Marcelo y los laterales de pies atados

marcelo real madrid 2019

Durante el Barcelona-Real Madrid de Copa, Marcelo Vieira desplegó sin sonrojo todas las sombras que durante la presente temporada le han atormentado. Su recambio -y titular varias veces por delante de él-, Sergio Reguilón, subía a sus redes sociales una foto sonriente desde la grada junto a un no tan sonriente Mariano Díaz. Santiago Solari tomó esa primera gran decisión, relegar a Marcelo al banquillo, cuando recogió al Madrid acomplejado y tímido de Lopetegui, en el que la alarmante distensión competitiva del brasileño hacía las veces de metáfora: un Madrid sin luz, sin ideas, sin fantasía. Paradójicamente, el desborde técnico de Marcelo en forma no tiene comparación: si el momento le sonríe, se apropia del fútbol y lo valida como arte. El mejor del mundo en ese puesto. Si no, su mera presencia representa un precio demasiado elevado a pagar cuando hay cosas importantes en juego. Y así lleva siendo desde agosto. Su trote a la vuelta de una subida sin retorno que acabó en el 1-1 de Malcom tras un rechace retrata la manera en que el segundo capitán del equipo entiende la competición: como un accidente. Así, en sala de prensa, Solari sólo pudo defenderlo como «madridista». La realidad es que los laterales de vuelo siempre han tenido los pies atados durante los tensos Madrid-Barcelona, especialmente los brasileños, y particularmente durante los duelos de la última década en que ambos equipos han medido sus bandas a pecho descubierto. Dani Alves sólo podía permitirse ser él cuando Cristiano Ronaldo alternaba la banda y desplazaba allí a Mascherano, Puyol o Piqué -que tantos penaltis impunes se vieron obligados a cometer-. Carvajal nunca ha podido ser el mejor lateral de Europa frente a Neymar y Jordi Alba. Y al mismo Jordi Alba lo llegó a condicionar el primer Gareth Bale cuando el galés quemaba el suelo y no jugaba con la cabeza de un hipocondríaco en el cuerpo de un atleta designado. Sólo dos laterales de oficio han ofrecido la garantía defensiva prudencial en este tipo de partidos: Álvaro Arbeloa y Fabio Coentrao. Los dos, piezas móviles de la era José Mourinho que dejó resultados tan discutibles en el bagaje general y también una Copa del Rey que hacía casi veinte años que no se ganaba -además de una Supercopa a doble partido-. Valga la mención de Coentrao para explicar el momento actual de Marcelo.

Con la radicalización del fútbol de tablas frente al tacticismo del miedo han quedado descubiertas de nuevo las carencias defensivas


Según llegó, Coentrao desplazó a Marcelo de las alineaciones de los partidos considerados relevantes, que básicamente eran los que se jugaban contra el Barcelona. La temporada anterior había corrido la sangre y no había más tiempo ni honor que perder. Mourinho, claro, prefería a su compatriota frente a la alegría impúdica del brasileño que tan cara costaba tan a menudo. Esta versión ha tomado con los años una altura de leyenda ya difícil de despojar aunque de esto ni siquiera se haya cumplido una década. Forma parte del folclore belicista de aquella etapa. Coentrao era el lateral de pies atados a su campo que cualquier entrenador desearía para ordenar la presión contra un equipo que manejaba la posesión y el penúltimo pase. Lo mismo con Arbeloa, también titular varias veces en el lateral izquierdo. La réplica en el derecho fue, aunque muy puntualmente, de un exotismo olvidadizo: Michael Essien o Hamit Altintop. Hasta José Callejón cedió metros para desempeñarse ahí, como ahora muchas veces Lucas Vázquez. Los laterales eran el primer movimiento. Con la radicalización del fútbol de tablas frente al tacticismo del miedo han quedado descubiertas de nuevo las carencias defensivas que se le suponen a una demarcación tan expuesta a la contra, con la posesión ya cobrando royalties en la repisa de los nostálgicos. La disciplina defensiva de Marcelo nunca ha sido su fortaleza, nunca lo será y probablemente ninguno de los entrenadores que ha tenido haya pretendido cambiar eso. Sí al menos confiaban en su fuego. A Marcelo no se le pide tanto que defienda, que también, como que no pierda enteros en lo que lo hace único: el ataque. Pero ahora es un lateral de pies atados, como Coentrao. Ha perdido la confianza en su retorno. Derrocha irresponsabilidad porque entiende así el juego: pero su voluntad de ataque se ha visto mermada por su infeliz comprensión del repliegue, desnudándole en una peligrosa zona gris, preludio del olvido. Algo que Solari ha podido comprobar de primera mano y que el jugador, claro está, entiende a la perfección. Van de la mano en esto de los últimos días. De ahí que la primera pista de la decadencia del brasileño, veremos si reversible, reposa en la alusión al sentimiento madridista que el entrenador deslizó para glorificarle. Siempre antepone el Madrid a todo. Es un gran madridista. Cien por cien. Nuestro segundo capitán. Con todo lo que nos ha dado. Corolarios de una familiaridad poética.

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