En la ronda de promoción de su nueva película, Nuevo Orden, el director mexicano Michel Franco se detuvo unos minutos en el espacio EsCine de esRadio para hablar de su trabajo a Sergio Pérez, salpicando la charla con muchos lugares comunes sobre el bien y el mal, esto es, sobre los ricos y los pobres. Para situar la acción: Nuevo Orden es una película eminentemente violenta, nuevo hito de la violencia social reglada y comercial, que carga una polivalente crítica a la desolación vital y el hueco de valores fundacionales de clase traducido en corrupción física y moral. Otros lo hicieron antes: Joe Lynch en Mayhem (2017), Cronenberg en Cosmopolis (2012), Mary Harron en American Psycho (2000), James DeMonaco en The Purge (2013), o Ben Wheatley en High-Rise, para ejemplos contemporáneos.
En un momento de la entrevista, Michel Franco advierte que el mundo actual está en peligro por el auge global de la ultraderecha. En Nuevo Orden, la corrupción de la clase baja, alienada e hiperviolenta, contagia a parte del ejército y se vale de éste para secuestrar, castigar, violar y asesinar a los ricos mientras cobran rescates multimillonarios que nunca llegan a buen puerto. Esto es: la violencia infecta de forma transversal, pero sin proyecto. El entrevistador lo detiene y le recuerda los populismos de izquierda, ante lo cual el director recoge cable y, para enfatizar su idea, toma distancia con los polos y pasa a hablar de populismos militarizados como el de Venezuela. En apenas un clic, un giro de charla, la ultraderecha pasa de ser una ensoñación del rebelde global a un acompañante más del camino a ninguna parte.
Como la película se titula Nuevo Orden y va de pobres sometiendo a los ricos para arrancarles lo que estos exhiben «como si lo merecieran» (en palabras del director), es relativamente fácil ubicarla en el apasionante mundo de las revoluciones icónicas. Todos quieren su París del 68, su Primavera Árabe, su 15M. Descubrir el rincón oscuro de su alma al que mirarse y descubrirse peor que cualquiera. Ocurre en Parásitos, la sensación de 2019, que más que una metáfora de la verticalidad vertiginosa de clase era un tratado limpísimo sobre cómo el arribismo y la frustración aspiracional pueden activar los resortes de la degradación civilizatoria en un parpadeo.
Cuando Michel Franco matiza -tarde- que Nuevo Orden no advierte sobre el auge de la ultraderecha (aunque la mansión de los ricos protagonistas acribillados figura en un catálogo visual y estético de los palacetes potemkianos) parece olvidar que hoy la subversión no está precisamente en manos de la fracción social progresista. Lo advirtieron Joseph Heath y Andrew Potter en esta entrevista: la contracultura actual es eminentemente de derechas, reactiva a un mundo de restricciones de pensamiento como hacía décadas no se conocía. Imposiciones de facto vía GAFAT, guías, censura Profidén, cancelación cultural, metalenguaje lynchiano, Agenda 2030. Ese sesgo que nos dificulta percibir alternativas incómodas -peores- al hablar de mundos y ordenes paralelos nos evita también pensar en cómo serían las cosas del revés a como las sueña nuestra limitada apreciación del bien, esto es: cómo sería realmente un Nuevo Orden que desafiara un planeta tomado hoy por el sopor y lo melifluo.