Salem es nombre de perdición y de verbena rota, rodeado ahora por un fuerte halo, pretendidamente erótico, de rebeldía malsana y abrupta. Es el rincón ficticio donde explota Nación Salvaje (Assassination Nation) y el lugar real que soporta las leyendas de nigromancia que la historia ha consolidado. Sam Levinson ha construido algo más que un eslogan o una historia oportunista con esta película, proyectada en la 16ª Muestra Syfy y aclamada en Sitges antes de llegar, con el retraso debido, a España (se estrena el 29 de marzo, trece meses después de la premiere en Sundance 2018). Las brujas de hoy ya no son una ilusión y su pulsión vengativa es más fuerte que cualquier poder sobrenatural que les haya sido dado, lo que para nada constituye ya un extraño cultural. Al contrario, se ha convertido en hábito: con las mismas regurgitó la Suspiria de Luca Guadagnino en media hora final hasta las cejas de alucinógenos y esa es la misma percepción en el episodio Treehouse, quizá autoparódico, de la correcta antología Into the Dark. En Nación Salvaje la siempre difusa línea entre bien y mal ni siquiera la diluyen sus víctimas. Es un frenesí. La búsqueda desesperada y constante de apoyo visceral en el narcisismo que ha envenenado el mundo edifica la sobrereacción al fracaso y la exposición desmesurada.
🎬 En la Muestra Syfy
Por concretar: el hackeo y distribución no segmentada de informaciones privadas y comprometidas de oficialistas empieza por los hombres. Las dos primeras víctimas ocupan puestos de relevancia: el alcalde -que se suicida en la rueda de prensa en la que a priori iba a ofrecer explicaciones sobre vídeos filtrados de dudosa reputación- y el director del instituto, en una indisimulada metáfora del patriarcado bajo amenaza. Esto alimenta una inquietud chirriante entre los adolescentes, que paradójicamente conservan secretos de alta relevancia social que esconden fuera de las redes sociales en las que sólo enseñan los trozos de su vida que pueden editar. Claro que la explosión es inevitable, y el pueblo salta en pedazos con la liberación masiva de datos en lo que la policía acorrala y sentencia, temerosa de perder su propia intimidad, al presunto culpable. La película entra entonces en una divertidísima vorágine de la que todos participamos tras la cuarta pared sin apenas reparar en ello. Las sospechas cristalizan, los rumores pasan a categorías y las mujeres toman el mando -y las armas- porque se ha visto comprometida y juzgada, fundamentalmente, su libertad sexual.
🎬 En Sitges 2018
Es muy interesante comprobar que en realidad los movimientos contemporáneos de liberación de la mujer, sobre todo dirigidos al entorno digital y ya más viciados por anécdotas sin presencia que sostenidos en denuncias formales -varias interesada y oportunamente prescritas, cuando no sobreseídas-, han inspirado ideológicamente una contrarreacción poco o nada razonada, sangre y sufrimiento al frente, de una generación poco dada a interiorizar enmiendas. Sam Levinson sabe elevar esto a la pantalla con una edición y fotografía a veces no demasiado refinada pero contundente que subraya la violencia implícita, y rodea el cosmos de nombres importantes (Suki Waterhouse, Odessa Young, Bella Thorne, la modelo y actriz transgénero Hari Nef que casi se interpreta a sí misma…) para enfatizar la dimensión tragicómica del terror a la sobreexposición y a que sean los demás quienes nos persigan. Nación Salvaje es el hito feminista del que reniegan las feministas, igual que ocurre con el Treehouse de Into the Dark. El poder real incontestable de los movimientos de reacción es justo cómo logran imponer la autocensura, más que educar en pretextos sociales -cuando no biológicos-, fomentando con ello la diferencia. Por suerte, sólo es cine. Claro.