A mi amigo Antonino, madridista empedernido, se le ha olvidado un nombre en la lista de mujeres que llorarán la muerte de Joaquín Sabina. Su nombre es Atlético, y su apellido de Madrid. Y es que, como le pasaba a Nick Hornby con el Arsenal en su maravillosa novela Fiebre en las gradas, seguramente muchos rojiblancos sentirán al equipo colchonero como la chica de su vida, esa de la que se enamoraron al poco de conocerse y que, por el camino, les ha hecho en repetidas ocasiones “subir y bajar de las nubes”, que diría al maestro de Úbeda.
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Es tentador decir, y por eso lo digo, que los grandes clubes españoles han sabido elegir bien a sus artistas para que les compusieran sus himnos del Centenario. Plácido Domingo, Joan Manuel Serrat y El Arrebato encajan a la perfección con Real Madrid, Barcelona y Sevilla, respectivamente -a este último, quizá, no le hubieran ido mal los aires de José Mercé, cuyo corazón, sin embargo, late madridista-. Lo mismo se puede decir de Joaquín Sabina y el Atlético de Madrid, que casan en idiosincrasia, poética y estilo de vida. Solo dos aspectos le quitan un poco de romanticismo a este último idilio, que sigue siendo una preciosa historia de contar: el cantante no nació atlético, sino que lo hicieron; y que uno y otro, Sabina y Atleti, Atleti y Sabina, ya no son los que eran. Nuestro Joaquín dice que ahora lo niega todo: «Se trata de cambiar la leyenda del calavera, del juglar del asfalto y el profeta del vicio por la imagen de un tipo que llora con las películas de sobremesa los domingos por la tarde», ha comentado en una reciente entrevista y los del Manzanares, a pesar de los últimos desenlaces trágicos, son ahora una mujer, en vez de la adolescente emocionalmente inestable de principio de siglo. En su Spotify ya sonaba Sabina, el trovador, pero quien la hizo madurar fue el chamán Simeone.
A Joaquín, que dejó de ir al Calderón por superstición -en concreto tras el 0-6 contra el Barcelona que ha pasado a la historia como ‘el día que Torres decidió irse’-, lo convirtió en profeta su inseparable Pancho Varona. «El Madrid es para triunfadores y hay que ser sufridores. Hay que ser del Madrid del sur, no del norte. A Joaquín le gustó la idea del pequeño yendo contra el grande», cuenta el propio Pancho, quien le proporcionó a su compadre todos los datos históricos y futbolísticos para escribir Motivos de un sentimiento, la propaganda musical más bonita que se haya hecho nunca bajo una capa roja y blanca. Cualquier colchonero con el que topen le dirá que la letra es perfecta, porque le ayuda a verbalizar todo lo que ha bullido en su interior desde siempre. Hasta al propio Sabina, y eso es mucho decir, le cuesta arrancar: “Aquí me pongo a contar / motivos de un sentimiento / que no se puede explicar”, empieza la canción. Después, verso a verso, verbo a verbo (especialmente certeros los once, como una alineación, del estribillo. A saber: aguantar, crecer, vivir, soñar, aprender, sufrir, palmar, vencer, sentir, subir y bajar) se ahonda en ese mensaje tan atlético de ser único, especial, diferente, nunca los mejores, pero sí muy (los más) fieles. Porque los colores llegan hasta el tuétano. Porque, entre una multitud donde nunca serás mayoría, el que lleva tú misma camiseta será un amigo. Porque él también, vaya usted a saber si por elección o por imposición, sufre como tú. Como Sabina.
«El Madrid es para triunfadores y hay que ser sufridores (…) a Joaquín le gustó la idea del pequeño yendo contra el grande»
Por si Motivos de un sentimiento se nos queda corto para entrelazar las líneas del jienense y del Atlético de Madrid, Joaquín en su discografía ha ido dejando más semillas. Las hay totalmente obvias, empezando por Yo me bajo en Atocha (Su santo y su torero, mi Atleti, su Borbón), siguiendo por La canción más hermosa del mundo (Un carné del Atleti, una cara de culo de vaso) o De purísima y oro (Al día siguiente hablaban los papeles de Gilda y del Atleti de Aviación), además de la aparición de Varona vestido de rojiblanco en el videoclip de Lo niego todo. Y luego están las opacas, las que ha querido ver quien les escribe, que empezó a ir al Calderón al tiempo que en casa su padre, madridista, ponía al ilustre colchonero junto al ya citado culé Joan Manuel Serrat. Lo que une la música, que no lo separe el fútbol:
Whisky sin soda: Aquí Sabina nos recomienda el sexo sin boda. Y nosotros, que pensábamos que lo cumpliríamos, nos vimos dos veces en el altar. Primero fue en Lisboa, donde Sergio Ramos le hizo un escrache a la novia en la puerta de la iglesia. El Cholo, infatigable alcahueta, organizó el enlace dos años después en Milán. Y allí falló la seguridad donde menos se hubiera esperado: Griezmann, Juanfran y Oblak hicieron tropezar tres veces a la novia, que volvió a desistir. Que fuese vestida de blanco no era buena idea. La próxima vez, que la habrá porque la quieres mucho y ahora tiene mejor salud, será por lo civil.
19 días y 500 noches: Ésas serán las veces que más de uno habrá ido al estadio. Antes la Liga se jugaba mayoritariamente cuando la noche había caído, salvo que el partido fuese un domingo a las 17 horas o aquellos dos años horribles en Segunda, cuando había muchos encuentros por la mañana. Odio al fútbol moderno.
Ruido: La afición. «Tanto ruido y al final, la soledad». Eso pasa en cualquier partido. «Ella le pidió que la llevara al fin de mundo / él puso a su nombre todas las olas del mar / Todas las ciudades eran pocas a sus ojos». Pienso en todos los desplazamientos que he hecho con el Atleti y en las olas en la grada del Calderón en los días de goleada.
Quién me ha robado el mes de abril: Nadie, afortunadamente, robó el del año 1903. Aquel 26 de abril unos estudiantes vascos fundaron el Atlético de Madrid.
Cerrado por derribo: Estadio Vicente Calderón. Duele pensar lo poco que le queda. La escucharemos, por siempre, para regodearnos en el dolor y en nuestras frustraciones.
Y sin embargo: «De sobra sabes que eres la primera / que no miento si juro que daría por ti la vida entera / por ti la vida entera». Se cambia de pareja o de ideología, pero jamás de equipo de fútbol. Y hasta la muerte. Y eso lo sabe cualquiera.
Contigo: «Yo no quiero un amor civilizado. Y morirme contigo si te matas. Y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata. Porque amores que matan nunca mueren». En el Atleti no hay civismo, sino visceralidad. Hay éxtasis y depresión, bipolaridad por encima de racionalidad y dogmatismo.
Los chicos del Frente Atlético, menos poetas ellos, interpretan así los versos de Sabina: «Muchachos, hoy viajamos juntos otra vez. Enamorado del Atleti / no lo puedes entender». «Somos socios del Atleti, sufridores seguidores, ¡seguidores! Somos socios del Atleti, la victoria más rotunda aunque estemos en Segunda».
Recuerdo también, de manera nítida, la campaña de publicidad del club cuyo lema era: ‘Me mata, me da la vida’.
Pastillas para no soñar: Plena lucha contra el ya universal «Nunca dejes de creer». Vamos con un trozo de la letra:
«Si lo que quieres es vivir cien años / No pruebes los licores del placer.
Si eres alérgico a los desengaños / Olvídate de esa mujer.
Compra una máscara antigás, Mantente dentro de la ley (es decir, sé del Madrid o del Barcelona)
Si lo que quieres es vivir cien años / Deja pasar la tentación
Dile a esa chica que no llame más / Y si protesta el corazón
En la farmacia puedes preguntar: / ¿tiene pastillas para no soñar?
¿Cómo no pensar que ser del Atleti no perjudica a la salud? ¿Cómo no soñar con Cardiff, escenario de la próxima final de Champions?
Calle Melancolía y Por el Boulevar de los sueños rotos: Una de las arterias principales de llegada al Calderón es el Paseo de los Melancólicos y en el Wanda Metropolitano lo será el Paseo Luis Aragonés. «Ya el campo estará verde / debe ser primavera / Cruza por mi mirada / Un tren interminable / El barrio donde habito / No es ninguna pradera / Desolado paisaje / De antenas y de cables» nos dice la primera, mientras la segunda evoca a que «desconsolados van los devotos». Más de un día, melancólicos bajo la lluvia vuelven a casa tristes por la derrota de su equipo.
Princesa: El Atleti en Segunda. «Entre la cirrosis / Y la sobredosis / Andas siempre, muñeca. / Con tu sucia camisa / Y, en lugar de sonrisa / Una especie de mueca». Pero yo nunca dejé de ladrarte.
Que se llama soledad: «Algunas veces gano y otras veces pongo un circo y me crecen los enanos». Nuestra historia recurrente. La lucha contra el fantasma de ‘El Pupas’.
Así estoy yo sin ti: «Extraño como un pato en el Manzanares». Si alguno pasase, que le cuente a sus patitos que a esa altura del río siempre había ambiente cada dos semanas, a veces cada menos tiempo, pero que nunca faltaba la emoción ni regueros de gente. Sin el Calderón, sin ti, sobreviviremos, porque no queda más remedio, pero nos sentiremos extraños mientras encontramos acomodo en el Wanda Metropolitano.
Donde Joaquín Sabina sí habla de fútbol sin metáforas, sin analogías entre la vida, el equipo de fútbol y los desamores que su chica -su pareja, si prefieren que sea más políticamente correcto e inclusivo- es en Tango para un quinielista, Dieguitos y Mafaldas y Un Tango para Valdano, dedicadas a Juan Román Riquelme y a Jorge Valdano. Sin irnos de Argentina, y por aquello de realizar una última comparación, entre los sones futboleros nunca debe faltar Estadio azteca, de Andrés Calamaro.
«Para entender lo que pasa, hay que haber llorado dentro del Calderón, que es mi casa. O del Metropolitano, donde lloraba mi abuelo, con mi papá de la mano» ha sido siempre mi parte favorita de Motivos de un sentimiento. Lo que no puedo negar, contradiciendo a Sabina, es que yo entiendo lo que pasa; que espero mi abuelo, que estuvo en el Metropolitano, pise el Wanda y que un día, mientras echo de menos el Calderón, un niño esté de mi mano en el nuevo estadio.
Álvaro Díaz es periodista. Puedes seguirle en Twitter y leerle, entre otros sitios, en la web envillaviciosadeodon.es
Precioso!!
¡Gran artículo! Se nota que lo ha escrito un atlético de pura cepa.
Este es mi atleti!Hay que tener cuidado con los madridistas, que nunca sabes donde te puedes encontrar uno…