Otra

Real Madrid Champions League 2017

El madridismo está condenado a procurarse felicidad de largo alcance a costa de infundarse su arbitrariedad. La consecución de la Duodécima Champions League ante la Juventus en Cardiff (1-4) lleva alegría, en una pulsión concreta, a unas vitrinas sin espacio para el análisis. El equipo de Zidane arrollaba a los de Allegri en Gales sin Bale, suplente, y también sin el favor generalizado de la crítica, que observaba de reojo la posibilidad nefasta para recuperar profecías que deseaban autocumplidas. Pero Merton también respira blanco. Aunque en los días previos se aprobó por unanimidad que Gianluigi Buffon merecía la Champions más que ningún otro año, la extraña vulnerabilidad italiana que floreció a lo largo del partido no le hizo justicia y palideció frente a la moderna máquina de pretextos que ha elevado Zinedine Zidane, hacedor del milagro imperativo de ganar lo importante. La segunda Champions consecutiva, hecho sin precedentes, redondea su palmarés y el de muchos de sus jugadores: así, por ejemplo, Casemiro suma más de estos títulos que Guardiola. Danilo, vital en la prórroga del pasado año en Milán, dos. Luego están las medallas de peso negativo, aquellas que uno se cuelga a la intemperie y ajeno a la razón. El éxito blanco también rescata a estos apóstatas.

El Madrid, antes de volver a la casilla de salida, surcó todas sus personalidades en los algo más de noventa minutos que lo acercaron a la leyenda. Al principio se dejó arrebatar por el ritmo fragoroso de Pjanic y fue avasallado por Higuaín (¡por Higuaín!); fue el Madrid de los empates consecutivos y también el de la zozobra juvenil frente a Barcelona y Atlético en los episodios tardos de la temporada. Pasados los diez minutos se ordenó con balón, paradoja incompatible con la suspicacia del método Zidane; la frialdad de su parte ancha del campo sostuvo el factor alegría italiano, donde no brillaron los mejores, y fue abriendo espacios a la espalda de la temida y nombrada como mejor defensa de Europa. Nada más lejos: Ramos y Varane, limpios al corte e imperiales a una altura tan exigente de la competición, rubricaron servicios más laudables que ningún otro. Lo de Ramos es costumbre, pero Varane todavía tiene 24 años. Como Zidane fue valiente y decidió alinear a Isco en lugar de Bale, la transición del Madrid era cuidada y metódica, angelical. Hasta que Carvajal irrumpió por la derecha y quebró el tedio con una pared a Cristiano, que voló la histeria colectiva. Aquel era el Madrid de los 40 partidos invicto, el Madrid fiable, preciso y templado que aún estaba por caer.

Lo que hizo Mandzukic en el 1-1 no se lo deseará el croata a ninguno de sus enemigos: el gol de su vida, en el mejor escenario, para nada. Envió a la escuadra de Keylor una tijera impropia para un jugador de su catálogo, remasterizado en la doctrina Allegri, y devolvió al Madrid al tramo de flaqueza. El tiempo corría hacia la media hora y se presentaba el tercer espectro de la temporada: el del Madrid moroso, al debe con su esfuerzo y su necesidad. Como si no pesaran las carreras, los del campo replantearon el partido desde el empate pero con la lección del comienzo aprendida. Carvajal y Marcelo mantuvieron posiciones, Kroos se dejó caer a la izquierda sin disimulo para esposar a Dani Alves y el balón empezó a llegar a Isco, que hizo del Madrid el Madrid de Gijón y de La Coruña, inteligente y práctico incluso -o particularmente- en la adversidad. Todavía se apuntó algún tanto el invitado de honor, Felix Brych, con varias licencias caóticas. La vida no se movió hasta el descanso, vara de medir de la fe inquebrantable del campeón.

 

Fue tan así que tras el descanso sólo quiso ganar un equipo y ese fue el de Zidane. No había cambiado nada, pero eso cambió todo. Quizá Allegri esperara un movimiento en falso del francés para batir en velocidad las corazonadas blancas, pero el mensaje en la caseta era universal: había que sumar hombres en ataque. Los laterales se soltaron. Modric avanzó a robar. Kroos le guiñó un ojo desde el otro lado. Varane dejó a Ramos de líbero en funciones. Y con el dibujo a la vanguardia, la Juventus se arrugó con una mueca y Casemiro, titánico, soltó un derechazo lejano que sorprendió, previo rebote, a Buffon. Cardiff fue una fiesta: el plan había salido bien. Así que insistieron, y llegó el 1-3 previo robo de balón de Modric en posiciones de mediapunta. El croata apuró césped y sirvió el gol a Cristiano, que nunca aparece en los partidos importantes a excepción de las finales de Champions, de Copa, semifinales, cuartos, Mundial de Clubes y varios de los encuentros en los que se pelean -y a veces se ganan- las ligas. Quedaba fuelle pero el Madrid replegó, desafiando a una Juventus seca, chirriante, inaudita. Europa tenía dueño y era el de siempre.

El Madrid encontró en esa última forma su forma deseada, la de arrolladora personalidad ganadora que planta cara y decide títulos con independencia del rival. Ha ganado nueve de las últimas diez finales disputadas a partido único en los últimos años, lo que también dibuja un patrón reconocible para los enemigos: ha regresado, para quedarse, el único rival a batir. A expensas del verano vibrante que se le viene encima a Zidane, el dodecampeón otorgó a Asensio la maniobra de cerrar un ciclo que había abierto él mismo en Trondheim, casi trescientos días atrás, goleando la escuadra del Sevilla en la final de la Supercopa de Europa. Nadie en la Juventus comprendía lo ocurrido, y entre lágrimas y cabeceos se quedaron a ver cómo triunfaba con estrépito el proyecto de vida más firme que recuerdan los viejos del lugar. Todo sin apenas narrativa lípida, entre las sombras y a trompicones, sobre las tertulias y la proclive y mentirosa estadística interpretada. Todo pese a todo y contra todos, únicamente para estrechar la mano de la historia antes de servirle otra pieza de colección. Si el monstruo se adapta a esta forma, hay ciclo para rato.


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