El peligro no está en las estrellas sino en nosotros mismos. Las estrellas en nuestro contexto de pandemia son teorías más o menos disparatadas que atribuyen la propagación del coronavirus a: una confabulación china para dominar el mundo (Xi Jinping como un moderno Fu Manchú); una planificación capitalista para acabar con los viejos y arreglar las pensiones (a mayor gloria de los millennials); una venganza de la naturaleza para equilibrar el orden planetario (la favorita de Night Shyamalan); un experimento social de la Universidad de Stanford para probar el control social (Philip Zimbardo lo aprobaría) y la clásica estrategia de las farmacéuticas para vendernos vacunas que se les ha ido de las manos (Roche lo niega categóricamente).
Pero no. El origen del problema está en una clase política que cada vez más muestra su incapacidad para afrontar problemas del siglo XXI porque se han quedado anclados en modos de pensar del siglo XX. Frente a la rapidez de respuesta de gobiernos como el de Taiwán, Corea del Sur e Israel, los Ejecutivos de Pedro Sánchez y Donald Trump, con la visión cegada por sus anteojeras ideológicas, despreciaron los datos, las evidencias y las advertencias que la OMS llevaba haciendo desde principios de año (31 de enero, emergencia sanitaria global; 25 de febrero, petición de preparación para la pandemia), así que no llevaron a cabo la respuesta tecnológica que hubiese sido necesaria para enfrentar el tsunami vírico. Porque del mismo modo que el virus se extendía velozmente debido a la facilidad de los viajes transnacionales, también la globalización nos permitía conocer ipso facto la información necesaria, así como disponer de los recursos informáticos y médicos para enfrentar la ola antes de que nos arrasase.
La falta de prevención pertenece al pasado y la gestión plagada de errores es una cuestión del presente: pero es en la salida de la crisis donde nos jugamos el futuro
Hasta aquí todo sería subsanable hasta cierto punto. Al fin y al cabo vivimos en un sistema liberal en el que los mercados libres regulados, los Estados de bienestar eficientes, los gobiernos democráticos limitados y el pluralismo moral razonable ejercen de filtro bastante eficaz contra políticos y medios tóxicos. La falta de prevención contra el coronavirus pertenece ya al pasado, y la gestión plagada de errores de la pandemia es una cuestión del presente. Pero es en la salida de la crisis donde nos jugamos el futuro.
Sánchez ha hablado en términos proteccionistas («hay que garantizar la producción nacional») y mercantilistas («precios controlados») mientras cree que «esta crisis pone en cuestión la globalización». En paralelo, un asesor económico del gobierno plantea que, dado que tenemos una deuda pública brutal habrá que implementar una reducción general de sueldos y de beneficios empresariales más una subida de impuestos, con la vista puesta en que sea el Estado el que garantice todo el empleo. Con esta mentalidad del siglo XX conseguirán llevarnos de regreso al XIX.
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Iván Redondo hace que Sánchez plagie a Kennedy en sus discursos («Deberemos pasar del qué pueden hacer los demás por mí al qué puedo hacer yo por los demás») pero ha sido Pablo Iglesias el que ha hecho que hable con una lengua populista que recuerdan a Perón. Tras la crisis del 29, el bolchevismo y el nazismo se presentaron como tenebrosas alternativas que prometían solidaridad, ya sea nacional o de clase, y seguridad por parte del Estado. Incipientes democracias liberales como Rusia (1917), Italia (1922), Polonia (1926), Lituania (1926)… España (1936) colapsaron en un sistema de partido único o caudillista. Cuando hace un par de años Pablo Iglesias visitó a Cristina Fernández de Kirchner en Argentina reivindicó las raíces peronistas de Podemos. En su traslado a Europa, las tesis de Ernesto Laclau y la praxis de Juan Domingo Perón se revisten de un hábito pequeño-burgués y una terminología posmoderna a la espera de su gran oportunidad para ir más allá del gobierno y tomar el verdadero poder: el control de los medios de producción y, sobre todo, de las ideas de la gente para llevar a cabo una agenda patriótica-industrialista.
La cuestión en los próximos meses consistirá en que los líderes liberales consigan revertir la tendencia que se está manifestando entre peronistas de todos las tendencias, de usar la perentoria necesidad de orden social y estabilidad para justificar sociedad cerradas, políticas intervencionistas y limitación de los derechos fundamentales.