pagará por uno. Adivinad cuál.

Sea como fuere, su titularidad en la primera España de Luis Enrique viene a concederle un poder justo y renovado. La propia RFEF ha elegido con sorna y una perspicaz ojeriza el lema para esta etapa, a la que ha titulado «Una nueva ilusión». Como si la selección moribunda llevara años de inconsistencia corpórea, sujetándose a la vida sin decisión, cuando los dos años más brillantes de su fútbol del último lustro fueron con el seleccionador vituperado. El que es historiador por adhesión mete la tijera con menos esmero del obligatorio y eso no genera valor alguno para la marca humana que dice representar la selección, aunque si hay un tipo capaz de emparedar esos restos sin dejar rastro ese será Luis Enrique. Es razonablemente temprano para calibrar qué fútbol hay en su España, aunque los cambios -y la frecuencia cardiaca- en Wembley ya hayan provisto al editorialismo de ciertas impresiones que supongo se irán consolidando. El fútbol a dos toques, la doble punta de ataque, y ese homenaje a la tempestad postguardiolismo -también un recurso muy del Zidane alineador- con cambios de juego como recurso, controles tensos y decididos, verticalidad y pulso. Saúl encaja en este fútbol por dos cuestiones: la primera y principal, futbolística. Es un jugador con pie y físico. Un seguro en la transición, el golpeo y la llegada con balón: y sin él, un valor en el repliegue y la ayuda. Aunque está por definir hacia qué lado cargará su carrera cuando así se lo exijan -algo, por ejemplo, que ya ha deslucido a un Koke que en sus inicios era algo similar y que casi hunde a Thiago en Alemania-, a día de hoy su ubicuidad y manejo de la necesidad están muy por encima de la media de cualquier otro perfil de sus características. Es, pues, un futbolista orgánico para la idea de cambio que manejan Luis Enrique en su andamio y la RFEF en sus despachos. Esto da pie a con esa segunda razón que lo ha hecho caer de pie entre crítica y entrenadores de salita: el siempre generoso margen que proporcionan los inicios, el requisito de la novedad. En una selección siempre hay sitio para muchos, salvo que se pretenda que una selección sea un equipo y rinda como tal. Era el valor original de Lopetegui y lo será también de Luis Enrique, a quien sus depredadores esperan pacientemente a la vuelta de la primera duda una vez desleída esta primera tregua de opiniones. Saúl es el interruptor del consenso.


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