Réquiem por Cementerio TV

Cementerio TV Calle 13

Una década atrás, durante los juegos del hambre, cualquiera se exponía a las noches sin dueño con una indecente verdad: no sabían a qué o a quién podían oler al volver a casa de madrugada. Pero sí sabían que siempre podrían contar con Cementerio TV en Calle 13 a la vuelta de las correrías extravagantes bajo luces tenebrosas. Durante años, Cementerio TV fue la única certeza de los españoles ante el abismo del amanecer. El refugio del derroche y de los rechazos palmarios contra las espirituosas: un albergue de moribundos y borrachos amorales. El programa, para entendernos, enfocaba durante un número variable de minutos -quince en su versión flash, sesenta en la versión carta de ajuste- diferentes ángulos de cementerios españoles de noche, a través de infrarrojos, para empujar a la clarividencia mórbida a aquellas almas que danzaban en el abismo de su existencia. Eso era salir los fines de semana inmediatamente posteriores a la adolescencia.

Cementerio TV ni engañaba ni pretendía, era siempre un formato triste y oscuro. De hecho, pese a su persistencia en la programación tardía de Calle 13 durante años, sólo recabó reacciones recostadas bien en la histeria o bien en la incredulidad. Cámaras enfocando puntos exactos de cementerios quietos y fríos. Durante todo el programa. Sin mucha más edición salvo en ideales excepciones como esta y sin un especial interés en enseñar nada, aunque maravillosamente dirigido a sugestionar mentes abstraídas del mundo real a horas intempestivas. ¿Lo lograban? Se quería creer que sí cuando se veía en grupos. En solitario, era aún peor. Veías y escuchabas todo lo que nadie te estaba enseñando. Querías estimar, tras el entierro de la semana, algo ultramundano que amortiguara estas regulares zozobras a la luz del sol y en su decadencia.

Respecto a las críticas, fueron no pocos los espectadores a los que no les hizo especial gracia que Cementerio TV operara en camposantos auténticos -con nombre, apellido y localización- para emitir imágenes reales de los lugares donde duermen quienes ya no se pueden enfadar. Pese a su altísima hora de emisión, más cercana al alba que al prime time, el runrún de los amotinados era entonces constante. Calle 13 detuvo la emisión del programa un tiempo, quién sabe si bajo este o cualquier otro pretexto, pero el programa volvió pasados unos meses a la parrilla. Primero, en reposiciones troceadas intercaladas durante su emisión continua, algo que acercó Cementerio TV a quienes no buscaban algo peor a la vuelta de sus inmersiones nocturnas. Se redoblaron algunas críticas y el asunto llegó a los foros de discusión de internet, ya más en boga y ruidosos. Así que Calle 13 devolvió el formato a las penumbras.

No hace tanto, Cementerio TV se desvaneció. Y es curioso, porque de su vida apenas quedan retazos muy viejos en la red que todo lo guarda, más aún lo decadente y extraño. El rastreo incesante durante semanas de pistas claras sobre su pasado y su futuro se detuvo en una consulta a Pilar, responsable de prensa de NBC Universal (operadora ahora de Calle 13), quien sólo intercedió para aclarar que el canal estaba trabajando en desvincularse del género de terror. «Por eso no queremos asociarnos ya a Cementerio, ni lo emitimos ni nada. Por eso no podemos ayudarte». Pilar cumplió su palabra y ya no volvió a ayudar pese a reiteradas cuestiones posteriores. Ninguno de los empleados del canal conocía a nadie que de rebote pudiera conocer a nadie que produjera, montara o hubiera participado de cualquier manera en Cementerio TV. Rindió tributo a las sombras y se deslizó entre ellas, desapareciendo y dejando un rastro inaccesible de horror compungido aunque mudo.

Quería recordar a Cementerio TV con el cariño con el que se recuerdan todas aquellas cosas que van al aire, que se desprenden de conquistas inacabadas y que facilitan la travesía a infiernos algo más cómodos que los dantescos, planteados eso sí por el demonio inagotable y alienado de la industria televisiva hiperrealista que los críticos no asimilaron. Imaginad, en esas noches de insomnio mortuorio y patrocinado, una luz o un brillo que no tocaban en una cámara fija que alguien dejó ahí para cumplir tediosamente con un trabajo en el que no creía. Imaginad, que propugnarían los soñadores de pegatina, lo imposible: que Cementerio TV en realidad nunca hubiera existido o que tras ese trazo agonizante en el renacentismo de la TDT no se escondiera más que una profética revelación personal de cada uno de los que nos íbamos a la cama deseando estar siempre en otro lugar. Sospechadnos a nosotros muertos y a los programadores rezando.

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