Ni cuando cambió el Barcelona por el Hebei Fortune chino le sacudió a Javier Mascherano el peso de la historia como cuando Kylian Mbappé lo arrasó en dos pasos desde el centro del campo, perfilando la superioridad de Francia por el lado difícil del cuadro. El día que más débil se ha reconocido, Mascherano ha aprovechado también para renunciar a Argentina. Fue minutos después del 4-3 que dio con los huesos del club de Sampaoli en la intrascendencia histórica. Lo traía masticado de antes. Los pibes llegaron a Rusia con polizones a bordo, futbolistas al borde de la jubilación y otros desleales a su hipermusculada fama. Alguno tiene la coartada impecable: pocos en el pico de su carrera -y Mascherano está razonablemente lejos de esto en junio de 2018- habrían sido capaces de enfriar a un Mbappé meteórico, insultante, excesivo en todas sus formas. Desgarró a Argentina por el centro hasta que Giroud encontró su sitio, ya entrada el partido, y pudo entonces pisar el costado, separando en un crujido a un equipo sin alma.
Tal era la superioridad que ni tan siquiera le había hecho falta marcar para generar el terror necesario contra todo un estilo de vida al punto del colapso competitivo, el de la Argentina indigna, abandonada por su líder y desmejorada cada mañana un poco más. Luego, claro, cumplió con el deber autoimpuesto y forzó la victoria con un doblete astral justo en los minutos que parecía relegado. Dribló en seco hacia su pierna izquierda en el primero para fulminar a Armani con un tiro centrado; luego consumó una contra descarada con un derechazo recto contra el ángulo de la red en su punto más tirante. Tras el partido, con la naturalidad que corresponde a una divinidad altiva, se topó con el alma volante de Leo Messi, a quien consoló por lo evidente. Tu misión aquí ha concluido, parecía susurrarle en lo que los argentinos recogían sus articulaciones de entre los surcos que el fuego de sus botas habían cruzado por todo el césped.
La esperanza de los clásicos fue a Cristiano Ronaldo, por encima en prestaciones y carácter de su homólogo durante la cita rusa. Héroe y espejo de Mbappé durante los primeros años de su adolescencia, por redondear la escena. También pifió su terquedad contra la Uruguay habitual. Días atrás había quien pedía cholismo a España por desnivelar el tenso antagonismo que Luis Manuel Rubiales disparó con el despido de Julen Lopetegui. El de Uruguay es un cholismo de contrabando, con taras pero de tradición firme. Los celestes desesperaron a lo inane a la vigente campeona de Europa y también desbordaron su media de edad. Con Leo Messi y Cristiano Ronaldo de vuelta de sus presumibles últimas oportunidades para coronar trayectorias de sobresaliente, Mbappé ha ocupado el espacio que le adivinan los ilustrados del deporte. El 10 francés ha elegido el momento cumbre para repasar su promesa: la tarde en que languidecieron los dos proyectos internacionales liderados por los dos futbolistas que han dominado todas las competiciones desde 2007. El último mortal efímero en prestar declaración en una gala fue Kaká, que silenció el último Old Trafford ganador. De eso hace tanto tiempo que no merece la pena recapitular.
Mbappé es del tipo de jugador, decididamente, capaz de echar el borrón a toda una generación y echarse a las espaldas a la siguiente. Otros que lo intentaron no fueron capaces más que postrarse. Entre Messi y Cristiano han estado estos once años futbolistas como Robben, Ribéry, Drogba, Eto’o, Ibrahimovic, los mejores españoles de siempre; y han rascado puntos otros que por edad aún podrían diferenciarse, como Gareth Bale, Sergio Ramos, Neymar o Griezmann. Todos parecen ya viejos, denostados, figuras de otra época, frente a Mbappé. Ese fútbol esencial, decidido y desacomplejado, vertical y seductor, tan asombroso que ha captado la atención incluso de la camada de lo inmediato y fugaz, amenaza con arrasarlo todo a las puertas del ocaso de los referentes habituales. No apareció en la última Champions y conquistó de paseo los títulos en juego en Francia, debes autoritarios de su inmensidad. Pero pronto chocará contra ese cholismo ancestral de Uruguay y veremos si además de a un podio inalterable, no planea la transformación a todo un deporte enclaustrado demasiados años en la titánica pelea entre dos superhombres. Quizá reinvente la lucha o se conforme con ir ganando solo hasta que pueda echar la culpa de sus fracasos a quienes le rodean.