En la carrera por crear un equipo que juegue lo mejor posible, la implantación de cualquier modelo de juego necesita de tiempo para asimilar conceptos, automatizar acciones y coordinar movimientos con los compañeros. Sin embargo, el fútbol de selecciones va contra esta naturaleza del proceso. Porque en el fútbol de selecciones no hay tiempo. Así, hay seleccionadores que tienen la suerte de poder aprovecharse de una estructura o una idea instaurada en un club determinado donde juegan varios jugadores seleccionables. En Italia, Antonio Conte ha recreado el 3-5-2 de su Juventus con los mismos cimientos defensivos (el trío de centrales más Buffon), muro que ha rodeado de su guardia pretoriana -jugadores con los que se identifica, cuyo espíritu le recuerda al Conte futbolista- para que, con un fútbol que sólo ansía el orden en todas las fases del juego sin arriesgar lo más mínimo, Italia vuelva a parecerse a la Italia de siempre, pasada la época en la que Prandelli se había aprovechado del mejor Pirlo para desarrollar un fútbol tan vistoso como antagónico a su cultura histórica.
En Inglaterra, Hodgson ha juntado hasta cinco jugadores del Tottenham en el once inicial, pero aquí lo aprovechable no ha sido el sistema o una columna vertebral formada por dichos jugadores, sino la estructura que permite armar el tener a Eric Dier como mediocentro. Su función en ataque es similar a la del Tottenham: ser primer receptor de los centrales, hacer llegar el balón en las mejores condiciones a los interiores -Rooney es el que se ha erigido como generador de juego- o encontrar a los alejados con su gran desplazamiento de balón, y cerrar con los centrales para liberar a los laterales. Llegó a la Eurocopa con 21 años y siete internacionalidades y se ha convertido en el jugador insustituible para Hodgson, el que sostiene el laboratorio de pruebas que ha montado delante de él, sabedor de que con Dier en el campo el equipo no se va a partir ni aun colocando cinco atacantes puros, como así ha sido en la mayor parte del torneo.
Un segundo grupo de seleccionadores se aprovecha de una identidad concreta y arraigada al país -que jugadores, cuerpo técnico y afición conocen de sobra-, prolongándola y añadiéndole matices que la puedan enriquecer. El caso de España con el fútbol asociativo levantado a partir de una generación de virtuosos centrocampistas o el pressing agresivo y el fútbol vertical que Marcelo Bielsa instauró en su día en Chile -y que prolongó Sampaoli y ahora Pizzi- han quedado como estilo innegociable que prácticamente se confunde con la bandera nacional. Escapar de lo previsible, encontrar vueltas de tuerca a la pizarra, atreverse a introducir jugadores que aporten cosas distintas sin salirse del engranaje colectivo -eso que echó de menos España en el Mundial de Brasil y que ahora está intentando con Nolito- o saber sacar a tiempo del vestuario a mitos con los que no se tiene ninguna deuda porque el fútbol ya paga con gloria y memoria colectiva –el único bien en la vida que te hace inmortal- las hazañas de cada uno, son artes que acaban marcando el legado de técnicos que no tienen otra -muy difícil- misión que reinventarse.
Escapar de lo previsible o atreverse son artes que marcan el legado de técnicos que no tienen otra misión que reinventarse
Y existe un tercer grupo que no tiene la suerte de los dos anteriores y que se las tiene que ingeniar para conseguir el máximo rendimiento de forma exprés en los pocos días de concentración de que dispone al cabo del año, sin más base, idea o estructura que la que el propio entrenador sea capaz de inculcar a sus jugadores. Está claro que ordenarse atrás sin balón y simplificar los ataques posicionales con balones largos es una tarea que exige menos tiempo y penaliza menos el error que diseñar una presión alta y agresiva o trabajar movimientos y automatismos propios del fútbol asociativo para el que además se necesita de un nivel de calidad en plantilla del que no siempre se dispone. Si a esto unimos un formato de torneo que potencia la importancia del golaverage -en los terceros puestos tiene un valor incalculable-, nos encontramos ante equipos que quieren exponerse lo menos posible -incluso cuando van perdiendo, pues una goleada en contra fruto del contragolpe puede ser fatal para sus aspiraciones-, cristalizando globalmente en partidos de ritmo lento con equipos que se cierran y rivales sin demasiada calidad colectiva para desordenarlos ni demasiada intención de hacerlo. El ataque organizado de Croacia -y de Portugal en ciertos tramos-, la valentía de los propios croatas al presionar arriba a España o el juego de posición de Hungría quizá hayan sido de los pocos rayos de luz que han golpeado esta tónica generalizada en la liguilla.
Esta situación en la que ejercer de nueve se convierte en un marrón (…) no hace más que poner en perspectiva la heroicidad de Luis Suárez o el valor de Morata
Este panorama ha dejado como mártir a la figura del delantero centro, que ha tenido que sobrevivir a repliegues bajos muy trabajados que le impedían disfrutar de ese último pase, de esos centros laterales en ventaja o de esas opciones claras de remate que se generan con un ataque estático de calidad, además de no poder disfrutar apenas del contragolpe por lo arriba descrito. Los problemas comunes de los arietes de equipos dominantes que practican juego de posición o derivados -todos los surgidos por la reducción de espacios que provoca un repliegue férreo- se han visto reflejados en delanteros que no fueron educados para esto y que, por supuesto, no han tenido detrás una estructura que les activara. Esa situación en la que ejercer de ‘9’ se convierte en un marrón que desnudó las carencias de un talento como Ibrahimovic en Barcelona o que tantos quebraderos de cabeza da a la selección alemana -Joachim Löw tuvo que recurrir a Klose a mitad del Mundial 2014 porque el falso ‘9’ no era consistente y esta Eurocopa ya ha dejado trazos de que se puede repetir la historia con Mario Gómez-, no hace más que poner en perspectiva la heroicidad que suponen los 59 goles en 53 partidos de Luis Suárez esta temporada o el valor que tiene la aportación de Morata al juego de España de forma independiente a los goles que marca, que no son más que producto del juego en que él colabora como muy poquitos harían en su lugar.
Foto: sportal.co.nz