Mejor vamos a decir que sí

Carmen Morodo le ha sacado a Fernando Grande-Marlaska en La Razón un yacimiento reciente de estrategia política elemental: la duda. Casi al final de la entrevista, a la pregunta de si la oposición se está comportando lealmente durante la crisis sanitaria del coronavirus en España, el ministro del Interior se ha deshecho como un azucarillo con una línea de propaganda canalla: «mejor vamos a decir que sí». Uno casi se pregunta: ¿a qué oposición se refiere? Vox está fundamentalmente desaparecido, mermado por los positivos y las cuarentenas de algunos de sus rostros más mediáticos; Ciudadanos rema definitivamente en otra dirección y ha desaparecido de los titulares porque nada de lo que pueda decir pesará lo suficiente, y el Partido Popular de Pablo Casado ya ha tendido la mano hasta en dos ocasiones para salvar la película sin olvidar apuntar los debes que esperarán una vez resuelta esta tragedia que podía, si no haberse evitado, sí haberse prevenido y encarado con diferentes garantías que al menos no sumaran tantos, tantísimos, muertos sin velatorio.

La extrañeza con que Grande-Marlaska apura la respuesta sobre la oposición da a entender dos cosas, que si bien distintas, hablan alto y claro de una misma realidad. Primero, la derecha en España es una ilusión. Es imposible agruparla mientras las circunstancias de los tres partidos que podrían confluir sigan siendo tan diferentes -y mejor que así sea-. La derecha española hoy en día son Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida. Quizá el ministro del Interior piensa en las veladas inseguridades que la gestión de Madrid ha podido generar en el Ejecutivo, ya reveladas en algunas ocasiones por componentes incluso del propio pasmo socialista. Conviene no olvidar que el Ministerio de Sanidad intentó evitar que Ayuso cerrara colegios y centros educativos cuando lo hizo, para empezar. Pero es una de tantas, incontables a estas alturas. Como cuando la presidenta de la Comunidad rechazó los tests ficticios antes de que estos se probaran -tras lo cual quedó probada su ineficacia-. Una trampa, presumiblemente involuntaria, de la que se libraron avanzando el sentido común a la tragedia y la desesperación. Un valor a tener en cuenta en el medio plazo.

La segunda realidad en la canalla valoración del ministro sobre la oposición, «mejor vamos a decir que sí». tiene que ver con la propaganda que el socialismo y sus socios de gobierno azuzan contra la gestión de la Comunidad, la frialdad en el papel de una capital maltratada, herida y dolida, que está registrando 60 contagiados (oficiales) por hora en los últimos días. No hace tanto que Pedro Sánchez pedía unidad, lucha conjunta, arrimar el hombre. No es el momento de, etcétera. Esta declaración grandilocuente y ficticia de grandeza y altura, de integridad y categoría, la quebrantan continuamente desde su propio partido y especialmente desde las voces de muchos de los diputados contra una oposición que espera parece que aletargada, apretando los dientes, evitando cada provocación: un paso en falso con tantos muertos sobre la mesa puede, paradójicamente, desdibujar la madurez de una oposición activa. Igual pasa con las cacareadas fake news: empeñados en advertir sobre ellas, no dejan de inspirarlas, celebrarlas en redes sociales y difundirlas. La de los recortes del PP en la Sanidad de Madrid, que insisto, es la comunidad que más ciudadanos está perdiendo, es quizá la más desafortunada y la más perversa de todas.

Hemos de suponer que lo que Grande-Marlaska realmente quiere decir es que se alegra de no tenerse a ellos mismos -no digamos ya a Podemos o a ERC- en la oposición. En los últimos años los recortes han matado, en España operaba el terrorismo financiero, desahuciar a un moroso era empujarle al suicidio y cada niño en situación de vulnerabilidad se clavaba en la conciencia dirigente como una astilla bajo la uña. La oposición de izquierdas lleva años siendo deshonesta, sucia, inoportuna, desproporcionada y amarga. Es verdad que la oposición lleva en su nombre su penitencia: pues bien, la actual cumple un papel victimizado, zigzagueante, insuficiente para muchos de sus votantes. Puede que sus asesores sí estén entendiendo qué tipo de reto están conjugando en la historia y cómo podría desnivelarse de manera natural el agrio debate de los reproches si estos son unidireccionales y no obtienen más réplica que la de la tozuda realidad.

Cada tarde España sale a batir las palmas con coreografías puntuales y disciplinadas pero aún tensas. Alguna sonrisa se escapa, de alivio, emoción o esperanza. No sé si los aplausos han cedido algo de su razón original del primer día, si de vuelta de los balcones cada ciudadano lleva apuntado en la cabeza el número de muertos o a cuántos de su familia podría haberse llevado por delante la probada negligencia del Gobierno. Quiero creer que cada casa está ordenando su propia oposición, y esta está siendo desmesuradamente leal. Dos semanas encerrados viéndolos saltarse la cuarentena, escuchándoles en interminables mítines donde admitir un error cuesta más que asumir cualquier pérdida humana. Cualquiera pensaría que la afección siempre podría ser mayor, se pierdan las vidas que se pierdan: que la muerte es un accidente y no una consecuencia. Que ordenar el sistema no es su prioridad, dado el énfasis en inflamar la posverdad con el relato único de confrontación. Pero todo esto sería otorgar una maldad consciente y probable a un partido que tiene en su mano, nada menos, el futuro de una nación, así que mejor vamos a decir que sí. Vamos a decir que todo esto les importa, pero que mientras ellos gruñen, una oposición cabalga. Veremos cuál y hacia dónde.

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