Nada que no supiéramos

var laliga 2018

RFEF y LaLiga presentaron el VAR a los medios españoles a mediados de agosto, cuando Premier o Ligue 1 ya habían reiniciado su campaña y a las puertas de una atractiva Supercopa de Europa entre madrileños. Dicen que el evento no despertó la atención deseada y que eso suscitó un comentario muy personal de Velasco Carballo, presidente del CTA posterior a Sánchez Arminio: «Al principio nos perseguíais vosotros y ahora ha sido al revés». Las vacaciones de los ilustres propiciaron que varios medios se conformaran con cubrir con notas de agencia -para algo las pagan- sobre lo que se prevé el adelanto tecnológico y deportivo del siglo en España en la medida que condiciona lo aleatorio del deporte más seguido. Sólo el ineludible componente humano en el VAR, la imprevisibilidad de la natural duda, agrega inquietud a su aplicación y a la toma de decisiones derivada. Si antes un árbitro podía equivocarse al decidir, ahora puede equivocarse al dudar. Y el error es, si alcanza grado objetivo, una variante del fútbol perfectamente sujeta a guion. Valga el ejemplo más dominante hasta hoy: durante la retransmisión del Gerona-Real Madrid en Movistar Plus, los comentaristas titubearon en la repetición del segundo gol de Benzema por un presunto fuera de juego, actitud que desvelaba la imperfección en la percepción óptica de un no experto. El árbitro del encuentro consultó y validó el tanto. «Entonces seguro que es legal, la tecnología no falla». Durante sus exposiciones en el Mundial de Rusia y en las primeras jornadas de Premier o Liga, el VAR no se había impuesto con tanta contundencia al ojo humano como en esta ocasión. El grafismo que evidenció la posición correcta de Benzema enfrió cualquier otro amago de revolución rural. Hogares y gallineros quedaron en jocoso y cumplido silencio. En efecto, la tecnología no falla. Al menos no hasta que se le hace fallar.

En periodismo deportivo existe una figura, la de polemista, que no tiene depredador natural. Es el perfil mejor pagado y goza de una preponderancia usual sobre otros más discretos o humildes de las letras. Y ahora está bajo la amenaza de una hecatombe cuya finalidad, además de instructiva en la aplicación de la justicia, es la negación a las fuerzas del universo de su peso específico. Entre las muchas cosas que se decían del VAR, una de ellas amagaba con convertirse en lema de campaña de los insurgentes: «¡Esto no es fútbol!». Varios de los amotinados pertenecen a la élite del periodismo deportivo español y únicamente la marcha de la realidad los obligará a adaptarse a este nuevo mundo si a cambio no quieren que la audiencia, cuyas necesidades -también intelectuales- no siempre han estado cubiertas en sus medios, castigue su inmovilidad y petulancia. Pero igual existe una reticencia editorial al VAR -extensible a cualquier innovación- de la que conoceríamos como positiva, esto es: la evidencia por escrito de una razonable (por nueva) perplejidad que sin embargo se presenta como alineada con el tiempo del cambio. Pasó así en la portada de Marca del 26, un póster a todo color con un acierto arbitral titulado en cambio: «El VAR salva al Barcelona», en referencia al gol bien anulado al Valladolid en los últimos instantes de partido que habría significado el empate. El VAR es una herramienta que, en el mejor de los casos, aplica justicia más allá de los límites obvios que le corresponden a un hombre sometido a presión. Si esto adultera o no el ritmo de algo salvaje y azaroso como es el juego en sí, es que no hay nostálgicos del error sino de la moviola. Al estar los polemistas al frente de la cadena alimenticia, sólo un cataclismo tecnológico podría instaurar lo más parecido a un nuevo orden en esos corrales que dominaban a placer. El periodismo, que sólo evoluciona desde la catástrofe y cobra muy cara la prevención, tiene a mano el cambio complementario a la llegada del VAR a España: un hábito de consumo sustentado en la rivalidad, por cierto otra causa humana a priori incontrolable.


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