Negar el pan al creador

paul pogba durante un partido con la selección francesa

Sabemos la sucesión de Champions ganadas por el Real Madrid contemporáneo como sabemos la altura del Everest, por tradición y repetición. La aguja hipodérmica. Lo que no sabemos es qué se ve desde allí arriba porque ninguno de nosotros ha subido, ni al Everest ni a las cuatro de cinco. Sí está clara una cosa: los que han estado allí ya están de vuelta. Lo han logrado casi todo, no pueden aspirar a mucho más. No es fácil empatizar con la aquiescencia en las derrotas. Lo grave, en el Real Madrid, es que sea el gestor el aquiescente. Zidane ha aprendido muchas cosas en el club y una de ellas es la tibieza, cierta conmiseración interna, que a menudo se malinterpreta como indiferencia. Quienes lo han tenido cerca dicen que es un tipo introvertido y aunque inteligente, no muy exuberante. Todavía no ha rasgado esa capa megalómana con la que otros entrenadores, que han ganado lo mismo o menos, han pasado a la historia. Y es probable que no lo haga nunca. Pero aunque es tentador escudar la pereza que transmite el Real Madrid en el micro cosmos de su entrenador, lo cierto es que hay problemas más importantes no relacionados con lo intangible. Hay errores con nombres y apellidos, y son demasiados como para creer de verdad que el Real Madrid pueda estar preparado para ganar nada esta temporada. Sin ir más lejos, el empecinamiento de Zidane en añadir a Paul Pogba a la plantilla reluce como el principal obstáculo. Por este interés se dejaron en stand by potenciales incorporaciones de futbolistas (sobre todo Donny van de beek y Christian Eriksen, ofrecido pero no escuchado) asequibles, con una curva de aprendizaje elástica.

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Zidane quería a Pogba porque conoce la necesidad en el fútbol de intimidar cubriendo campo. En su modelo futbolístico imagina el encaje de trabajadores sin balón que sepan arriesgar. Luka Modrić es el prototipo ideal: sacrificado, generoso, limpio en la entrega, llegador, con buen golpeo y resistente, pero acaba de cumplir 34 años. Kroos, más cercano a posiciones de ataque en sus inicios -repescado por el Bayern en su día debido a las dudas que planteaban los centrocampistas de segunda línea-, sigue resolviendo sin brillantez papeles secundarios como asistente a balón parado o metrónomo, en un rol inquieto y desafortunado en el que parece va a pasar (ya lo ha hecho) a la historia. Casemiro, por supuesto, es irrenunciable, quizá el único de Zidane en toda la plantilla junto a Karim Benzema. Pogba podía pasar por capricho, sí: pero era el capricho de la persona responsable de construir un equipo sobre una idea de juego distinta. Porque si algo es evidente es que Pogba es muy diferente a Modrić, sobre el papel el jugador al que vendría a sustituir inmediatamente. El Madrid en la imaginación de Zidane puede renunciar al sudor de Luka pero no a la pausa de Kroos ni el tackling de Casemiro. Se dice que un jugador es box to box cuando recupera en área propia, sube el balón a zancadas y conecta con el ataque de manera natural sin necesidad de horizontalizar la jugada, pudiendo llegar incluso a terminarla  al primer o segundo toque llegando desde la segunda línea. Esto es Pogba, no un mediapunta ni un pivote, sino un interior portentoso en lo físico y con cierto gusto por el balón. Habría ahorrado muchas capturas de pantalla de un Madrid roto en dos líneas, lo que no quiere decir que hubiera jugado mejor ni ganado con mayor amplitud. Pero Dani Ceballos está con Emery. Y el gran especialista europeo en esta labor, N’Golo Kanté, es un futbolista discreto de cara a portería.

Zidane no va a cambiar, Florentino no va a cambiar y el Madrid no va a cambiar, al menos a corto plazo: Clic para tuitear

Florentino Pérez seguro que ha intentado a Pogba, como las filtraciones de los medios se han encargado de informar este verano, pero no lo ha podido llevar a término por lo evidente: el Manchester United no necesitaba venderlo, y además es su corazón a día de hoy, el único jugador de campo verdaderamente de élite de su plantilla. En cambio, en el Madrid han dejado salir a dos futbolistas que podían dar oxígeno, como el propio Ceballos y también Marcos Llorente, un jugador que pareció en algunos partidos con Santiago H. Solari el cinco inmediato del Madrid y la selección. La sensación final es que nada ha cambiado: Zidane no va a cambiar, Florentino no va a cambiar y el Madrid no va a cambiar, al menos a mejor, a corto plazo. No en lo que queda de año. Salvo que Isco, Rodrygo o Brahim Díaz reclamen un sitio y el entrenador sepa verlo, arriesgándose y flexibilizando su postura, improvisando un plan sobre la decadencia, renovando la ilusión y el compromiso. Una vez adquirido el mando de una segunda etapa sobre un volcán en erupción, en realidad no tiene mucho más que perder que hacer ver a la cúpula -que no a la cubierta- que debieron trabajar en Pogba, el distintivo de su proyecto. La promesa que tenía en mente, el objetivo más codiciado. James Rodríguez, que no contaba, puede dar fe de esta maniobra puramente estratégica. Y no digamos ya Van de Beek, Eriksen, Exequiel Palacios o cualquiera de las segundas opciones que se han barajado en la prensa y los despachos.

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