Nomadland, premiada en los Globos de Oro de los pijamas, las sudaderas, los chistes sin gracia y la liturgia sentimental guionizada, es también una película profundamente deprimente. Esto encaja con el año en ciernes y el horror vacui de Occidente, pero también con cierta tendencia en la industria: las historias de desamparo y soledad mientras peregrinamos hacia la Agenda 2030, la gran estafa generacional del siglo XXI. Una revuelta impúdica del minimalismo material, culto a la pobreza, la consolidación de un estilo exiguo, ajustado y lo más importante, sumiso al poder. Viene de 2016: «En 2030 no tendrás nada y serás feliz». Quemamos esas etapas cómplices de la aniquilación de cualquier estructura de valores que conociéramos, y durante este proceso arte y cultura irán de la mano para acompañarnos al acantilado mientras perdemos de camino lo más importante: nuestro pasado, nuestros mayores, los sueldos dignos, la seguridad jurídica, la libertad de expresión -y pronto la de pensamiento-. No tendremos nada y seremos felices.
Sólo hay que echar un vistazo alrededor y comprobar qué pasos se vienen dando. Nomadland cuenta la historia de una mujer, interpretada por Frances McDormand, que atraviesa errante Estados Unidos en una caravana adaptada centímetro a centímetro a una vida andrajosa y perdida, aunque en una escena de la película quiera puntualizar que no es «una vagabunda». Su devastación personal y familiar en su vida anterior queda inteligentemente difuminada por tristes y amargamente festivas celebraciones por el camino con otros nómadas que viven peor e igual que ella y que han renunciado a su pasado, sus hijos, sus matrimonios. Sin ingresos, malviviendo de pensiones ridículas, arreglándoselas en mitad del desierto, intercambiando cachivaches de segunda mano. Un destornillador a cambio de una taza en un mundo en el que tomarse una cerveza al fresco es el equivalente a asomar la nariz al paraíso, pero que a la mañana siguiente renovará su miseria y plena infelicidad.
Nomadland es la película con la que sueñan los ideólogos de la Agenda 2030: un paseo semioptimista por una vida de ponzoña, sin horizonte
Para salir del paso, la protagonista de Nomadland busca empleos temporales donde los haya, desde Amazon hasta una humilde casa de empeños. El sumum del «trabajar para vivir» que desembocará, según anticiparon en Davos, en esa vida de vacíos blancos para la que nos están preparando. Por el camino, apenas se plantea rehacer su vida aunque ésta le presente a un pretendiente con el que comparte más de lo que piensa y al que terminará acercándose por inercia -comparten miseria, aunque él no es un repudiado por su familia-. En la dificultad de mantener relaciones normales o plenas por supuesto hay otra lectura de la propensión a la introspectiva en el mundo, perfectamente alineada con las normas que marcan las big tech en el debate libre. Mejor cuanto más solos y recluidos en nuestro timeline. Nomadland es la película con la que sueñan los ideólogos de la Agenda 2030: un paseo semioptimista por una vida de ponzoña, sin horizonte, para existir haciendo tus necesidades en cubos y arreglando pinchazos en las ruedas mientras la élite que gira te anima a reinventarte. De momento es sólo una metáfora existencial: pronto nos veremos rodando por carreteras secundarias, limitados por achaques, en un erial en el que el dinero sólo pagará la gasolina que necesitemos para llegar al día siguiente. Con suerte.
Chloé Zao, la directora -también premiada en su categoría-, ha reivindicado abiertamente el carácter intergeneracional de la película. Nunca se sabe hasta qué punto las reacciones de los premiados son genuinas, pero explicando que Nomadland va sobre esa yerma América silenciada y solitaria, levantada sobre los restos afilados de un sistema inexacto, se lee entre líneas la advertencia a quienes se atrevan a mirar la moraleja de lado. La banda sonora de Ludovico Einaudi acompaña perfectamente -sobre todo en el último tercio de película- a esa floreciente sensación de abandono e indigencia. «No tendrás nada y serás feliz» no suena mal cuando tu visión del mundo está limitada por la edad, pero llegado a cierto punto cae sobre tu cabeza como la piedra que los totalitaristas hacen rodar en El señor de las moscas sobre uno de los niños del lado aparentemente civilizado. El vacío se despliega ante nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.