En la madrugada del sábado 25 al domingo 26 la nueva derechita punk certificaba a través de las redes sociales su derrota para las próximas tres legislaturas. El Sálvame de Jorge Javier Vázquez se había transformado de nuevo en una eficaz plataforma política. Las redes sociales gritaban exultantes: «Aunque lleves una mala racha no te tires al facha». El hombre conservador, su machismo y doblez, había vuelto a ser derrotado en la esfera pública. Mil años de sanchismo nos esperan y todo por una bragueta floja dejada al descubierto en el pixel lateral de un programa de Youtube.
¡Posmodernidad!, diríamos usando un término pretencioso que dejase claro nuestro pensamiento articulado y que somos gente leída. Miradas múltiples, pensamiento lento y complejidad. En la política actual, a mayor gloria del pensiero debole, es habitual denigrar con chistes irónicos lo que el rival político considere relevante o sagrado (jijijijajaja, mira el cuñao cómo rabia con la unidad de la España de misa y confesionario). Reírse juntos de la caricatura del señoro conservador adquiere todo su valor político en perfomances como la del Sálvame.
Constatemos que no hay artillería disparando hacia el otro lado. Los programas conservadores de la casa de Bertín son ganas de llevarse bien, amabilidad pura y exaltación hedonista de la familia. Nada más. Nada parecido a la explícita agresión ideológica practicada por la eficaz maquinaria de Jorge Javier.
Los programas conservadores son ganas de llevarse bien, exaltación hedonista de la familia (…) nada parecido a la explícita agresión ideológica practicada por la eficaz maquinaria de Jorge Javier Vázquez
Qué extraño pluralismo este. Uno en el que todo, en teoría, se encuentra en terreno de legítima disputa. Uno en el que, repetimos, en teoría de todo nos podemos reír. Y poder se puede, claro, pero dejemos claro que, como en la Cataluña de Pujol, no se ejerce. Sabemos que no existe libertad en etapa de potencia. Y que cuando la flecha está en el arco, tiene que partir. Aquí sabemos que hay una mitad de la población que recibe hostias en sus valores a mano abierta y sin complejos cuando se atreve a expresarlos. Igual habría que sacar a bailar a Daniel Innerarity, que nos explique en un nuevo ensayo cómo el pensamiento lento y las miradas múltiples de la posmodernidad convierten a los habituales practicantes de religiones alternativas (feminismo, ecologismo y activismo político) en fanáticos de creencias más monolíticas, rígidas y obsesivas que cualquier párroco de Buñuelos de la Sierra.
Declaramos que se puede hacer humor y se puede criticar a cualquier institución y sin embargo hemos estragado los espacios de prescripción de una clerecía de periodistas e intelectuales públicos bastante más intransigente, intolerante y atorrante hacia sus verdades que cualquier creyente de una religión organizada. Y créanme que hablo por experiencia propia. Personas que tienen las baldas de su nevera repartidas entre los inquilinos del piso que habitan te intentan explicar con periodismo de datos qué decisiones vitales son moralmente correctas. Hijo mío, cuando seas padre comerás dos huevos.
Tras el ejercicio sanchista del poder ya no creo que haya espacio de educación, neutralidad o consenso que proteger más allá de la Constitución y la Ley
Sobre algunas de estas discrepancias y códigos están cabalgando jóvenes narrativas conservadoras en España. Reconozco que hace no demasiado me habría burlado de ellos tildándolos de caspa o cosas peores. Hoy debo reconocer que he colaborado en un régimen de consenso único al que denominamos pluralismo. Dice Rendueles que los liberales (por demócratas liberales) siempre tenemos miedo a acabar a tortas. Que por eso santificamos el consenso, la moderación y los silencios prudentes. Que por eso imponemos los acuerdos del pasado a la voluntad del presente. Que no permitimos que las nuevas generaciones se apoderen y discutan sobre los mismos acuerdos que discutieron nuestros abuelos.
Es cierto que en mi caso tiene razón. O la tenía. Tras el ejercicio sanchista del poder y su despendolada ocupación del espacio público ya no creo que haya espacio de educación, neutralidad o consenso que proteger más allá de la Constitución y la Ley. Mi intuición es que si hay un peligro hoy es en la unanimidad. Así que le doy la razón a Innerarity en su teoría pluralismo, complejidad y miradas múltiples, sí. Pero de verdad y hasta el fondo. Luego hay que salir a aplaudir. Van cerca de 50 días de confinamiento y les confieso que aún no sé si esto de los aplausos me parece bien. Hasta hoy no lo había dicho en voz alta. Supongo que por algo se empieza.