Hay jugadores que no se retiran, sino que retiran a toda una generación. La mitología tiende a rendirles una despedida proporcionalmente modesta, dejando espacio para que con el paso del tiempo ese recuerdo se vaya ensanchando lo suficiente como para contener el luto sin desbordar la nostalgia. Pasó con todos los considerados grandes, y va a pasar con Karim Benzema, que no deja el fútbol, pero deja el Real Madrid, que a fin de cuentas viene a ser algo parecido. Durante catorce años, Benzema ha escuchado y leído que su juego era de intangibles, y llegado el momento no se me ocurre un elogio mayor. Siempre en un castellano trabado, llegó a defenderse con su ya célebre «juego para los que entienden». Para no saber el idioma, resulta que nos había dejado un corolario de literatura brillante. Que Benzema ponga fin a su época de blanco amenaza la universalidad de ese fútbol mestizo que hoy transita entre la nadería y el big data, confines de un pleonasmo, y digo que la amenaza porque efectivamente ya quedan muy pocos que entiendan o muy pocos jugadores que jueguen para ellos.
Benzema no fue pionero, hubo algunos miles de futbolistas en la élite antes que él y con suerte vendrán otros tantos miles después; pero su figura de delantero misterioso, asociativo, goleador, pincel y estilete bien vale un hito en el camino de este deporte, por reivindicar lo extraño, lo surrealista, la genialidad de una excepción. Algo que ya escasea en la sociedad y que por extensión se paga cada vez más caro en el negociado de este deporte que ahora estamos dirimiendo si es realmente lo que vivimos de niños o si nos han estado contando una mentira con pasión de atrezzo. Desde luego el alud de despedidas y retiradas no ayuda, pues hay ciertos surcos que no parecen fáciles de llenar y además cuando alguien lo intenta lo objetivamos, lo encorsetamos en la mediocridad del agnosticismo -que tiene mucho de cinismo maduro, autodestrucción- o le llamamos negro de mierda.
Diría que el mayor logro de Benzema ha sido saber mantenerse pese a todos y esperar para conquistar su individualidad, abrochando su carrera a tiempo en una curva ascendente antinatural, acostumbrados como estamos a ver languidecer a quienes nos hicieron felices mientras el espacio va rompiéndose en su esfuerzo por ofrecer nuevos astros. En esto también el fútbol se parece al amor, me temo. Ojalá toda esta gente fuera verdaderamente consciente, y viviera o muriera en consecuencia, del bien que nos ha hecho a la mayoría; pero no a través de los goles, los títulos o las imágenes para la posteridad, sino más bien a través de la ilusión, el entendimiento, la pasión y ese carnavalesco o taciturno, según toque, compás de la vida. Es decir, a través de los intangibles.