El Real Madrid había ganado la Liga, pero las circunstancias que le rodeaban no invitaban a mirar el futuro con optimismo. En el verano pandémico de 2020, Florentino veía como tras cinco años sin hacer un fichaje de más de 40 millones de euros –la apuesta a largo plazo de un Vinicius quinceañero aparte–, el valor de sus dos inversiones a todo o nada por llenar el vacío de Cristiano Ronaldo (180M€ entre Hazard y Jovic) se habían desplomado. La covid y la desconfianza ante un futuro incierto hacía añicos planificaciones económicas presentes y futuras, la construcción del nuevo estadio acaparaba prioridades y en el otro lado de la partida estaban Premier League y PSG, que pasaban a adueñarse del tablero económico europeo. Además, el descalabro institucional del FC Barcelona ahondaba en la devaluación paulatina de una Liga que iba perdiendo poder de seducción respecto a una competición inglesa que amenazaba con ir cogiendo forma de NBA.
Florentino Pérez encaraba un escenario desconocido para él: su equipo no tenía a los mejores atacantes y en la carrera por comprarlos había perdido la primera línea de parrilla sin visos de poder recuperarla. Un Madrid pensado para construir sobre cimientos fiables, pasaba a hacerlo por obligación desde la incertidumbre. Que las lesiones de Hazard no condicionaran sus posibilidades, que Jovic encajara con Benzema o como alternativa fiable al francés, que el amor propio de Bale asomara por alguna parte o que Isco y Marcelo pasaran a pensar como deportistas en pro de que su magia volviera a romper en competitiva y duradera eran arenas movedizas pagadas a precio de suelo firme.
El presidente estaba instalado en una contradicción curiosa. El único Real Madrid en el que cree –el de la plantilla plagada de estrellas autosuficientes comandadas por un padre que facilite la expresión del talento de estas desde su autonomía individual– parecía imposible de llevar a cabo, y ese Madrid en el que no cree –el de forjar una estructura de club que persiga el desarrollo, perfección y constante evolución de una idea colectiva personificada en la figura del entrenador que promueva el crecimiento de jugadores al abrigo de dicho sistema– no estaba dispuesto a resignarse a desarrollarlo. De hecho, tampoco es extraño que los técnicos que entonces deberían haberse muerto de ganas por hacer renacer a un club de semejante dimensión –Nagelsmann, Conte, Klopp– no estuvieran dispuestos a hipotecar sus carreras (como ha hecho Pochettino en el PSG) en un club donde no van a disponer del poder necesario para desarrollar su idea en plenitud.
Pasada la temporada post-confinamiento sin fichajes ni títulos, llegó el verano de 2021, ya sin Zidane. Partiendo desde esa posición de inferioridad económica, de Liga, de plantilla –cogida con pinzas, con demarcaciones con nivel impropio del Madrid, sin determinación y con varios lastres cuyo rendimiento había dejado de corresponderse con su status–, y con un proyecto incierto, ¿cómo podía hacer Florentino para que los mejores quisieran ir al Madrid? ¿Cómo volver a levantar un Madrid a su imagen y semejanza? ¿Por qué cracks consagrados como Alaba o una estrella en ciernes como Camavinga, dueños de su destino, eligen el Real Madrid con ese panorama?
En una entrevista concedida a El País hace un par de años, Ivan Bofarull, responsable de innovación en ESADE, explicaba como en la actualidad la narrativa había tomado una importancia capital para las grandes marcas: «Escribía Alan Kay, un gran científico computacional, que la mejor forma de predecir el futuro es inventarlo. A medida que la ciencia de los datos gana relevancia, la capacidad de contar buenas historias también lo hace. Son vasos comunicantes porque, cuantos más datos tenemos, más complejo se vuelve el futuro. Tener narrativas que nos emocionen es cada vez más importante. Cuando miramos empresas como SpaceX o Amazon vemos que uno de los aspectos que las distinguen es que tienen una capacidad de financiarse muy superior a cualquier otra empresa tradicional. Amazon no reparte dividendos. ¿A qué empresa del mundo se le perdonan los dividendos? ¿Y por qué? Porque Bezos tiene una capacidad narrativa tremenda. Cuenta que Amazon va a ser una empresa omnipresente en todo lo que tenga que ver con nuestras necesidades materiales y esa historia los inversores se la creen. Porque es verdad y porque es seductora. Eso hace que Amazon, Tesla o SpaceX tengan un coste de acceso al capital muy inferior y puedan acometer inversiones estratégicas muy superiores. Eso sí, una cosa es que sepas disrumpir y otra que te vaya bien con esa disrupción. Para que te vaya desproporcionadamente bien debes contar una buena historia. Un iPhone, por ejemplo, es una historia que empieza en esa especie de templo donde te lo compras, la Apple Store, y termina en lo que los demás piensan de ti cuando tienes un iPhone».
A ojos del futbolista, Florentino Pérez ofrece todo lo que quiere oír una estrella: en definitiva, que el Madrid te va a dar poder
El verano de 2022 era el momento y sólo había que esperar. Ahí se fundirían la inauguración del Nuevo Bernabéu, la presentación de Mbappé –preso, esperando el fin de su condena para hacer suya una era en el nuevo coliseo– y quién sabe si la de Haaland, además de la adhesión anticipada del resto de estrellas secundarias (como Mbappé y Haaland, todas libres o a un precio menor por estar a un año de acabar contrato en sus clubes: Alaba, Camavinga, Rüdiger) a un proyecto colosal que venía a recrear aquella ventana de fichajes de 2009, que funcionaba como garantía de marca para Florentino Pérez.
Mientras los entrenadores capaces de desarrollar grandes obras desconfían de Florentino a la hora de poder plasmar su idea de forma plena, a los grandes jugadores les pasa lo contrario. A ojos del futbolista, Florentino ofrece todo lo que quiere oír una estrella: el entrenador te va a liberar de la fatiga mental de estar encorsetado en un sistema que limita tu creatividad en pro de la creatividad del entrenador, y no te va a hacer partir del banquillo porque lo exija el plan de partido –Grealish, Joao Félix, Lukaku–; el club te rodeará de estrellas que facilitarán la traducción de tus grandes actuaciones en triunfos y títulos y te permitirá esconderte en victorias el día que desluzcas; el club te va a esperar el tiempo que haga falta y cuando caigas (Kaká, Casillas, Isco, Marcelo, Bale) va a confiar en que volverás a tu mejor versión, aunque haga falta una tonelada de fe forzada que aplaste el sentido común. En definitiva, como jugador, el Madrid te va a dar poder. Al otro lado, el entrenador persiste en una situación de debilidad constante, rol desde el que Ancelotti es una especie única que disfruta mimando jugadores y mimando presidentes. Por eso, mientras haya clubes que se construyan al revés –con los jugadores por delante del entrenador–, Ancelotti nunca se pasará de moda.
La asunción por parte de toda la comunidad futbolística de que la llegada de Mbappé al Real Madrid era una certeza irreversible ha funcionado para el club blanco como las cimbras de un puente. Esta ilusión ha servido como banderín de enganche extra para que jugadores vertebradores de proyectos eligieran el Madrid y ha regalado tiempo al club para elegir qué fichar sin precipitarse, justificando en nombre del francés planificaciones conservadoras y tacañas agarradas a un optimismo desmesurado.
No hay otro jugador-proyecto como Mbappé, pero si hay uno ya está en el Madrid: la no-llegada del francés puede permitir a Vinícius seguir desarrollándose
Esfumado el sueño de Mbappé, retiradas las cimbras del puente, al Madrid le queda una plantilla muy superior a la que tenía hace dos años –la maravillosa gestión de la renovación de la nómina de centrales, Camavinga, la renovación de Valverde, la explosión de Vinicius o el paso delante de Rodrygo–, sin necesidad de haber resucitado a ninguno de esos muertos en vida que llevan años lastrando el proyecto –Bale, Isco, Hazard, Marcelo, Mariano, Jovic– y con dinero para inundar de fútbol una banda derecha que lleva años desatendida. No hay otro jugador-proyecto como Mbappé, seguramente ni Haaland lo sea, pero si hay uno en visos de construirse está en el Madrid y la no-llegada del francés puede permitir a Vinicius seguir desarrollándose desde su demarcación natural.
El fútbol es tan retorcido que con el camino marcado para que fuera Mbappé el que devolviera al club blanco a los altares en 2022-23, ha sido el propio Real Madrid el que desde una narrativa alternativa, la de su magia en Champions, se ha elevado a sí mismo con un año de antelación a ese mismo lugar que, como ha demostrado en esta campaña, le pertenece por designación divina. El Madrid tendrá que hacer muchas cosas bien, pero ya ha recuperado su posición, y estos días de decepción tras el fichaje frustrado de Mbappé no son más que una metáfora de nuestra vida cotidiana. Mientras se persigue lo que cuentan que es la felicidad (Mbappé, la casa en la playa, el Mercedes en el garaje), se goza una felicidad real (la semana previa a una final es como el primer día de verano para un escolar) de la que no se adquiere verdadera conciencia hasta que no se pasan años sin volver disfrutarla.