La democracia es, ante todo, lo que cada uno quiere que sea. En esa primera frase iba a ir una definición pretendidamente neutra y común, pero ya tenemos unos años. Lo común en el concepto democracia empieza y termina en el diccionario. En la práctica a menudo da lugar a formas políticas distintas e incluso opuestas. Y ninguna de ellas encarna la auténtica democracia.
Así que si se quiere defender una definición de democracia que no consista únicamente en el triunfo de las voluntades y en la ausencia de límites al poder político conviene no hacerse ilusiones. La democracia buena no se impone por el hecho de que sea la buena, igual que una idea falsa no es suprimida por la mera presencia de lo verdadero. Se impone si quienes la defienden como modelo consiguen doblegar políticamente a quienes defienden otras concepciones alternativas.
Hoy en España quienes defienden la idea de que la democracia consiste básicamente en imponer límites al poder político están en minoría. No digo que quienes prefieren esa idea de democracia estén en minoría; digo quienes la defienden. Hay muchos sobre los que circula la sospecha de que la prefieren pero nunca se posicionan. No se puede estar a setas y a Rolex, y ellos están a la guerra cultural del impuesto de sucesiones.
Hoy quienes defienden una democracia sobre el triunfo de las voluntades populares y la ausencia de límites al Gobierno están en el Gobierno
Quienes defienden esta idea de la democracia, que es una entre muchas, suelen defenderla en Twitter, en asociaciones cívicas, en periódicos o incluso en algún partido político minoritario o en vías de serlo. Quienes defienden una idea de la democracia consistente en el triunfo de las voluntades populares y en la ausencia de límites al Gobierno están en EH Bildu, ERC, JxCat, Podemos o el PSOE. Es decir, en el Gobierno.
La mayoría de los partidos en el Congreso y el propio Gobierno comparten esa segunda idea. Esto es algo que suena a hipérbole, pero es aritmética. No sé si también la comparte la mayoría de los ciudadanos de España, aunque tengo mis sospechas: como escribió David Mejía, el drama no es que Sánchez nos haya mentido, sino que Tezanos nos ha dicho la verdad.
Hasta hace poco en España no había debate sobre el significado de democracia porque no se daban las condiciones materiales para ello. Es cierto que en el País Vasco tampoco se daban las condiciones materiales no para el debate sobre la democracia, sino para la propia democracia entendida como el acto de representar a ciudadanos de tu país. Pero éste es otro tema, aunque el tema sea también que el Gobierno y quienes lo impedían compartan, al menos desde la moción de censura, la misma idea de democracia.
Decíamos que no se daban las condiciones para el debate, pero llegaron Zapatero y el 15-M para recordarnos, por segunda vez en este texto, a Spinoza: en la naturaleza no se da ninguna cosa singular sin que se dé otra más potente y más fuerte. Dada una cosa cualquiera, se da otra más potente por la que aquélla puede ser destruida. Y el resultado de aquellos años de Zapatero y el 15-M son Pedro Sánchez y Podemos. Y la cosa singular ante la que hoy se da otra más potente y más fuerte es la idea de la democracia consistente en el sometimiento del poder político a controles y equilibrios. Y esa segunda idea, entendida como la articulación sin límites del poder político porque/cuando encarna al pueblo, tiene bufones y propagandistas. Bufones para desprestigiar cualquier intento de oposición, propagandistas para tranquilizar a los que aún no se han enterado de qué va esto.
Una semana después de una pregunta capciosa sobre la monarquía a Cayetana Álvarez de Toledo, Bildu-Sortu escenificó el derribo de dos estatuas en Pamplona: la del Rey y la de Colón
Bufones para lanzar comentarios burlones sobre quienes defienden la monarquía, propagandistas para hacer pasar por una simple defensa de la monarquía lo que no es sino una defensa de una democracia con controles al poder político. Y no, no es un cambio de tema. Una semana después de que en TVE le hicieran a Cayetana Álvarez de Toledo una pregunta capciosa con el sello de aprobación de un politólogo -los politólogos, en general- sobre la monarquía, Bildu-Sortu escenificó el derribo de dos estatuas en Pamplona: la del Rey y la de Colón. La pregunta era: «¿Usted cree que es bueno para la figura del Rey, y para la monarquía en general, que el PP y VOX abanderen esa defensa de la casa real?». Una semana antes era el Gobierno el que escenificaba otro derribo, con el veto del PSOE al viaje del Rey a Cataluña y los ataques de Podemos a la institución.
Ante esto, la tarea de los bufones y los propagandistas es sencilla. Consiste en hacer creer a los ciudadanos que quienes defienden la monarquía simplemente están defendiendo la monarquía como forma de Estado, en abstracto. En realidad se trata de algo más complejo, pero la profundidad no se lleva bien con la mente humana, más receptiva a las consignas. La cuestión es que cuando se defiende a la monarquía de los ataques de Bildu o del mismo Gobierno no se hace por una preferencia por esa forma de Estado, sino porque desde hace años los ataques a la monarquía son una de las muchas maneras de atacar la idea de España, y los ataques a la idea de España una de las muchas maneras de atacar una concepción concreta de la democracia; la que consiste en defender el sometimiento de todos los ciudadanos -también de los políticos- a las leyes, y la existencia de un espacio común en el que cada uno pueda desarrollar su proyecto vital con los menores impedimentos políticos o materiales posibles.
Hasta hace poco no se daban las condiciones para la batalla entre estos dos modelos de democracia porque nadie se planteaba que hubiera una alternativa a la que había; hoy no estoy seguro de que se den las condiciones para la batalla porque en una batalla hay dos bandos con cierta correlación de fuerzas. De hecho, se ha anunciado la reforma relámpago del Gobierno para facilitar su control sobre el Poder Judicial. Y lo que muchos llamaban «deriva iliberal» o «golpe a la democracia» cuando pasaba en otro momento y en otros lugares se ha recibido con silencio y sin grandes denuncias.
Porque la democracia es, ante todo, lo que cada uno quiere que sea.
Óscar Monsalvo, @rpr3z en Twitter, es profesor de Filosofía en Bachillerato y autor del blog El Liberal de Bilbao