Celebrar con exótico énfasis un Mundial con una jugadora que pasó las horas posteriores riéndose de la anécdota y tardó cinco días en sentirse mal por ello no está ni entre las cinco razones principales por las que Luis Manuel Rubiales debería estar fuera de circulación desde hace ya tiempo. Como a día de hoy no ha sido juzgado y las pruebas aportadas por la horda son meramente opinativas e ideológicas, para desgracia de muchos y sobre todo de muchas, Rubiales tiene todo el derecho a aferrarse a su puesto, exactamente igual que ha hecho con anterioridad pese a filtrarse y saberse, por ejemplo, que pactó comisiones millonarias con un futbolista en activo, parte interesada, a la hora de vender un torneo a un país extranjero donde la mujer -ahí sí- es mera comparsa reproductiva. Aunque las fuerzas tectónicas del mundo -se ha metido hasta la ONU- prosiguen en dar ejemplo con lo menos relevante, lo cierto es que Rubiales no está solo. Le acompañan, entre otros, los verdaderos machistas. Estos intentan a menudo camuflarse entre aliados y feministas, pero son fácilmente reconocibles a poco que uno conozca lo básico acerca de los flujos de ingeniería social y maleabilidad identitaria. Son los puritanos que se desquitan de su pulsión condescendiente yendo de morado los ocho de marzo y tienen tatuado en whatsapp todos los emojis asociados: el puño arriba, la bandera trans, el logo -¡qué sería del hombre posmo sin el logo!- con el signo femenino de ascendencia clásica. Cuando hablamos de besos en la sombra, los aliados y feministas caen frecuentemente los primeros. No es casualidad. A Rubiales le arropan también los corruptos, una subespecie depredadora que prolifera en los dos márgenes, el deportivo y el político, en los que se desempeña. Personas que viven en tensión cada polémica que no va con ellos, por razones también evidentes. Y fuera de este microcosmos, pero alistados en las innumerables categorías integradas en la búsqueda de la eternidad, planea una pléyade de socios y socias de virtuosismo inyectado: acomplejados, tristes de catálogo, novias despechadas, periodistas sin oficio, folclóricas de marca blanca, oportunistas en huelga de hambre, interlocutores líquidos, europeístas deeply concerned; muchachos y muchachas que nunca han amado, fuerabordas oxidados que vuelven al mar de lo tedioso a refrescarse, hijas de puta con C1, hombres grises en posición de poder que levantan el dedo que no es y tarde. Están los primos y las primas, los wannabes, columnistas de garrafón, tremendistas revolucionados, imbéciles imperturbables, carroñeros de la catarsis, yonkis epicúreos del hembrismo y sus migajas onanistas. Rubiales no dimite porque sabe que no está sólo, pero ninguno ni ninguna de los muchos que le acompañan en esta planicie y alargan la conversación sobre lo banal mientras el mundo zozobra lo sospecha. Y menos aún, creen que ellos irán detrás. Si finalmente cae y con él desaparece también toda esta fauna de inviable progenie, daremos por bueno el aquelarre; conceder a la chandala del mundo este poder sobre la aniquilación del individuo no parece demasiada buena idea para cualquiera que estime lo más mínimo su integridad, pero a estas alturas de la película es difícil calcular si la cuenta saldría a pagar o a devolver.