España acabó el partido contra Noruega con cinco zurdos en el once, una anécdota sin más profundidad que la que le quiera adjudicar el ocultismo. A saber: Jordi Alba, que vuelve a ser el lateral sin discusión después de que Luis Enrique cediera algo de orgullo a cambio de no ver comprometida su credibilidad profesional demasiado temprano. Marco Asensio, que fue su réplica sobre el juego y logró doblar la prestación en un lado recurrente, alejando el marco de acción de la pelota del conocimiento orbital de los defensores nórdicos. Íñigo Martínez, de nuevo al frente del casting de centrales que quedó otra vez en entredicho por forzar un penalti de los llamados innecesarios porque se hacen esperando que el árbitro no lo vea. Rodrigo, el nueve: una réplica a la no siempre efectiva intensidad de Morata, que ya en la era Lopetegui reventó como una solución inmediata a la falta no de gol, sino de ocasiones, en una selección que venía de celebrar la horizontalidad mientras caían sus tótems. Y el último, Sergio Canales, debutante: el talento que el fútbol español llevaba una década prediciendo y que por fin en 2019 ha tenido premio a su constancia. De todos los futbolistas llamados por Luis Enrique para esta ocasión internacional, Canales por historia humana y por condiciones futbolísticas destaca entre los posibles. Su rol en la selección ofrece tantas alternativas que en un primer momento llegaron a dejar fuera a Koke y Saúl, este último recuperado por la baja final de Fabián Ruiz. Luis Enrique quiere profundizar en el sacrificio y qué mejor manera de personificarlo que llevar a uno de los futbolistas que más ha sufrido para llegar a ser alguien. Canales, además, tiene un don: el toque y la visión. No hay zurdo malo: es una leyenda que desde pequeño uno asimila en el fútbol. Los pocos zurdos que llegan a la élite tienen ese algo, como un reverso matemáticamente imposible. Durante el tiempo que conectaron, Alba y Asensio jugaron prácticamente solos en aquella banda. Luego, en ventaja, el balear dio un paso hacia el medio para concentrar el ataque y dificultar la salida de balón rival, desapareciendo consecuentemente de las tareas creativas. Los zurdos, por imperativo, están llamados a rescatar a España de esa inquietud en que la sumieron los últimos tropiezos. Dice Luis Enrique que necesita tiempo para la evolución, ahora que ha notado cómo pesa la incertidumbre de un país con tantos seleccionadores. Y la cuestión es que no tiene demasiado.
🇪🇸 Sobre la selección española
Cuando Luis Enrique apela a la calma no lo hace como advertencia sino como consejo, porque sabe manejar los titulares. Pero uno rasca y enseguida encuentra debajo la profunda duda sobre hasta dónde puede llegar con lo que tiene. La llamada de Jesús Navas -y su titularidad en el lateral derecho- premian este razonamiento. Sin Dani Carvajal, lesionado, y con Odriozola fuera de concurso por la falta de regularidad, Luis Enrique recurrió a uno de los héroes de Sudáfrica -improvisado: fue quien inició la jugada del gol de Iniesta en Johannesburgo, partiendo precisamente de la posición de lateral- que es por extensión de lo poco que está saliendo a flote esta temporada en un Sevilla anodino y decepcionante. Con 33 años y reconvertido a la fuerza, Jesús Navas reaparecía tras cinco años de ausencia en la selección. Se quedó a las puertas del Mundial de Brasil, y menos mal: evitó contarse entre los restos de un fracaso telegrafiado desde que Vicente Del Bosque ofreciera la lista con más nostalgia que propuesta. Es irónico, que el mismo día que España vuelve a Mestalla lo haga con Navas en el once. Como si toda esa España intergeneracional se negara a rendirse. La última vez en Valencia fue ante Bosnia de camino al Mundial de Alemania. «Vamos a jubilar a Zidane», fue la portada del día de la eliminación ante Francia. En los años transcurridos desde entonces (2005) han existido tantas versiones de la unión que casi se podría tomar por la muestra descriptiva de lo que ha sido este país en lo futbolístico. Cainita y soberbio, también matemático y muy folclórico, demasiado, aquejado de una virtud optimista con la que los grandes jugueteaban con recurrencia. Desde 2013 España ya ha sido lo normal: maniqueísmo, traiciones, mentiras, amenazas, jerarquías verticales estratificadas en material indisoluble. Todo lo que teme Luis Enrique en el camino hacia lo nuevo empieza en ese recuerdo de Jesús Navas, y busca continuidad en los zurdos y en Canales, representante del país que resiste. Ya veremos hasta dónde.