En campaña, como en Nochevieja o en el último día del mercado de fichajes, todo vale. Ese todo incluye cosas de las que fuera de plano nos avergonzarían; apoyos deleznables, medios royendo medias verdades, tertulianos literalmente a sueldo con la comida de su pagador todavía en la garganta. Pero también otras invenciones de las que llamaríamos inocentes, como poner a los dos partidos emergentes (es el caso de Podemos y Ciudadanos) a la altura en teoría política y tradición. Claro que, siendo España como es un país tan ajeno a su tradición y tan curiosamente tradicionalista, es comprensible que a algo que lleva entre nosotros casi una década lo llamemos nuevo, sobre todo si durante esa década, y bajo otra aparente denominación, Ciudadanos y su líder, Albert Rivera, bandearan entre su indisimulada tendencia y este gesto confiado y megalómano que recurren de cara a los sondeos. Ciudadanos, paralelamente y sin complejos conocido como Ciutadans, cuando se desempeñaban particularmente en Cataluña sirviéndose todo tipo de enemigos y hasta de anécdotas para contar a los herederos de la nueva política como aquella bala en un sobre que recibió Albert Rivera de unos simples, lleva entre nosotros nueve años, una década va a hacer, desde que se registrara oficialmente en Barcelona el 1 de junio de 2006. Así que nuevo, lo que se dice nuevo, no es. Aunque nos lo parezca o pretendamos que pase por tal para excusarnos, a través de esa disculpa consumista de la que no podemos librarnos, como cuando se guarda sitio en una cola de madrugada a las puertas de una tienda de Apple.
Sí es nueva su dimensión, obvio. De Albert Rivera, que tenía 27 años recién cumplidos cuando se aupó al Parlamento catalán a los tres meses de levantar Ciudadanos, escribió Montano esto no hace mucho, pongamos en la penúltima encuesta de intención de voto, que es el referente temporal en año de elecciones como en el Mesozoico lo era el Cretácico: “Rivera destaca justamente por lo raro que resulta. En un país normal sería normal”. No sé si este es un país normal o especial, como se dice ahora: pero ni el ascenso de Ciudadanos es casual ni desde luego es fruto de una coincidencia en el espacio y el tiempo que haya sintonizado los cerebros de los indecisos a un tris de participar en la fiesta de la democracia, que se celebra cada vez que detienen a alguien por extralimitarse en la libertad de expresión. El fenómeno de Ciudadanos poco o nada tiene que ver con el de en su día UPyD, partido muy solícito que intentó, con notable éxito sólo al principio, esta idea febril que arropa el español moderno y que es fundir “lo mejor de la izquierda” con “lo mejor de la derecha” y que llevaba en su lista a Fernando Savater (¡un filósofo!), gesto impagable de época. Tampoco es el nuevo Podemos –ni el Podemos de la derecha, como se ha dicho con curioso carácter peyorativo, pues se nos dijo que Podemos era asexual-: no se le conocen fraudes transatlánticos ni dudosas filias violentas que se les puedan hasta imputar. Ciudadanos, o Ciutadans –dientes, dientes, que es lo que les jode- está atrapando tanto votantes como representantes caídos de todos los cielos, y encima tienen el tiempo a favor.