La resolución de las semifinales de Copa resultó ser uno de esos partidos que a Xavi Hernández le gustaba resumir así: han hecho su fútbol, han llegado dos veces y hemos perdido en dos detalles. Los detalles de esta ocasión son en cambio tan cristalinos que casi anulan cualquier mitin. Uno de los detalles es Luis Suárez: el Barcelona tiene goleador. Un goleador pesado, que siempre parece fuera de forma, pero verdadero. Instalado además en su época de plenitud de cara a puerta, acondicionado a esa colocación del nueve que ahora llamamos clásico porque el fútbol actual no parece en disposición de generar nuevas funciones o clásicos vivos. Quizá el falso nueve, aunque esta novedad de antes ya no tenga el peso que le aceleró Del Bosque. El segundo detalle que desniveló el Clásico de Copa del Rey fue el Real Madrid contemporáneo, un detalle histórico del que participan algunos futbolistas como Sergio Ramos o Marcelo –señalado en la ida y sin minutos en la vuelta-, que son los más longevos, pero también otros como Isco, Luka Modric o Gareth Bale, fichados entre 2012 y 2013, que en todos estos años sólo han mirado al Barcelona a los ojos a través de su indiscutible -y real- hegemonía europea y mundial. Desde aquel 0-3 en que el Bernabéu aplaudió a Ronaldinho, pero más concretamente desde el 2-6 del que pronto se cumplirán diez años, el Real Madrid ha competido contra el Barcelona en lo básico, pero ni siquiera esto le ha salvado de puntuales ridículos y resultados demasiado rotundos y recurrentes como para hacerlos pasar por accidente deportivo. Existe un patrón, digamos, sobrenatural. Cuando el Madrid ha estado en disposición ya no de golear -que también-, sino de ganar o de imponerse a través de la táctica, la fuerza o la técnica, la mayoría de las veces se ha visto minimizado por una última incapacidad circunstancial que ha evitado el giro de equilibrios. En estos diez años nunca ha ganado más de dos Clásicos consecutivos (y estuvo siete sin hacerlo entre la final de Copa de 2011 y la primavera de 2012, esto es, en la Liga de los récords de Mourinho).
El Barcelona ha marcado 3 o más goles en el 33% de los Clásicos disputados en la última década
La dominación doméstica, con los astericos, los peros y las anécdotas que se quieran, es todo un ritual. Al otro lado, el Barcelona no repara en hacer todo el daño posible cuando puede. Un 0-4 en el Bernabéu ajustició a Rafa Benítez, obsesionado con traicionarse, un partido en el que Messi fue suplente y que Piqué, que pasó los últimos diez minutos buscando marcar el quinto para hacerse la foto del siglo, quiso reventar. El 5-1 de esta temporada se llevó a Julen Lopetegui, la apuesta para restaurar un proyecto que zozobraba tras las bajas de verano que, como era de esperar, no ha llenado nadie. Y lejos de siquiera ponerse a su altura, algunos de los veteranos que podrían dar el paso adelante se han estancado y han visto cómo el fútbol de entre semana los aplastaba. Todo este contexto afecta a una generación pero de paso ha recuperado la estadística para un rival histórico que domina de Europa para dentro porque no calcula los daños. En el Bernabéu el Barcelona fue un equipo tan sobrio que hasta se diría plano, pero el resultado y sobre todo la sensación de atropello que deja en el madridismo la eliminación no pueden alinearse con esa simpleza. Hay algo más. Siempre hay algo más cuando en la competición media también ese terror ya nada inocuo: ver a Ramos vociferando a sus compañeros que, por favor, no les metieran seis. Recordarle en el suelo viendo alejarse a Henry, Ronaldinho o Messi tantas veces, aunque no hiciera falta esta última. Y los homenajes, en forma de goles -algunos clave- que se han dado en este tiempo los Jeffrén, Alexis Sánchez, Abidal, Alves o incluso Aleix Vidal. El Madrid lleva mucho tiempo construyendo una narrativa especial en torno a su grandiosidad y el respeto que se ha ganado en el mundo, quizá con cierta insolencia y sin mucho reparo del qué dirán. Pero ha perdido de vista el mercado local. Y con él, no sólo la Liga, que destaca, sino las competiciones nacionales y sobre todo la prioridad tribal, malsana o no, de aplastar. De humillar. Más allá de la dirección técnica y deportiva, que sin duda merece capítulo aparte, pesa ya la inviolable evidencia de que el Real Madrid del siglo XXI tiene un serio problema con el Barcelona. Sencillamente, no puede con él en ninguna de sus formas.