¿Oíste, Trump?

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Cuando Michael De Lucca, productor nobel de la 89 ceremonia de los Oscars, animó al personal a desandarse las ropas y abrir fuego a discreción contra la administración Trump, en realidad sólo estaba legitimando a Jimmy Kimmel. El correcto presentador de la gala, aplastado por el increíble momento final de la misma, fue quien con más estilo -e insistencia- cargó contra el actual presidente de los Estados Unidos, por quien se preveían ataques indiscriminados sobre todo en una edición destinada como ha sido a premiar lo que no hace mucho se tenían por revelaciones de minorías. Incluso llegó a enviarle dos tuits en directo, que encendieron tanto al público en el Dolby Theatre como a los irreductibles de las redes sociales.

OSCARS 2017: VENCEDORES Y VENCIDOS

Las primeras y quedas manifestaciones pseudopolíticas ya se dejaron notar en la alfombra roja, por la que desfilaron algunos invitados llevando bien visibles los lazos azules de la ACLU (Unión Americana de Libertades Civiles), especialmente activos en las semanas que han transcurrido desde la toma de posesión de Trump como presidente electo. Los invitados no fueron más allá de las reivindicaciones habituales -lo que dice mucho del grosor real de estas pantomimas globales- salvo excepciones: Jovan Adepo, actor de ‘Fences’, dejó caer un laxo deseo de «dejar de lado todas las barreras que te complican la vida»; y en una línea similar se expresó Marcel Mettelsiefen, responsable del corto ‘Watani: My homeland’, quien pudo explayarse un tanto más ante la cámara: «Estamos en un entorno político especial, nuestra protagonista casi no puede entrar en el país (…) Estoy orgulloso de que haya podido hacerlo y ser un símbolo en esta América dividida, que apoye el movimiento de resistencia contra el gobierno de Trump». Nadie se atrevió a ir mucho más allá antes de la ceremonia.

Kimmel, que en definitiva estaba para eso, secuestró los primeros minutos con alusiones facilonas y en consecuencia altamente efectivas: «Esto lo ven en más de 250 países que ahora nos odian», empezó. El presentador, arropado por los aplausos en cada licencia -aunque ya es muy difícil discernir qué va preparado y qué no: para más muestra, el en absoluto natural discurso de Viola Davis al recoger su premio-, dio otro paso: «Gracias a Trump los Oscars ya no parecen tan racistas. Los blancos han salvado el jazz y los negros la NASA», canturreó en referencia a ‘La La Land’ y ‘Figuras Ocultas’. Por supuesto, no pudo dejar pasar la oportunidad de pseudomencionar al presidente cuando se dirigió a Meryl Streep, a quien recordó el apelativo de Trump («sobrevalorada») tras su encontronazo en los Globos de Oro. Y luego hizo hincapié en uno de los lugares más caricaturescos del presidente: «Bronceados falsos sí, pero noticias falsas no».

Aunque la gala discurrió por cauces muy templados en cada discurso de recepción, Alessandro Bertolazzi (‘Escuadrón Suicida’) sí tuvo unas palabras: «Yo vengo de Italia, así que esto va para todos los inmigrantes». El mexicano Gael García Bernal, de soslayo, aclaró estar «en contra de cualquier muro que pretenda separarnos», y el propio Kimmel volvería a la carga usando el borrón de Trump tras inventar unos supuestos atentados en Suecia: «Sentimos lo que pasó en Suecia, espero que tus amigos estén bien», espetó a Linus Sandgren, oscarizado director de fotografía de ‘La La Land’. Sólo Barry Jenkins, muy al final y también de pasada, camuflando el desafío, aprovechó el discurso tras ganar el Oscar a mejor guión adaptado por ‘Moonlight’ para dirigirse a la comunidad negra: «Tenéis cuatro años duros por delante, pero no os olvidaremos».

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Más allá de los gags perniciosos de un Kimmel desaforado y de las pancartas pequeñas de los menos valientes, hubo un momento en que la frágil estructura afable de los Oscars saltó por los aires. Asghar Farhadi, director de la iraní ‘The Salesman’, aceptó el premio a la mejor película extranjera pero decidió no presentarse a la gala y cedió la responsabilidad de exculparle a quien recogió la estatuilla en su lugar. «Siento no poder estar aquí, mi ausencia tiene que ver con el respeto que siento por la gente de mi país y otros seis países víctimas de una falta de respeto de los Estados Unidos, que divide así el mundo entre nosotros y nuestros enemigos, justificando las guerras. Los directores de cine creamos empatía, una empatía que necesitamos más que nunca». La mayoría en la sala, seguramente muy alejada de la realidad política de Irán, se dejó llevar e interpretó el papel de sus vidas.

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