No, Benzema no está jugando como siempre

benzema 2019

La de Karim Benzema es la profecía autocumplida más redonda del madridismo moderno. Cuando fichó en 2009 por el Real Madrid de Manuel Pellegrini era el mejor jugador de la Ligue 1, un fenómeno al alza que quería la cuadratura de Ronaldo Luiz Nazario en un rol de delantero escorado. Su primer dorsal en Madrid fue el once. No destacó, aunque dejó cosas. Dejar cosas en el fútbol viene a ser no estorbar. La sofisticación del gol blanco, Mourinho, la lucha con Higuaín y la década de Cristiano Ronaldo avasallando todos los números conocidos lo relegaron a una especie de consorte, de secundario gourmet, casi de asistente. Benzema ha cargado años con un eslogan que él mismo suscribe: el del nueve con alma de diez. Dieces por el Madrid han pasado varios desde 2009, y de todos quizá el Özil de entretiempo pudiera verse a la altura en conocimiento. El fútbol de ataque bajo presión se puede perfeccionar aunque la figura academista reniegue de la improvisación: por eso el mejor Benzema de la década ha aparecido cuando menos se esperaba, cuando se reivindicaban los fichajes y se compraban los rumores: cuando salió Cristiano y emergió, tarde para algunos, Vinícius: cuando el Madrid reabrió los espacios a tres columnas en campo contrario estirando los equipos hacia fuera y desorganizando el marcaje en zona. Todo este sitio libre a su alrededor le ha venido a Benzema especialmente bien para recuperar su ilusión de barrio, un recuerdo de chaval sin horizonte. En las últimas temporadas le había penalizado visiblemente esa necesaria e inevitable reconversión de Cristiano Ronaldo en rematador. Dentro del área, Benzema chocaba frontalmente con el hambre del portugués, fundamental en la producción goleadora y por tanto en todos los títulos de la década. El francés no sólo ha sido liberado del protocolo, sino que ha capitalizado el orden de la dinámica de ataque.

Benzema no sólo ha mejorado a los enganches tradicionales que siempre eran otros, sino que ofrece soluciones futbolísticas extrañas para cualquiera de los sustitutos o competidores que le querían azuzar


El último entrenador que había logrado acercar a Benzema al gol como activo principal fue Rafa Benítez: con Zidane, su monumental valedor, Benzema ejecutaba órdenes de jerarquía claras y además sensatas. Con su compatriota, Benzema inauguró la época en la que se hicieron célebres sus intangibles: y para validar su categórica falta de acierto, los aclamados oficialistas se defendían con geometría, números y mapas de calor. Bien haría Europa en no hacerse trampas: como este Benzema no ha habido otro porque nunca se le ha empujado a la suerte del protagonismo espontáneo. El primer Benzema decisivo lo fue a través del gol, con una jugada de arrastre y definición en el Pizjuán que desarmó al Sevilla de Gregorio Manzano, en aquella ida de semifinales de la Copa ganada al presunto mejor Barcelona de siempre. A tramos de la pasada temporada, Benzema era errático, indispuesto para el sacrificio, irreconocible. A veces cundió la desazón de imaginar que su ciclo había tocado herrumbre. El runrún del Bernabéu siempre fue ese, marcador de una abulia incondicional. Resultó ser un espejismo: fino, afilado, inteligente como acostumbra pero más listo en medir distancias -apenas suda: corre cuando huele el daño, pocas veces por el qué dirán-, ha roto de nuevo en el goleador que fue con Mourinho, ambidiestro y ubicuo, resuelto y agresivo. El nueve con alma de diez al que se le exigen números de nueve y magia de diez, como si simultanearlos estuviera al alcance de cualquiera que así lo pidiera. De tanto repetirlo, ha acabado pasando: Benzema no sólo ha mejorado a los enganches tradicionales que siempre eran otros, sino que ofrece soluciones futbolísticas extrañas para cualquiera de los sustitutos o competidores que le querían azuzar. Esta hibridación nos sitúa ante el atacante más completo del momento: el esperado y soñado perfil dominador que nunca había sido hasta hoy, que a veces pareciera incluso querer asistir sus propios goles.

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