Alice Waddington es una mujer imaginativa, polifacética y sensible al ruido. Su opera prima, Paradise Hills, se estrena en Sitges tras inspirar en Sundance críticas muy diversas. La idea original data de 2015, cuando Alice tenía apenas 25 años, pero cuatro años después encaja como un guante en una sociedad atribulada y en cierto modo acomplejada por los roles de género en el autodescubrimiento personal y las relaciones románticas. Su protagonista, Uma (Emma Roberts) despierta un día en un internado en mitad del océano donde la matriarca (Milla Jovovich) vela por corregir a las jóvenes ricas descarriadas. Conceptualizada como una película bella visualmente que se dirige fundamentalmente a un público adolescente -de ahí que muchas críticas que no digieren su inocencia parezcan algo desubicadas-, Paradise Hills es un breve manifiesto de liberación a la generación del like. La propia Alice Waddington, a las puertas de los 30, rehúye la categorización, no hace distinciones entre hombres y mujeres y no atribuye maldad inherente genuina porque, en definitiva, busca algo honesto y alternativo a la narrativa de trincheras contemporánea. Tiene mucho que decir y lo dice, aunque en ese final ambiguo y agridulce -también cincelado para proteger al público joven de la idealización- vaya marcado el código genético de la niebla y la lluvia fina bilbaínas.
Siendo menor de 30 años, ¿cómo te llega y cómo encajas la oportunidad de dirigir una película como Paradise Hills?
Tenía 27 años cuando la dirigí. Más que llegarme fue algo buscado, creo mucho en activar o buscar tu propio destino en lugar de dejarte llevar. Cuando realicé mi corto Disco Inferno quería poder demostrar que podía dirigir cualquier género, así que lo usé como pieza de portafolio. Fui al Fantastic Fest en 2015, presenté el proyecto de Paradise Hills y tuve la suerte de conocer a Guillermo del Toro, que me puso en contacto con su agente, y estos a su vez me presentaron a mis productores en Sitges. Yo ya había escrito con Sofía Cuenca un tratamiento para la película que Nacho Vigalondo y Brian de Leeuw adaptaron y desarrollaron para el formato largo. Con ese guion, mis productores arriesgaron sus contactos con Nostromo, que nunca antes había hecho cine, y conmigo que era una directora sin experiencia en largos. Me consiguieron entrevistas con las actrices y ahí ya fue fue mi trabajo convencerlas. Les presenté seis piezas de concept art que yo había diseñado, fui a Los Angeles durante dos semanas y allí, quedándome en sofás de amigos, conocí a Danielle Macdonald, que fue la primera en aceptar. Detrás de ella vinieron todas, especialmente Emma Roberts, que es la protagonista.
El sello de Nacho Vigalondo es muy reconocible en Paradise Hills, ¿qué aportaciones al guion suyas y de Brian de Leeuw querrías reivindicar?
Como dices, el trabajo de ambos en esta peli es inconfundibles. Brian es el autor de Daniel isn’t Real (también en Sitges), más psicológica pero con componentes de terror agresivo. Tienen en común que son dos autores que siempre han trabajado en fantástico, Vigalondo más en comedia y Brian en drama. Nacho sabe crear estructuras narrativas con muchas sorpresas, sus finales son siempre distintivos y le gusta trabajar los giros de guion, como sin ir más lejos el de esta película.
Patriarcado, neofeminismo… ¿Qué margen hay para interpretar lo que representa la isla de Paradise Hills?
Paradise Hills representa la fijación con la perfección de algunas generaciones jóvenes por culpa fundamentalmente de generaciones adultas, que son las que han generado dependencia e interdependencia con el uso de las redes sociales. Ha llegado un momento en que para las personas más jóvenes la forma de socializar es modificándose, convirtiéndose en personas que no son. La isla es mi mensaje a esta generación obsesionada con la perfección, que no deben cambiar para tratar de ser otra persona sino saber encontrar a la gente que les acepte tal y como son.
«Cuando haces una película con hombres y mujeres toca que unos sean maravillosos y otros horribles»
Pero al final parece que sí es necesario desdoblarse en dos, ser o parecer otra persona, para acercarte al final que soñabas…
Esto enlaza con lo que comentaba de las redes y que se cree un perfil que no corresponde necesariamente con la realidad. La idea de que todos terminemos siendo o pareciendo iguales es algo preocupante, sobre todo desde el punto de vista psicológico. Mujeres y hombres siempre nos hemos tenido que crear personalidades sociales alternativas para encajar, cuando en la realidad somos tan diversos como lo son las protagonistas de esta película. Nos intentamos adaptar a un ideal y nos creamos un avatar paralelo.
También es inequívoco en Paradise Hills el rol del hombre: traidor, rencoroso, ambicioso. Sólo salvas a uno, el padre de la protagonista. ¿Qué importancia tenía para ti salvar la figura paterna?
Tanto hombres como mujeres en esta película tienen representantes maravillosos y horribles: La Duquesa, Milla Jovovich, es la villana de la película y es una mujer. Por su parte, el padre de Uma es una de las figuras más positivas y es un hombre blanco de mediana edad. Los extremos no son buenos y el espacio gris entre los clichés siempre es interesante. Cuando haces una película con gran cantidad de mujeres y hombres toca que unos sean maravillosos y otros horribles.
Llama la atención ese desenlace casi agrio con una relación amorosa no resuelta… ¿Hay versión oficial sobre qué ocurre después del último plano?
Efectivamente hay un triángulo amoroso entre dos mujeres y un hombre, y una de esas relaciones se deja en suspenso de una forma un tanto melancólica, triste. También es muy romántico para la protagonista la forma en que vive ambas relaciones. Creo que el mundo de Paradise Hills no está preparado para una relación entre dos mujeres de la forma en que la protagonista quiere o necesita tener. De la misma forma hay un elemento que la película deja abierto, y que es justo el final. Pero eso sí, quien quiera saberlo va a tener que verla…